Ya está bien, tengo que hacer algo en este día soleado. El sofá me quema y la calle llama, toca salir. Pongo rumbo a encontrarme con los colegas y pasar una tarde memorable.

A unos dos kilómetros de distancia, otro de la pandilla abre una carta en la que le comunican que ha sido seleccionado para realizar un curso de electrónica. Lo que siempre buscó, ahora por fin lo ha conseguido. No lo duda y, tras contárselo a sus padres, sale corriendo para compartirlo con sus amigos.

En el bloque vecino de donde vive el futuro técnico, tiene su casa una de las féminas del grupo. Coincide que está mirando por la ventana en el momento que ve salir a su amigo corriendo de la casapuerta. Intriga, susto, sorpresa o alegría, no sabe que sentir, por lo que para no quedarse con la duda de a que viene esa carrera, baja corriendo las escaleras tras cerrar la puerta de su vivienda tras gritarle a sus padres: ¡Ahora subo!

Mientras tanto, sentados en el escalón del kioskito, están las dos parejitas del grupo. Un pequeño manto de cáscaras de pipas refleja que aún les queda mucha charla y risas por delante.

Sin haberse organizado ni hablado previamente, van llegando poco a poco el resto de la pandilla, y se van poniendo al día, entre abrazos, pipas y patatas, de las noticias, desventuras y acontecimientos que les han ido deparando las horas que han pasado desde la última vez que coincidieron en ese su kioskito.

Años después, en ese mismo lugar, no hay gente sentada hablando, no hay cáscaras de pipas en el suelo, por no haber, no hay ni kioskito.

Psdta: sin doble check azul, también hay paraíso.

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