En mi calle (Historias del Carmen)

En mi calle (Historias del Carmen)

Gloria GM

14/12/2017

Aunque era una calle tranquila, las aceras estaban jalonadas de pasos de carruajes, casi todos los locales tenían uno, que no se utilizaba la mayor parte del día, así que los chicos los utilizábamos para poner allí las porterías. A mí me gustaba ser portera, solo tenía que quedarme quieta mientras los demás corrían tras el balón, y de cuando en cuando paraba algún tiro a puerta. También los usábamos como “casa” cuando jugábamos al “tu la llevas” o a “un dos tres, el escondite inglés”.

De tanto en tanto pasaba algún coche, entonces interrumpíamos el juego hasta que pasaba, y volvíamos a lo nuestro.

Allí los únicos sonidos que llegaban, además de los que provenían de la calle Alcalá, aledaña a ella, eran los de nuestros juegos y los de las madres cuando nos llamaban para comer o cenar, así que cuando un mediodía escuchamos gritar en ella, nos asomamos sorprendidos.

Mi vecina Chon le preguntaba a gritos a uno de los chicos por su sobrino, Roger no aparecía por ningún sitio y su tía estaba histérica. Le secundaba la madre de Carlos más nerviosa aún que Chon. El pobre chico no sabía a quién mirar y únicamente repetía que no sabía donde estaban.

Varios padres, entre ellos los míos, decidieron dar una batida por el barrio para buscarles, y se fueron, no sin antes advertirnos que no nos moviéramos de allí.

Cuando se perdieron de vista, nos acercamos al chico y le preguntamos que había pasado. Mi hermana y Olga eran de su edad, pero yo era mayor que ellos, y me miró suspicaz.

-¡Venga – le apremié – ¿dónde están esos memos?

-¡Yo que sé! Se marcharon con el menda ese…

-¿Qué menda?¡Qué menda! -Le apremié

-Un hombre que les da dinero y les compra cosas… – Me confesó hurtándome la mirada.

-¿Porqué – Le respondí sorprendida. Sí, sorprendida, a mis quince años no comprendía porqué un hombre iba a darles dinero a mis vecinos. Yo era mayor que ellos, pero mucho más inocente.

Me sorprendía tanto como una historia ocurrida solo un par de años antes. En esta ocasión la que no aparecía por ningún sitio era mi amiga Olga. Habíamos estado jugando en el parque cercano y en un momento dado desapareció. Volvimos a casa mi hermana y yo a buscarla, pero allí no estaba. Al cabo de unas horas apareció junto a su madre, se metieron en su casa y nos dejaron en la puerta extrañadísimas.

Al día siguiente, cuando Olga salió al patio, le preguntamos que había pasado. Ella nos contó que un hombre le había ofrecido algo, no recuerdo qué, y que había ido con él a un portal cercano. No nos contó nada más, y ese asunto no hacía nada más que darme vueltas en la cabeza porque no comprendía nada, igual que en ese momento. Tampoco entendía nada.

Después de varias horas, los chicos aparecieron. Los padres les cogieron del brazo y les arrastraron para sus casas. Nosotras nos quedamos como con Olga. Boquiabiertas.

Unos días más tarde, en la intimidad de nuestra escalera interior, Olga nos contó que a Roger le había caído una buena y que además le habían enviado interno a un colegio.

¡Interno, dios! ¡Era el peor castigo que nos podíamos imaginar! Pero ¿Porqué? Le preguntamos.

-Pues porque va a ser… Nos respondió desdeñosa Olga. Solo tenía trece años pero, me daba cien mil vueltas.

Al contemplar nuestras caras de no entender nada, nos dijo bajito -Porque ese hombre les hacía cosas y ellos a él, cosas….como las que hacen los padres por la noche.

Cuando volví a ver a Roger, ya por siempre marcado en el barrio, y le miré a los ojos, vi al adulto que yo no fui hasta mucho más tarde.

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