Los ciegos dan la impresión de parecer verlo todo. Cada pincelada del lienzo que les rodea, cada nota de la partitura que escuchan, cada soplo de viento que les acaricia. Les observo en la ciudad, jungla rebosante de luz y color, estridentes silencios y placenteros ruidos. En ella la rigidez de su expresión, la intensidad de su marcha y el bamboleo dirigido e impetuoso de sus bastones recrean una apariencia casi gargólica.
Y quien diría que no es su misión preservar la motivación colectiva frente a la ignorancia extendida de quienes pueden ver. Una lluvia llamada consciencia nos moja cuando observamos a una persona ciega, nos empapa si estas son dos caminando juntas del brazo. Nos imploran en cierta manera cuestionar nuestros niveles de exigencia con la realidad y el entorno, polinizan las carencias de nuestra indiferencia ante la vida y la belleza, cada parpadeo nos abruma; este simple abrir y cerrar de ojos descubre un universo que fluye inherente a nuestro alrededor. Descartes se preguntaba de qué manera la ceguera física puede ayudar al filósofo a pensar la percepción visual, planteando dar la palabra al ciego para que éste le enseñara qué es la visión, por considerar que ve mejor que el común de los mortales, ya que advierte más que simples sombras en el fondo de la caverna. Esta alegoría del hombre ciego siguió por ejemplo a Picasso a lo largo de toda su vida como si le reprochase su don de la visión. Fluyen por las calles, vagabundos de atavíos copiosos que a los videntes nos sobran.
Mientras escribía pasaron varios ciegos ante mi, carentes de imágenes pero aparentemente rebosantes de una sensibilidad incorpórea. Me cuestiono si realmente ven todo, si su capacidad de reconstrucción por medio de la imaginación y los estímulos externos les permiten recrear internamente una realidad utópicamente paralela, como si de poderes mentales se tratase (como los atribuidos a Homeroa partir de la época helenística, en señal de estos). Llama mi atención una pareja, les llamaré: la pareja de las gafas oscuras. Rondarán los 65-70 años, ambos agarrados del brazo en lo que (perdóneseme el pensamiento) parecería una unión de intereses mas por conveniencia que por puro menester. A excepción de la edad de la pareja, nada de todo lo anterior resultaba cierto. Catalogar ¨a simple vista¨ una relación de dos personas carentes de ella no parece un juicio justo. Dicha dicotomía entre lo visto y no visto cuestiona mi agnosis sobre su aparente (y equivoco por mi parte) interés mutuo. Quizás esta unión perceptivamente estéril sea mas fuerte que ninguna manifestación de amor, quizás esa prueba de confianza, su compromiso y solidaridad por el bienestar de ambos sobrepase los intereses de su individualismo. Acaso el mío me ciega de ver su vínculo emocional. Lo mas probable es que uno encuentre en ello un problema, una estética y una moral manifiesta solo al mundo visible, lejos de las fronteras del mundo invisible. Cito a Dostoievski “A veces conviene soñar”
Entonces sucedió, la pareja de las gafas oscuras que con paso arduo y firmeza estatuesca se aproximaban íntimamente hacia el café en el que me hallaba, detuvo su paso al otro lado de la calle. Todo hombre puede ver cosas lejanas pero está ciego a lo que está cerca decía Sófocles, pero lo contrario parecía estar sucediéndole a esta pareja, mirándome con la cabeza erguida y sus bastones en proa, petrificados ante mi. Durante unos largos veinte segundos, estáticos, como gacelas alerta estudiando su próximo salto, me observaban desconocedores de mi existencia.
Me di cuenta de que ambos habían llegado a un lugar desconocido. Lo que esta pareja hacía, era analizar su entorno, los sonidos, los olores; quizás incluso la intensidad de la luz que distorsionaba los colores de su creación mental (La ceguera fue un tema que jugó un papel importante en el conocido período azul de Picasso, quien al investigar la ceguera, escogió un estilo que elude la visión objetiva en favor de una más profunda). Quizás esta visión subjetiva mancillaba su gran pinacoteca del mundo interior. Por eso estaban quietos, inmóviles, apabullados, enternecidos y aturdidos pero ante todo decididos. Decididos a contener la apariencia superflua, tomando su tiempo para respirar, para gestionar estructuralmente su realidad cábala formada por hologramas exclusivos es su espectáculo a puerta cerrada.
Tras lo que podríamos llamar un breve proceso de gestación, su obra maestra estaba acabada. Se veían ya capacitados para adentrarse de nuevo en el confort de su desahogo visual. Reanudaron entonces su marcha, fluyendo alegóricamente por las calles de Madrid.
No es extraño que cuando preguntaron al periodista de la BBC Damon Rose acerca de qué es lo que más le hace falta por no ser capaz de ver, su respuesta fuese “la oscuridad”.
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