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Un Sol muy agradable ilumina intensamente el medio día, sin percudir rostros y cuerpos de quienes lo reciben en su andar cotidiano, la temperatura es tan amigable que permite a las mujeres, exhibir un poco más de lo acostumbrado, resaltando los atributos de las que fueron dotadas por la naturaleza y que los ojos de más de uno, agradecen infinitamente, tal exhibición.

Han pasado como treinta años pero por fin regreso a Pastores, lugar donde pasé mi infancia y gran parte de mi juventud, cabe mencionar que no me fui de aquí por alguna razón en especial, simplemente el destino fue quien se encargó de alejarme.

Camino entre las calles, observo construcciones de algunos edificios de oficinas y consorcios que fueron devorando poco a poco el lugar que yo recordaba.

Quiero llegar rápido a la calle donde vivía, mis piernas se sienten muy pesadas como temiendo encontrar algo diferente a lo que deje hace mucho tiempo, creando dentro de mí una sensación que no puedo describir, pues no sé si es angustia, placer o melancolía.

En mi andar, veo la tienda de don Pepe, muy deteriorada, casi sin mercancía ni clientes, esto causado en gran parte por el tiempo y el tener ahora de vecinos varias de estas tiendas nuevas de auto servicio, sin embargo, con gusto veo que sigue en píe, con su letrero, aunque descolorido y oxidado, no deja de ser la tienda de “Don Pepe”.

También cruza por mi andar la Panadería de Don Elías, español de recio carácter y de gran corazón, recuerdo que, de niño cuando iba por el pan, que en casa me encomendaban comprar para la cena, me regalaba una gelatina de anís, de esas que hacia su esposa y que el también ahí vendía, que, por cierto, eran muy sabrosas.

Al otro lado de la misma calle, se encuentra la heladería “la Güera” lugar al que asistíamos después de un buen partido de fútbol entre amigos, y donde hacíamos una colecta, sin distinción de quien cooperaba con más o con menos, pues nunca faltaba alguien que no tenía con que cooperar, algo que entre nosotros no importaba.

Ya reunido el dinero, pasábamos a comprar paletas de agua, por ser estas más baratas que las de leche, pero nos resultaban igual o aún más ricas, además contábamos con crédito por parte de la Güera, del cual en más de una ocasión, tuvimos que echar mano.

Cada paso que doy me trae un recuerdo de momentos felices, como el de ese primer amor eterno, que fue sellado con un beso, donde apenas se rozaron los labios de ella con los míos, pero suficiente para sentir el retumbar de mi corazón, que por cierto casi brotaba de mi pecho por tan gran emoción.

Aunque realmente les diré, fue un amor que solo duro un par de semanas, por el repentino cambio de domicilio, de ella y su familia.

Mientras más me acerco al lugar donde yo vivía, llegan a mi memoria algunas de las travesuras y desmanes vividos con mis amigos y que fueron causa de alegrías, risas y burlas entre la palomilla de infantes.

Travesuras que en algunas ocasiones causaron fuertes reprendas por parte de mi madre y la de mis amigos, dejando huella de las mismas en algunos traseros de nosotros.

También tengo recuerdos de dolor y tristeza, como el causado por la muerte mi amigo Hugo, quien nos abandonó siendo muy joven para irse a un lugar mejor, bueno eso me dijo mi madre cuando yo lloraba desconsolado por su partida, también menciono, que él estaría siempre con nosotros mientras tuviéramos su recuerdo presente.

Algo que en realidad he dejado de hacer desde mucho tiempo atrás, asumo que esto es debido a los nuevos momentos y situaciones que se viven cada día, y que tristemente borra muchos recuerdos del pasado sin darnos cuenta, pero que puedo decir, así es la vida.

Por fin me encuentro en la calle La Capilla, parado frente a la casa que yo habitaba, mi corazón se estremece, la miro con mucho agrado, quisiera abrazarla con la mirada y cobijarla con mis recuerdos, observo que está muy cambiada, su fachada es algo diferente, se nota que los actuales inquilinos, han tratado de mantenerla en buenas condiciones.

Volteo a ver las casas vecinas, al tiempo que surgen de mi mente, las imágenes de mis amigos saliendo de estas, al llamado de la diversión ocasionado por el grito arrojado por alguno de nosotros, solicitando la presencia de todos a jugar.

Miro la calle, lugar que en algún momento fue escenario de nuestras más grandes fantasías, donde libramos maravillosas e innumerables batallas y nos divertíamos sin fin, donde los relatos más interesantes eran compartidos entre nosotros, así como juramentos de lealtad sellados con un piquete de alfiler en el dedo para unir nuestras gotas de sangre, no faltando por supuesto, los enojos por tonterías mismos que olvidamos en cuestión de minutos, es decir, un lugar extraordinario que disfrutábamos todo el día, hasta ser interrumpidos por el llamado de nuestras madres, para recogernos cada uno en nuestras respectivas moradas.

Pero eso sí, no sin antes realizar un pequeño ritual de retirada, que consistía en buscar un charco de agua, donde pudiéramos reflejarnos todos, dejando nuestras imágenes grabadas en él, después de unos instantes de hacerlo, todos lo pisoteábamos salpicándonos unos a otros, y corriendo cada uno a nuestras casas.

Ahora, busco en el piso de la calle un charco de agua, me acerco, me asomo a él y veo una imagen que, aunque transformada por el tiempo, no ha dejado de ser el mismo chico de esa calle, miro mi reflejo por unos instantes, me imagino rodeado de todos mis amigos, pero esta vez no pisoteo el charco, pues quiero dejar mi imagen grabada en este lugar maravilloso, que formo gran parte de mi vida.

Me retiro llevando en mi corazón mis recuerdos y pensando felizmente que será el escenario de aventuras de los nuevos chicos que ahora lo habitan.

FIN.

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