Caminaba, siempre, hacia la misma dirección. No importaba si el viento no jugaba a su favor, no se detenía. Ese día soplaba con fuerza en el filo de una roca. Desde encima se observaba como las hojas verdes de grandes parras surcaban los cielos en forma de huracán. Pero ella andaba como si no hubiera vida en su ser, como alma solitaria deambulando por ese callejón sin saber dónde ir, como cuando miras un pozo y solo te interesa ver el fondo. Sí, el fondo negro donde la vida ya no aguarda y el sonido se vuelve como hilo, se vuelve vacío. Y grita, pero el eco de su voz solo retumba en su cabeza. Llueve. Enrollada como barco de papel que navega a la deriva por un cauce de gotas de lluvia que, poco a poco, se ahogaban en un desierto de días grises y noches oscuras, se hallaba. Abrazada al silencio. Intentó hablar. Fue imposible. Una lágrima desolada lloraba otra lágrima y sentadas en sus manos la miraban de frente sin saber que palabras podrían decirle. La respiración agitada provocaba cierto temblor en su cuerpo debilitando sus piernas en un abrir y cerrar de ojos. Miró a su alrededor. Se sentía sola entre un montón de gente como niña sin su juguete favorito. Un paraguas azul la cubría entera como si de los males pudiera protegerla, aislarla.. Tan solo impedía que se formaran charcos a su alrededor, los que de niña solía saltar, incluso bailar, mientras sonaba su música en la puerta del colegio. Respiración lenta. Permaneció quieta como si esperase que la tarde se vistiera su traje de noche. Necesitaba mirar a las estrellas cuyos consejos y regaños le hacían recordar su época de antaño y le ayudaban a forjar el destino. Cada hora desnuda arropaba cada uno de los minutos que miraba al horizonte en busca de algo en lo que distraerse. Un trocito de viento se sentó a su lado y no quería soplar para no llevare consigo esa pequeña esperanza que sujetaban sus manos. Los pasos caminan sin rumbo, las palabras se mueren de frío… No queda ya nada. Sólo vacío.

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