¿UNA CUESTION DE TAMAÑO?

¿UNA CUESTION DE TAMAÑO?

Había sido un domingo diferente para la familia. Juntos habíamos visitado el Parque Lezama en Buenos Aires, tras asistir a una exposición de fotos en una galería de arte. El día gris no logró apagar la belleza de ese espacio verde en la ciudad. Los añosos árboles, los pájaros, los monumentos, todo allí acompañado por el ensordecedor ruido del alocado tránsito de autos, colectivos y camiones. Pero ese día, además, se escuchaban de fondo los cánticos de la hinchada de boca, en la cancha esperando el comienzo de un nuevo partido.

Al caminar por el parque y sus alrededores, ya se sentía en el aire el clima futbolero, pues se mezclaban entre los turistas y vecinos ocasionales, muchas personas con la camiseta de boca, yendo hacia el estadio, ubicado a unas cuadras de allí.

Para los automovilistas, conseguir un espacio público donde estacionar en ese lugar es toda una aventura, mas aun si lo que se quiere es dejar el auto cerca de la cancha. Para los peatones, la aventura es conseguir que un colectivo pase y pare un día domingo. Como nosotros formábamos parte de la segunda opción, tuvimos oportunidad de ser testigos de una escena insólita.

Un hombre ataviado para ir a la cancha, intentaba estacionar su auto entre otros dos que ya estaban ahí. Ambos autos tenían un espacio grande entre los dos, pero no tanto como para que cupiera el que este hombre pretendía estacionar. Observábamos desde la vereda de enfrente, en la parada del colectivo, y empezábamos a apostar en qué momento tocaba al auto de atrás o al de adelante. No solo tocó al de atrás, sino que pretendía empujarlo con su auto para poder estacionar. Tan empecinado estaba en que su vehículo entrara allí, que lo hizo varias veces sin conseguir su objetivo. Tanto el auto de atrás como el de adelante, tenían espacio para correrse y que el pobre hombre lograra su cometido, pero ninguno de los dos tenía a su dueño cerca.

A pocos metros de allí, un grupo de hombres con chaleco identificatorio de seguridad ciudadana, (no queda clara su función), charlaban distraídamente, hasta que uno de ellos notó la maniobra y se acercó al conductor. Lejos de decirle que se fuera a buscar otro lugar, intentó guiarlo para que consiguiera su objetivo y volvió a golpear una y otra vez al auto que estaba atrás, pero éste no se movió. Ambos pretendían que el automóvil entrara en un espacio donde claramente, no cabía. Si el auto de adelante se corriera diez centímetros o el de atrás otro tanto tal vez sí, pero ambos estaban sin su chófer. El que se llevó todos los golpes fue el de atrás, hasta que finalmente el empecinado hincha de boca, partió a buscar otro lugar.

Cuando pensamos que el evento había terminado fuimos testigos de algo que provocó tanto asombro como frases de insultos entre todos los que estábamos en la parada del colectivo y habíamos sido testigos de lo ocurrido. Minutos después de que el automovilista se hubiere ido, el funcionario que había intentado ayudar a estacionar, permitiendo que empujara al auto de atrás, era nada más ni nada menos que el dueño del auto de adelante, ya que cuando dio por finalizado el fallido estacionamiento, se acercó al auto, abrió la puerta y sacó algo que necesitaba y había olvidado adentro. Nos reímos, pero, creo que de nervios e indignación.

¿Por qué no había corrido su auto para que el hombre estacionara? Tenía espacio. ¿Por qué había permitido que golpeara al auto de atrás?¿Por qué había fingido querer ayudarlo?

Minutos después, pudimos subir al colectivo y alejarnos del lugar, pero mientras miraba por la ventanilla, las calles de la ciudad, pensaba en lo sucedido. Todo era cuestión de tamaño. Pero no el del auto, ni del espacio para estacionar, sino de los valores humanos, esos que son tan gigantes, que ya son difíciles de encontrar, por andar arrastrándonos en el lodo del qué me importa y del sálvese quien pueda. Como la araña que atrapa a su presa, sin darse cuenta, que una simple escoba puede terminar con su poder. Es una cuestión de tamaño, sin ninguna duda.

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