La vida es así, un ir y venir de acontecimientos: unos buenos y otros llamados malos; otros tan comunes como el despertar diario de una cálida mañana, tan simple algunas veces, como cuando todo da igual, por que tan común es, que la rutina le quiso dar ese nombre.
Me encuentro sentada en mi sillón favorito, como cualquiera de esos días, los llamados “normales”. Afuera, y casi al mismo tiempo, el cantar de los pájaros acompaña la melodiosa voz de un diminuto grillo que observo debajo de la sala. todo huele a flores y es que su delicado aroma me hace sentir fresca, flores que recién planté, con la esperanza que se llene de colores, que se vea que hay vida y alegría.
Desde mi ventana, a lo lejos unos niños jugando en la calle. Niños con sueños e ilusiones tan auténticas y puras como ellos mismos. Sus risas y ese brillo en sus miradas, me provocan un suspiro de esperanza que me invita a sonreír con ellos. Cierro mis ojos, confiando en que todo va a estar bien. Eso mismo me repito en mis adentros, mientras le cuento a la niña que un día fui, que a pesar de los tiempos llamados malos, aun existe esperanza, amor y bondad. Aún es tiempo que al igual como esos niños creen, nosotros creer en los demás.
Por ahora, estoy aquí. A veces cuando algunos días son “malos”, yo prefiero estar en casa, me gusta la soledad y así disfruto mi hogar.
A decir verdad, algunas veces me asusta un poco la idea de salir y que por error alguien, en alguna rencilla, una bala perdida me llegue a tocar. Y es que ya se han escuchado casos y eso me pone a pensar, en lo frágil que es perder la vida, aun cuando tú no hagas lo que le llaman el mal. Yo creo que más bien tengo respeto por el actuar de los demás.
En la calle ya todos andamos por andar. Caras tristes, enfadadas, aburridas, distraídas y más. Tan aprisa e indiferentes a todo y a todos, tan distinto a épocas atrás. Hoy ya nadie ayuda por ayudar. Difícilmente alguien sonríe a los demás y es que hasta la sonrisa y la amabilidad se han dejado de lado por falta de honestidad.
Observo a mi lado el periódico y con él una terrible noticia que me estremece, “una niña de cuatro años es asesinada, pero antes le roban la inocencia frente a sus padres”, el gran motivo: robarles el automóvil.
Una pequeña lágrima me pide salir, pero la detengo por que al mismo tiempo el coraje y la impotencia me avisan que la vida es así. Que noticias como estas son un ir y venir.
Pienso en el dolor de esos padres al presenciar aquella atroz escena y mientras le doy un sorbo a mi taza de café, me pregunto: ¿cómo fue que nos perdimos?¿ cómo es que llegamos hasta aquí?.
Miro a esos niños y digo para mí; qué porvenir les espera, qué es lo que sus padres estarán haciendo para protegerlos, si a ellos les dará algunas veces temor al salir. pero y si uno de ellos tiene deseos malvados como aquellos que mataron a la niña. Se me eriza la piel de solo pensar que nadie hizo nada por esa familia, pero al mismo tiempo tampoco hicieron nada por esos que un día fueron también niños. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Dónde quedaron sus sueños? Ahora a aquellos niños que juegan ya no los miro con la misma ilusión.
Mientras tanto una inocente pelea de amigos. El niño mayor golpea al pequeño. Me sonrío. “juegos de niños” me digo. De inmediato me imagino a aquellos asesinos. Quisiera salir a ayudarlos, pero recuerdo que mucha gente se ha metido en problemas por hacer un bien. Miro esas caritas y me imagino a doctores, maestros, abogados, cantantes o quizás un poeta, tal vez uno de ellos ayudará al planeta, cuántos de ellos, al igual que la ONU lucharán por la paz.
Suena el timbre de la puerta y con él la realidad, me levanto y dejo a un lado a mi gato, mientras le guiño un ojo, como diciéndole ahora vuelvo. Me gusta pensar que me entiende. Me acerco a la ventana, esta vez es mi vecino. Me hubiera gustado abrirle pero casi no le conozco; dicen que es de esas personas llamadas malas.
Cuando mi abuelo vivía me contaba que todos los vecinos se conocían, se saludaban y se apoyaban. Que era maravilloso jugar en la calle, que no necesitaban algún juguete para divertirse, la camaradería era lo importante. Que la vida era valiosa y que si eras una persona buena andabas sin ningún temor en las calles, que los adolescentes podían salir a bailar o divertirse sanamente hasta noche y lo más hermoso que vivir era seguro.
Miro nuevamente a esos niños, y me parece extraño que estén jugando, si los niños de ahora prefieren andar con el celular en la mano. Pero los disfruto y por instantes quisiera volver a ser niña, y jugar con ellos. Esos niños que en los llamados días normales hacen de un momento común algo extraordinario, de la calle un escenario de amistad y alegría y de la rutina un día lleno de oportunidades.
Sonrió al igual que ellos, porque no todo está perdido, de esos niños habrá personas buenas con deseos de cambiar y hacer algo por el país. Quizás hoy no comprenden el ir y venir de las cosas, pero mientras los buenos padres eduquen a sus hijos enseñándoles el amor a la vida ganaremos bastante.
La vida es así, un ir y venir de momentos, que aun cuando diario ocurran asesinatos en las ciudades, ahora son llamados «normales».
La alarma del reloj me avisa que se me está haciendo tarde, tengo que salir a la calle. Y es que mientras la vida es así, uno tiene que seguir adelante.
ARIANA CASTREJON RADILLA
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