La carretera solitaria

La carretera solitaria

Lisbeth Elladaugh

08/12/2017

La carretera larga le daba tiempo para pensar. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué perseguía a alguien que tenía toda su vida escapando? No hubo respuestas inmediatas, sino que se dejó llevar y, más tarde, se dijo a sí misma que sólo era curiosidad.

Irónicamente, no hubo tapones en el gran Santo Domingo, no esta vez y, para alguien que cree en las señales del universo, eso era algo. La avenida estaba sola, como ella. Era como si la ciudad supiera que ella iría, finalmente, a buscarlo.

Doña Eugenia no sabía el lugar específico, pero tenía una pista. La parada de autobuses de Boca Chica. Ahí lo encontrarían. Así que fueron a encontrarlo. Pasaron por varios barrios de la capital y vieron gente de todo tipo. Alegres, tristes, con problemas, sin problemas, honrados, corruptos. Fue cuando comenzó a pensar realmente en él. ¿Qué clase de persona era él? Se le había olvidado su imagen. No sabía quién era.

Finalmente llegaron a Las Américas. El sol era imponente y el mar lo era aún más. Este viaje se ponía cada vez más emocionalmente exigente. Todos saben que con el mar viene la nostalgia. De pronto, la vista fue interrumpida por las guagüitas voladoras y, justo en ese momento, fue verdaderamente consciente de lo que estaba haciendo. Comenzó, contrario a lo que ella creía que sería una búsqueda pasiva, a buscarlo desesperadamente en cada cobrador, pero no apareció.

Llegaron a la parada de autobuses y preguntaron por él. Le dijeron que tenía días sin ir, que seguro estaba resacado. Doña Eugenia pidió un guía para ir a su casa, pero nadie sabía con certeza la ubicación. Sin embargo, alguien se ofreció a llevarlas por los alrededores y, quizá con un poco de suerte, lo encontrarían. Fueron a un barrio marginado. Calles de tierra y casitas de tabla y zinc evidenciaban lo lejos que estaba la República de cumplir los objetivos del milenio. La erradicación de la pobreza era una utopía. En el barrio preguntaron y preguntaron hasta que un hombre pareció reconocer la descripción y los llevó a una casita de alguien que respondía al apodo Basurita. No estaba en casa, y para alguien que cree en las señales del universo, eso era algo.

Volvieron a la parada de autobuses decididas a regresar a la Ciudad Corazón. Para su sorpresa, allí lo encontraron. Muchos, si hubiesen sentido lo que ella sintió, lo hubiesen llamado felicidad, pero ella decidió llamarlo vergüenza. Él abrazó a Doña Eugenia primero. Se veía feliz, orgulloso de ser encontrado. Luego, vino a ella. En el camino, él y Doña Eugenia hablaron de trivialidades. Del calor, del costo de la vida, de lo rápido que se vive en el Distrito y de los comesolos del PLD. Ella, sin embargo, veía la carretera y se imaginó los viajes mochileros con él, pero reconoció que erradicar la pobreza sería más fácil.

Al llegar a la casa del hermano de Doña Eugenia, comieron y ésta lo invitó a regresar a Santiago. Él soltó una carcajada y le dijo que su vida estaba en la capital. Esas palabras fueron suficientes para las dos. El tema no se volvió a tocar y cuando llegó la hora de regresar, él se ofreció a llevarlas. Conocía a todos los guagüeros por lo que ellas no tuvieron que pagar el pasaje de ir hasta la parada de Santiago. Él se sentó con ella después de aclararle al cobrador que su madre y su hija lo habían ido a visitar desde el viejo Santiago. Algo es algo se dijo a sí misma y mientras él hablaba con Doña Eugenia, ella miraba el atardecer por la ventana y sintió paz. Ese momento, ahí, con él, fue suficiente, en verdad lo fue.

El momento inminente llegó. Se despidieron y ella miró su cara. En el fondo, creía que era la última vez que lo veía, así que sólo lo miró unos segundos. Supongo que sólo quería guardar una imagen buena de ese hombre que había huido toda su vida. Sólo quería un recuerdo para poder atesorarlo, un simple pensamiento bonito de ese extraño al que nadie, excepto ella, echaba de menos. Porque a pesar a de lo que ella decía y mostraba ese extraño era uno de los amores de su vida.

Así que cuando entró a la guagua no pudo mirar hacia adelante, sino que siguió mirando atrás. Sólo contempló en silencio cómo el desconocido se hacía pequeño, impalpable, lejano. Observó hasta que sólo quedó la carretera larga y solitaria, como ella, y justo en ese momento entendió que hay lazos que, a pesar de sí misma y de sus deseos, no se pueden romper. Entendió que hay amores que se sienten aun cuando las certezas y la razón le dicten que no debe ser así porque ¿cómo se explicaba que nunca había dejado de amar a quien la había abandonado tantas veces?

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