Siete de la mañana. Toda su vida había vivido en el campo, y por primera vez lo despertó un bus de pasajeros pasando a 5 metros de su cama. Al salir a la calle, vio reemplazados los árboles por postes de luz, las gallinas por personas, el silencio del campo por ese bramido bajo de la ciudad. Se preguntó si valía la pena sacrificar su paz por esto.
Su trabajo consistía en planificar el crecimiento de la ciudad, y no quería reemplazar la tierra por asfalto, el río por puentes, la soledad por la densidad poblacional.
Valía la pena.
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