Un hombre impecable con prisa.

Un hombre impecable con prisa.

B

12/12/2017

Como todos los martes, me despertó a las 6 de la mañana. Odio a ese maldito despertador. Lo debería haber dejado en Marruecos. ¿Te digo qué es lo mejor de todo? Que él me odia más a mí. Me lo dice a gritos cada día por la mañana.

Media hora. Mierda. Solo me queda media hora para vestirme, desayunar y llegar al trabajo. Joder, media hora. Eso es lo mismo que un suspiro.

¿Dónde he puesto los zapatos? Creo que los dejé en el salón. ¿Desastre? ¿Yo? Nunca. Desde que nací he sido un hombre impecable. Tan impecable que tengo un sentido del orden demasiado subjetivo. O al menos, eso me decía mi madre. Y me lo sigue diciendo. La cosa es que ahora vivo solo. Menuda tranquilidad. Anda, mira, aquí están los escurridizos . Cabrones. Sabía que estabais en el baño.

Joder, ¿veinte minutos? El tiempo se ríe de mí. Menos mal que tengo café hecho de ayer. Vamos a la cocina, que a este paso nos quedamos aquí.

Las tostadas más rápidas y ricas de la historia. Viva la mantequilla con miel. ¡Viva! Uy, ¿qué es eso del techo? Mejor sigo con el café… Espero que me abra tanto los ojos como mi querido despertador a primera hora. Pero con más cariño, por favor. Que me hace falta. Espera, ¿qué hago hablando con una taza de café? Así me va.

Doce minutos me quedan para ir al trabajo. Menos mal que tengo la bici y tardo menos. Aunque ya llego tarde. ¿Un desastre yo? Jamás.

No entiendo como huele tanto a adobo en esta calle. Encima a primera hora del día. Manda narices.

– ¡Hasta luego, Halib! ¡Pasa un buen…!

¿Pero quién me grita con tanto entusiasmo a estas horas? Quien fuese si se uniera con mi despertador… formarían el festival del optimismo. Vaya. Qué alegría. ¡Uy! ¡Madre mía la que he podido formar! Menos mal que he mirado de frente pronto, sino esa farola… hubiera sido parte de mi desayuno. Patoso es poco. En fin.

Tengo cinco minutos para cruzar la calle Tetuán.

Adoro el nombre. Me recuerda a mi tierra. Mi tierra es la mejor de todas, señora. Sí, no me mire así, voy sonriente porque me he acordado de mi nido, no por usted. Engreída. Bueno, ¿en qué estaba yo pensando? Ah, sí, en el olor a especias, las telas de calidad, el humo de las cachimbas, los tatuajes de henna… Placeres de la vida. Sevilla enamora, pero mi nido es mi nido. No, señora, deje de mirarme, que tengo ojos en la nuca.

Un minuto y no tengo sitio para dejar la bici. Genial. Vaya pedazo de limusina acaba de pasar por aquí. ¡Hey, espere! ¡Sí, usted, el de diez millones de euros sobre seis ruedas! Perdone por frenarle, pero ¿me cambia de vida? ¡Gracias, muy amable! Nótese que me encantaría hacerlo de verdad y que me cumpliera el deseo. Ojalá todos los deseos se hicieran realidad. Los míos y los de todo el mundo. Menos los de la señora de antes. No quiero saberlos.

¡Ajá! Por fin encuentro sitio para mi bici. Tres minutos. Pero en negativo. Ya llego tarde. Mierda.

– ¡Buenos días, Halib!

– Buenos días, Ana.

Pero qué mona va esta chica siempre. Incluso con el uniforme de la empresa. Incluso con esa redecilla en el pelo. Incluso cociendo patatas grasientas cada día. Incluso…

– Perdonadme por llegar tarde, chicos. ¿Ha venido ya alguien?

Juan es lo más impertinente del mundo. Sé que le gusta Ana, pero a mí me da igual. O eso creo. Espera… ¿qué es eso que tiene en el cuello? ¿No será un chupetón?

– Aún no ha venido nadie, es muy temprano. No digas nada, juraría que ya sé por qué has venido tarde.

Por favor, Ana, no dejes de reírte. Estás preciosa así.

– Te lo pasaste bien anoche, ¿eh? ¿Con tu novia quizás?

Si cuela, cuela. Así puedo saber algo sin que se den cuenta. Vamos, deja de reírte y responde. Por favor. Por favor…

– Por favor, un café y un croissant.

– ¿Tiene descuento de la aplicación?

– Sí. Aquí se lo paso.

– Genial, ¡muchas gracias!

– Espera, Ana, creo que ese cupón caducó ayer.

– ¿Estás seguro, Juan? No me ha dado problema el cacharro al pasar el código.

– Dame un momento que lo compruebe.

Y así, es como la ley de Murphy actúa sobre mi vida y me quedo sin saber la respuesta. Espera, la señora que acaba de entrar en el local me suena. ¿Por qué besuquea así a Ana?

– Oye, tú, cocinero, te he visto esta mañana. ¿verdad?

La señora que vi antes me había seguido. Mierda. Ya solo hace falta que Ana y Juan se den un beso y me roben la bici para completar mi martes.

– Halib, ¿desde cuando conoces a mi yaya?

Le gusto a la abuela de Ana. ¿Me puede pasar algo peor hoy?

– Nos hemos visto hoy de casualidad. No sabía que era tu abuela.

La sonrisa que llevo puesta es más falsa que la novia de Juan. Me juego un dedo a que está soltero y va a por Ana. Espero que no se den cuenta y me noten feliz. Súper feliz. Sobre todo por que me gusta la nieta y su casi progenitora quiere más nietos conmigo. Señora, no me apriete tanto la cara. Esos dos besazos eran innecesarios. Espera… ¿me acaba de dar una palmada en el culo? Mierda. Sonríe Habib, sonríe. Eres feliz. Mucho. Sonríe a la señora.

Menos mal que ya se va. Adiós señora. Sonríe Halib, sonríe.

– Chicos, esto empieza a llenarse. Cada uno a sus puestos.

A cocer patatas y a preparar hamburguesas con Ana. Mientras tanto, Juan y el nuevo se encargan de atender a los zombies de la comida rápida. Manda narices que el nuevo haya llegado el último. Venga, cuatro horitas más y para casa.

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