Finalmente, el médico firmó el alta y abandonaron el hospital, pero aún en la calle ella sentía esa mezcla de olores repugnantes que suelen tener los hospitales, era un olor a sorpresa, a depresión y a esperanza.

Al lado, su esposo, de quien todo el personal médico decía que ella debía sentirse orgullosa, pero ella no entendía por completo el sentido de esa frase que debía ser reconfortante a juzgar por la sonrisa que todos mostraban al decirlo.

Era cierto que entre los escasos y confusos recuerdos, el rostro de su esposo era constante, posiblemente fue el único que pudo estar allí. Ahora, lo importante era… ¿qué era?

Un derrame cerebral le había borrado todos sus recuerdos que poco a poco iría recuperando, claro, con la ayuda del esposo que siempre estaba junto a ella.

La cocina, el baño, la salita, todo la abrazada con nostalgia como si la hubiera esperado ansiosamente, de pronto, una lámpara de noche iluminó sus recuerdos, miró a su esposo:

—¿Fue aquí que empezó todo?

—El médico dijo que no te debes estresarte, por favor.

—Estuve al borde de la muerte y ahora comprendo mejor el sentido de la vida. ¡Quiero ser feliz! ¡Me voy con él!

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