Ella ha aprendido a recomponerse,

a rearmarse cada mañana,

a tragarse mis lágrimas.

Ella ha aprendido a sonreír y a cuidar,

mientras por dentro, cada día,

ella, me parte el alma.

Musas perdidas entre flores marchitas,

mármol gris que abanica el tiempo,

que escapa, raudo, entre los dedos.

Caja maldita de acero, que contiene vidas,

que se venden y se firman.

¡Para! ¡Maldita! ¡Para tu tic-tac infernal!

Devuélveme a mis musas, y a mis flores,

aunque estén marchitas.

Mece el viento los pétalos de mis flores frías,

ella crece, se expande, y llora con la brisa.

Ella ocupa y ahoga mi pecho, y yo la calmo,

con perlas azules de boticario.

Ella se traga la risa, la esperanza…

Se traga a mis musas, por que ella, todo lo atrapa.

Ella aviva mis miedos,

como a hoguera que añado reseca leña.

Desata mis demonios, y paraliza mi alma,

que ni siquiera durmiendo descansa.

Ella es mi monstruo. A veces me ahoga,

a veces, sólo me acompaña.

A veces grita, y yo empequeñezco, ella gana.

Perlas azules la callan, y temporalmente se oxigena mi alma.

Ella soy yo sin ser yo, no me permite ser yo.

Ella es la bola de mi garganta, la contracción de mi estómago.

Ella es la amargura del tiempo no vivido, y del malvivido.

Ella es mi sino sin alma.

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