Estoy en la terraza, asomado a la calle. Veo por un extremo un grupo de gente correr. Son inmigrantes, con sus vestimentas particulares que los identifica. Con su piel negra e intensa. Se alejan sus pasos precipitados entre ecos y algún grito. El murmullo de la «marabunta» se oye más de lo normal. Son las seis de la mañana y tengo un vaso de café con leche en la mano. Otro grupo de gente corriendo y gritando, éste se acerca, es más numeroso, pasa por debajo de mi casa dirigiendo miradas hacia atrás. El murmullo de la «marabunta» se acrecienta, resuena el eco en los montes, en el cielo. Pasa más gente por el extremo de la calle, ya no es un grupo, es un fluir continuo, cada vez más espeso, el sonido es ensordecedor y la taza cae de mi mano.

La valla se ha roto, mi calle se ha inundado, las sombrillas de los bares son arrolladas, las puertas de los locales arrancadas, la masa de gente inunda la calle y se cuela por las casas. La valla se ha roto definitivamente y los dos millones de inmigrantes venidos del Subsahara han colapsado la frontera. Por fin ha pasado. Ya da igual lo que se hubiera o no podido hacer. Es tarde. La invasión ha comenzado. Ya suben por la escalera. Los oigo, gritando, golpeando, golpean mi puerta, pego mi espalda contra la pared y entran. Atropellan. Unos ojos enormes, abiertos, ávidos, sin inmutarse por mi presencia, sólo buscan: la nevera, beben agua, comen y acaparan existencias. Esos los primeros. El flujo no cesa. Entra gente. Parece que se conocen, hay unos veinte y cierran la puerta, la afianzan. Otros abren pero los rechazan. Ya no caben más. La comida se reparte hasta que se agota. Vasos y botellas de agua. Han venido para quedarse, ese era el plan. Miran lo que hay en la casa, hablan entre ellos, hacen cábalas, pero no les entiendo, se organizan por estancias. Creo que tengo vecinos nuevos. ¿Seguirá siendo Ceuta parte de España? ¿Nos salvarán de ésta? Se oyen unos reactores por el cielo, que vuelan bajo, de los de guerra. En el fondo helicópteros que se acercan. Y estallan bombas, el ejército se despliega, parece que intentan contener la masa en la frontera, alguien pone la televisión en marcha. Sí, lo están haciendo, a fuerza bruta, se ha convertido Ceuta en escenario de guerra: un ejército contra una masa. La gente se ha dispersado, en avalanchas, que como aceite se ha extendido a lo largo de La Valla. Con bombas han reventado las garitas, han levantado el suelo y han cortado el paso fronterizo, pero no la avalancha y partes de La Valla han cedido. Se cuelan por miles y empujan, sólo empujan. Disparos al aire que no los contienen. Disparos a matar que no los paran. Tengo que huir. En el salón todos gritan y levantan las manos. Algo dicen totalmente indignados. El pánico manda. Entre ellos huyo, sin atreverme a mirarlos, sin entender lo que reclaman, alcanzo la puerta. Corro, escalera abajo, tropezando, hasta que alguien me empuja y me tira al suelo. Estoy en la calle, me pisan, me arrasan, por fin me levanto y echo una mirada a mi alrededor. No me ubico, busco la tienda, el café, la panadería, pero la marea me arrastra, me empuja y corro porque los pies se mueven. No se adónde voy. A donde todos, en algún momento parará. Unos disparos. Los que están delante retroceden mientras los de atrás empujan. Quedamos atrapados, sin poder mover los brazos, con los pies en el aire. Todos gritan, nadie sabe hacia dónde hay que ir. Nadie sabe qué hacer. Lo dicen los ojos. Estamos atrapados y de repente la gente por los suelos, los que pueden se levantan y huyen corriendo, atropellando, de los disparos que ahora son ráfagas y grito, agarrado a mis piernas, mientras siento las pisadas, todo es caos y ruido y cuerpos que se retuercen, los gritos se acallan, las ráfagas pasan por encima. Solo ráfagas, disparos y humo que me hace cerrar los ojos y esconder la cara. Español, Español. Una voz se me acerca y con mano fuerte me agarra, me levanta. ¿Estás herido? Tranquilo me dice y con el dedo me indica y prosigue la avanzada. Se aleja. Se alejan, la masa y los gritos y los disparos y todo se calla. Y se queda el murmullo, el de la «marabunta». Y en mi calle mil muertos, en mis bancos, en mis bares, mis tiendas y en mi casa. Hoy es veintiocho de diciembre de 2040. Un día cualquiera.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS