Un niño en la calle llamó su atención. El pequeño, con sus manitas llenas de tierra mojada pintó sobre la arena una golosa. Ese juego que por años deleitó su existencia. Fue un momento triste y emotivo.Un sinfín de recuerdos.

El peque saltaba de un lado a otro. Se miraba inmensamente feliz. No lo perdió de vista.

La prisa se esfumó entre los dedos y recuerdos que yacían muertos recobraron vida.

Cedió unos pasos y cayó sobre la banca metálica de ese frondoso Bosque. Guarda dicho sitio en su epicentro, un pulmón de vida, amor y sueños.

Muy cerca de ahí, divisó varios chiquillos jugando trompo.Ese artefacto de madera en forma de pera, que al hacerlo girar, baila incansablemente.¡Vaya que se divierten!-pensó

Cerca al columpio, miró unas chicas saltando la comba, o cuerda, como se conoce. La adrenalina en su máxima intensidad.

Cerró los párpados abandonándose así misma.

Llegó a su mente aquel domingo 7.Eran las tres de la tarde del mes de enero.Tomo el carboncillo que guardaba celosamente en un escondite y dibujó sobre la acera la golosa.

1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11,12,13. Sí… trece números sobre una superficie de piedra le brindaron felicidad. Fue tal la euforia, que el mundo real quedó en el olvido.Trajo su intelecto el olor a hierba seca y el sabor al primer amor. Así le conoció, jugando a la golosa. ¡Justo ahí!

Lunas después quisieron recordar. Caminaron en ese entonces entre la extensa vegetación. El pensamiento bullía en su mutismo. Estaban y no a la vez; eran otros tiempos.

De pronto, el cielo tiñó su esencia con una luz misteriosa. ¡Místicamente conectados fijaron la mirada en el cenáculo de las estrellas! ¡Sublime! Observaron sin tocar, los innumerables seres que en la magnitud del silencio se hacen escuchar: Las ranas con su incesante croar, los pájaros y su inigualable canto, la inteligencia del búho que observa y analiza cada movimiento, las libélulas desafiantes de la obscuridad y un sinfín de sonidos desconocidos, deliciosos al oído.¡Apacible quietud del espíritu!

Optaron por un café. Delicioso aroma cuyo poder, rasga el telón del sueño exponiendo ante nuestros ojos el don de la vigilia.

La tomó de la mano y dibujando su rostro en el iris de sus ojos-indagó

  • ¿Qué piensas?- ¿Quién o qué mora en la castidad de tu pensamiento?

Desviando la mirada no quiso quebrantar la magia del silencio.Una palabra, un gesto, lo destruiría.

Tuvo miedo, mucho miedo. Decidió callar a exponer la realidad de sus sentimientos.

Cerró sus ojos como lo hizo hoy. De vuelta, le encontró leyendo a Nietzsche. Parecía sumido en el vaivén que abrigó la vida del aquel personaje.Se miraron sin quebrantar distancias.

Floreo de muy dentro el quejido de amor eterno. Ese gemido que por lunas esperó y en necedad le fue negado.Ese te amo que pensó jamás recibiría.

De pronto, un pinchazo en el corazón.

Estaba ahí, cerca de aquel sillón, leyendo un periódico. Sus grandes ojos negros y la belleza de su rostro la penetró y un hielo fúnebre se extendió. Quiso huir y la tomó de la mano con fuerza.¡No huyas! le gritó.

El mundanal ruido no la sacó de su mutismo.Un perro danzó en derredor sin que se percatara.

El sol extendió su último manto sobre el sagrado bosque. El calor se hizo tibio y una mano femenina se posó sobre su hombro. Abrió los ojos mirando de inmediato su reloj. Eran las 5 p.m. de la tarde. Sudaba a chorros. Lo buscó desesperada con la mirada. Dario no estaba, se había ido para siempre.Una lágrima cayó anegando su destino

La joven que la había despertado vociferó:

-Lleva tiempo en ese sillón-

Arqueo las cejas, acomodó el bolso, agradeció y se marchó.

No podía creer que hubiera pasado tanto tiempo sobre esa silla. Los recuerdos y el olor a yerbabuena, brindaron a Lucesita un momento confortable, y las hermosas rosas blancas, jamás llegaron al camposanto.

* Escena desarrollada en el parque Bosques de San Carlos en Bogotá- Calle 13 sur con carrera 30.

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