Luz siempre fue maltratada por su mamá. En su infancia aprendió a obedecer y a trabajarle. Desde pequeña supo del cansancio y la fatiga, fueron pocos los amigos y los juegos.
Antes de cumplir los 15 años, sus padres le dieron permiso para casarse con Raúl, el mensajero de la panadería del barrio. El rechazo de la familia materna y paterna fue implacable, todos pensaban que se había casado embarazada, a los 16 tuvo una hija, recuperando la honra ante los demás pero fue expulsada del colegio. En 1960 las chicas embarazadas o madres no podían estudiar en ninguna institución escolar. A los 21, a su pesar, tuvo el segundo hijo, Juan.
La famila se quedó viviendo en casa de los padres de luz. La humillación, el maltrato y la escasez económica les fue enredando la vida.
Luz y Raúl ofrecieron el amor que podían. La educación para sus hijos se fue embadurnando de religiosidad, miedos, tristeza, envidias, supersticiones, frustración, castigos, palizas y encierros.
Juan no se sentía a gusto en esa casa, siempre pensó que era adoptado, un día le preguntó a su madre y la respuesta fue una cachetada que le reventó los labios contra sus dientes y le prohibió el tema para siempre.
Luz murió a los 56 años por causa de una alergia, en el entierro Juan se atrevió a preguntarle a Verónica, una prima hermana de su madre si ella sabía si él era adoptado. Llorando lo miró y siguió la caravana hacia el cementerio.
Quince años después Juan caminaba por la carrera séptima de Bogotá Colombia. Esa calle donde enardecidos de rabia y dolor han protestado por el asesinato de Gaitán (1948), Pizarro León Gómez (1990), Jaime Garzón (1988), y cientos mas que han sido eliminados en un conflicto que ha enlutado a Colombia por décadas.
Le timbró el celular, Era Verónica.
- Juan, hola. Te llamo para contarte que estuve averiguando y tengo la verdad. Tu no eres adoptado, eres legítimo. La que fue adoptada fue tu mamá. Cuando tu abuela materna no pudiendo haber tenido hijos y al morírsele la perra, le dijo a su esposo, tu abuelo, que trajera a el bebé que había tenido en aventura con una maestra, que ella se la criaba. Juan, Perdóname por no haberte adoptado cuando me lo pediste. No tuve coraje.
Colgó al instante. Juan quiso marcarle para seguir la conversación. Desistió, sabía que no le respondería al llamado.
Para Juan la Carrera Séptima se convirtió en un túnel oscuro, no podía parar de llorar. Cada paso le iba permitiendo entender cada recuerdo doloroso, organizar el rompecabezas (el puzzle) de su vida. Mil imágenes pasaban por su mente, se atropellaban unas a otras buscando un nuevo encuadre, un lugar en la historia.
Un policía lo sacó del shock.
- -Señor . ¿Qué le pasa?, ¿Necesita ayuda?.
- -No, gracias. Es que supe una verdad.
Juan no fue a la conferencia, siguió caminando por la séptima hasta llegar a la plaza de Bolívar, se sentó en las escalas de la catedral, se prendió un cigarrillo y mirando hacia el Palacio de Justicia, ese que en 1985 fue invadido por un grupo guerrillero; se dice que fueron asesinadas 94 personas y desaparecidas un número aún sin aclarar, se prendió un cigarrillo mientras seguía viviendo el luto.
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