Las calles olvidadas.

Las calles olvidadas.

Madrid, mi eterna compañera, mi eterno destino. Madrid, la ciudad que nunca duerme. Sus calles siempre abarrotadas, los comercios llenos, los restaurantes completos, sus parques repletos de gente paseando o jugando con sus hijos y mascotas.

Madrid, la ciudad que no duerme. Joven y a la vez anciana. Madrid con sus recovecos, una ciudad para perderse. Ciudad que visitan miles de personas al cabo del año.

Madrid, ciudad que habla por sí sola. Que esparce sus secretos de boca en boca y de bar en bar. Madrid, ciudad diversa, ciudad libre. Ciudad sincera.

Madrid, ardiente en verano y de corazón helado en invierno. Madrid, ciudad de historia y de historias. Historias contadas en un semáforo a través de un beso apasionado de dos amantes que se separan. Madrid, ciudad de cuentos entre los árboles de algún parque. Ciudad de ilusión, ciudad desoladora.

Mi ciudad. Ciudad donde nací y ciudad donde crecí. Ciudad que enseña y ciudad que aprende. Tan tolerante como intolerante, tan creativa como apagada, tan solitaria como concurrida. Ciudad de opuestos, ciudad de atracción. Ciudad orgullosa y ciudad de orgullo. Ciudad humilde que acoge con los brazos abiertos a quienes no encuentran trabajo o no se encuentran con ellos mismos. Ciudad, por tanto, acogedora, pero algo inhóspita.

Madrid, ciudad, al fin y al cabo, de penumbras y esperanza. Ciudad alegre, pero con un deje de tristeza en sus sonidos. Ciudad sucia que lucha por la limpieza de sus calles y sus cielos. Ciudad repartida y dividida.

Ciudad de gentes y de gente. Ciudad generosa pero también caprichosa. Magnífica la mires por donde la mires, pero está lejos de ser perfecta. ¿Acaso existe la perfección? Lo dudo.

Los madrileños nos sentimos orgullosos de nuestra ciudad, pensamos que se vive mejor aquí que en ningún otro sitio. Pecamos, incluso de irreverentes, orgullosos e irrespetuosos. Yo misma estoy orgullosa de ser madrileña…

Pero no soy de las que miran para otro lado. No soy de las que agachan los ojos ante la pobreza o la injusticia. No soy de las que solo caminan por las calles más opulentas de mi ciudad, las más alegres, las más concurridas y visitadas. No. Yo no soy de esa clase. Sé que en otras ciudades pasará lo mismo. Pero, en esta mi ciudad, es en la única que puedo hablar con libertad a sabiendas de que conozco los puntos débiles y las encrucijadas en las que se encuentran muchos otros madrileños. Porque lo son.

Yo conozco el Madrid de los olvidados, el Madrid de los repudiados, el Madrid de los marginados. Yo conozco el Madrid más sincero y más triste. Yo conozco sus trapos sucios. Madrid de exclusión social en lucha por la inclusión, por la igualdad. Yo conozco el dolor de aquel que, en esta ciudad libre, rica y con esperanza, no tiene un lugar llamado hogar esperándole.

Yo conozco el Madrid del albergue y no precisamente del que se anuncia como juvenil. Yo conozco el Madrid de los sin techo, el Madrid de los comedores sociales, el Madrid de la enfermedad mental que los sobreviene. El Madrid más inhóspito. Más desolador. El más solo. Yo he sentido Madrid a través de los ojos del que sufre. He escuchado sus historias, tan terribles y sobrecogedoras como si de una película se tratara. He ayudado al que se ha dejado ayudar y lo he intentado con el que opone resistencia. Sí, porque oponen resistencia. Están tan rotos que ni siquiera piensan que exista un arreglo. Este Madrid está tan destruido que apenas y se puede llegar a él.

¿Conoces tú este Madrid?¿O eres de los que mira para otro lado? ¿Acaso sabes de lo que hablo? Tú que bajas por Pinar de Rey a toda velocidad tratando de no mirar a aquellos que recorren sus calles, cabizbajos y arrastrando los pies. Tú que te mueves por el metro de Madrid y al pasar por Noviciado desconoces el trabajo que allí se lleva a cabo. Tú que disfrutas de una tarde de tapas en La Latina y desconoces la realidad de sus calles y el dolor y el drama que se vive a tu alrededor. Tú que te cambias de acera si alguien habla solo y camina desaseado y en ocasiones descalzo en pleno invierno. Tú que te haces fotos en Sol y te ríes de la extravagancia de alguna de las gentes. Tú, tú desconoces mi ciudad.

Mi Ciudad no duerme nunca porque a veces no hay sitio donde dormir. Porque si tienes suerte encuentras una cama en un albergue o como mucho un sillón. Pero al menos hay agua caliente y algo de comida. Tú que desconoces a las personas que trabajan día a día para sacar una sonrisa y humanizan a aquellos que han sido desahuciados por gente tan normal y tan común como tú o incluso como yo. Aquí nadie se libra de su propia conciencia.

Mi ciudad es una ciudad ciega, acogedora sí, pero no para todos. Todos contribuimos a convertir en olvidados a corazones con esperanzas, con ideas de futuro, con añoranza de una vida mejor.

Madrid lo es todo, pero no para todos. Y, a pesar de ellos, Madrid es una gran ciudad, porque siempre hay alguien que no mira para otro lado, hay alguien que realiza una llamada, que no rechaza, que no discrimina.

Madrid son sus gentes, sus testimonios. Nunca lo olvides. No agaches la mirada con vergüenza, no contribuyas a la tristeza de unos cuantos. Abre tus ojos y tu corazón. Sólo entonces podrás decir que conoces Madrid. Sólo entonces podrás presumir de tu ciudad.

Solo… Solos… Ellos también forman parte de nosotros.

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