Desperté con un gran dolor de cabeza, juro que no es resaca. Todo me parece ilusión, no entiendo la realidad, siento un terrible mareo junto con ansias de escapar. Creo que ya es hora de revelar la verdad.
A veces siento rabia, una ira irrefrenable para un cuerpo consciente. Trato de sublimarla, buscar alguna eclosión creativa para que no se vuelva destructiva. No siempre resulta. A veces me estrangulo para no dejarla salir, otras veces la apaleo con alguna sustancia. No siempre resulta. Por eso a veces prefiero escapar antes de herir a alguien. Pero no siempre resulta.
Salí de mi casa temprano como nunca, era uno de esos días en que todo iba mal, no tuve un buen dormir, y tuve de nuevo aquel sueño. Preví que sería un día de mierda. Caminé por la vereda frente a la que siempre transito, pensando que podía cambiar el curso trágico del día que preví, quizá ese fue mi error. Mis ojos dolían, no podía ver bien, no soy mucho de hacer contacto visual con desconocidos, pero ahora ni siquiera podía distinguir sus rostros. Tropecé más de una vez, no podía controlar mi curso al caminar, con lo controlador y autosancionador que soy, cada tropiezo me enojaba más.
Nada era capaz de cambiar mi estado anímico. Hay veces que puedo sonreír con la mirada o el actuar de un niño, ahora no podía distinguir ni lo uno ni lo otro. Todo se fue desvirtuando más, la luz del sol me hacía daño, y deformaba las figuras a mi pasar. Me sentía muy mareado. Al parecer no llamaba la atención, porque nadie se dio cuenta de lo mal que me estaba sintiendo, o si lo hicieron, como es típico, no les importó -Era un tipo más haciendo el ridículo en la calle-. Ya no podía distinguir personas de los postes de luz, así que quizá caminaba sólo y nunca nadie me vio. Si es que aún estaba caminando.
Todo se volvió difuso a mis ojos, letreros, autos, camiones, transeúntes, eran una masa indiferenciada. Con aquel dolor y la irá consciente de no poder controlarlo, mis demás sentidos fueron paulatinamente desapareciendo. Según yo, seguía caminado. Me parecía extraño no oler nada más que un sutil pero extraño aroma. No podría decir que fuese desagradable, tampoco lo contrario. Sí estoy seguro de haberlo sentido antes. Esa sutileza comenzó a crecer y a inundar mi nariz y mi boca. Podía sentir que tragaba esa esencia. No me gustaba, ni me era desagradable, pero me agitaba.
Comencé a sentir el incremento de mi ritmo cardíaco, a niveles que ya no me eran soportables. La desesperación volvió con más fuerza, temiendo no poder controlar mi cuerpo. Ahí estaba la respuesta, era temor. Sentía un miedo absolutamente aterrador. Al darme cuenta y poder conceptualizar, de pronto una sensación que no había experimentado antes; mis sentidos volvieron a mi cuerpo, pero el miedo seguía ahí, y aumentando su intensidad. Ahora podía distinguir las figuras, las personas, los niños, pero nada era grato. Me miraban, todos estaban quietos, viéndome de forma amenazante, nadie me apartaba los ojos.
No sabía qué pensar; no sé si me había comportado de manera extraña; no sabía si me había hecho daño; no sabía si había dañado a alguien. Por un momento no supe de mi cuerpo, ni de lo que este pudo haber hecho. Sentía murmullos que no podía entender, las personas hablaban pero sin quitarme los ojos de encima. Mientras mi miedo seguía aumentando con la incomprensión de esa situación. No lo pude aguantar, salí corriendo como nunca lo había hecho, me embargaba el pánico, creo que derribé a alguien al pasar, claramente no me importó, corrí sin cesar pero también sin rumbo, y además sin saber por qué lo hacía. Nada era claro, lo único que tenía que hacer era salir de ahí lo antes posible, sentía una sensación de horror, miedo, pánico, temor.
Paré en una esquina desconocida, extrañamente verde y limpia, agitado a no más poder, mis esfuerzos se concentraban más en controlar mi cuerpo que en buscar el camino a casa. Sentí algo creciendo en mi interior, intentando salir en ese momento, cuando comprendí la fragmentación. Sentí que en cualquier momento, mi cuerpo se rompería en pequeñas partes como un cristal y explotaría aquella sensación que crecía dentro.
Necesitaba urgente alivio, estaba desesperado, incluso llegué a pensar que la muerte era más factible que aquel dolor. De pronto sentí una punzada en el estómago, que hizo inclinar mi cuerpo y agachar la mirada, esbocé un quejido y al mismo tiempo vi el negocio azul y una calle conocida. Sin pensar nada, continué mi carrera a más no poder. El dolor en el estómago paso a la historia inundado por un instinto de supervivencia. No quería morir ahí, no quería morir de angustia. No quería morir.
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