El barrio que me vio nacer, la calle de Defensa y Chile.
Esa esquina donde la costumbre, el sentimiento, la pasión por el tango, el rock, emergió dejando huellas en sus calles empedradas, como a Mafalda y Luca Prodam. Las mismas que siguen atrayendo a los turistas por su riqueza gastronómica y pintoresca arquitectura. El barrio que nunca duerme.
Todavía recuerdo con ternura aquéllos años en los que podíamos salir a jugar a la calle.
Pero el tiempo lo fue curtiendo todo, como a mi preciada adolescencia.
Pasé parte de mi vida en la Cumparsita, aquel local que en las noches de tango mi Madre formaba parte de aquel maravilloso espectáculo. Yo siendo hija única pasaba largas horas en vela observado el movimiento del verdadero compadrito.
Los barrios aledaños también olían a milonga. Por eso mi destino eran dos caminos: cantante o bailarina de tango.
Pero la vida dio un vuelco cuando a los veintitrés años conocí a ése ser maravilloso, R. Martín.
Acostumbrada a ése trajín del espectáculo, me convertí en la musa, amante y compañera de letras del famoso cantante. Fui sombra en todos sus viajes, dedicándole cuerpo y alma.
Vivimos algunos años en París y ahí pude darme un poco a conocer como bailarina, abriéndome camino.
Las noches de ése mundillo acabaron consumiendo a R. cada vez más, generándome malestar; por eso poco a poco decidí apartarme de su lado.
Retomé mis clases y volví a Buenos Aires, enseñando a jóvenes y adultos; siendo figura principal en mi querida Cumparsita.
Transcurridos algunos años comencé a cantar las canciones favoritas que cantaba Mamá. Ella siempre me acompañaba en cada espectáculo, aunque ya no lo hiciese físicamente.
La noche me llevó a conocer todo tipo de gente.
Adquirieron el local unos nuevos socios, donde finalmente quedó como único dueño un joven japonés. Admiraba todo lo referente al tango igual que a mí, con lo cuál nos hicimos grandes amigos.
Aprendí mucho de Él como algunas palabras en japonés, y Yo le enseñé el arte de bailar.
Tras varios años decidió ceder los derechos del local para volverse a Japón. ¡Cómo lo extraña!, los dos lo hacíamos. Por eso hablábamos casi a diario.
Nos reunimos tras largos meses y me propuso irme a vivir con Él, y así lo hice.
Al trasladarnos pusimos un local donde empecé a dar clases y lo llamamos la «Cumparsita», como si quisiéramos trasladar un pedacito de Buenos aires. Aunque nunca iba a reemplazar a ése pequeño local en la esquina de San Telmo, ese antro arrabalero, donde la vergüenza no existía.
Volví hace tan sólo unos días para visitarla y la encontré con el cierre echado; a ésas horas todavía no abría. Me acerqué y vi un cartel donde ponía que estaría cerrado por asuntos personales y debajo decía: cerramos por el fallecimiento de nuestro queridísimo R.Martín, estamos de duelo. En ése mismo instante me invadieron los recuerdos y las lágrimas comenzaron a caer. En aquella esquina de Balcarce y Chile.
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