Alonso Cano con Maudes

Alonso Cano con Maudes

Kramen

15/02/2018

Diez años he vivido en aquella nuestra casa, una década de éxitos y fracasos contraperleados de sonrisas y lágrimas. Llegamos aquí para quedarnos, pero la mala cabeza de otros nos acabó derrumbando, como un castillo de naipes que combate con estoicismo un huracán atormentado.

Nuestro primer hogar si así puede llamarse era un zulo sin ventanas a la calle, por un lado la vecina… al otro un triste emparedado de ladrillo, al viejo y rudo estilo industrial de allí donde nadie quiere quedarse. La vecina estaba sorda y su gato Federico ya ni la escuchaba, hacía lo que le venía en gana, huyendo siempre que podía si nadie le frenaba.

Cien focos vestían sus techos, maldita factura de la luz cuando vino a vernos. Aprendimos cada secreto viviendo día a día inmersos en un caos familiar, truncado por las apuestas. La puerta no cerraba en verano pues crecía la madera, en invierno en cambio era mucho más placentera. Tu vestidor echas de menos con sus baldas y sus perchas, yo sin duda extraño la azotea de grandes veladas bajo la luz de luna llena.

Para un gato ese tejado era sueño, territorio y libertad, donde esconderse a meditar cuando la casa te mordía hasta las piernas, un vergel de cactus instalamos tras venir de Lanzarote, con su lava que regaba las espinas sin apenas visitarlas. Cuántas noches hemos pasado esperando el ocaso, abrazados sin descanso musitando nuestras penas.

Incluso la primera nevada del 2008 la disfrutamos como niños cuando saliendo del trabajo subíamos a la azotea. Cuántos años y tantas hazañas con las llaves de una puerta que tu apellido nos dio para disfrutar de esa terraza, donde el sol tomábamos como lagartijas en la Mancha. Adoraba sin duda saltar de casa en casa, como un gato arácnido, que por los techos escalaba.

Ahora con tristeza la hemos dejado, demasiadas pesadillas amparaba, el recuerdo de esos muros blanqueados con cal y lágrimas. El pasado es lo que fue, el futuro lo que viene, a cuatrocientos metros nos hemos mudado para no dejar el barrio abandonado, pues su gentes nos calaron hasta lo más profundo del alma.

Vives, rezas y mueres, esa es la historia macabra de los humanos que emigran de sus pueblos a la gran manzana, que es Madrid y sus chulapos, sus cañas y sus bravas, que cien noches nos han brindado alegrías y jaranas.

El recuerdo no se olvida, nadie podría lograrlo, fusilamos al Alzehimer aquel maldito verano que el asfalto abrasaba hasta los pies del mismísimo diablo, que con sus huestes acamparon en el rellano de mármol. Nunca miedo nos ha dado empezar de nuevo la partida porque escudo soy del otro que mi espalda guarda con saña y entereza.

Quién diría lo que pasó, ni un oráculo aventajado, sabría vaticinar todo lo malo que ha pasado, pues de rica cuna vienes y por el camino todo se pierde, apostando entre humo lo que sin duda no han ganado. Mil deudas y cien embrollos tu padre nos ha causado, lo único bueno de su apellido es lo que tus pies han labrado.

Toda existencia esta justificada, eso dice San Pedro en su morada, a la pregunta de su umbral tu viejo se quedará sin palabras, pues el daño que ha causado, no se borra ni con ácido que corroa hasta su medula para quedar bien parado. El odio que le tengo hace brotar las zarzas para que con sus espinas y sus púas arrastrarle hasta las brasas de un infierno que se crece en el interior de mis entrañas. Buen asiento reservado a la derecha del demonio tengo asegurado desde hoy hasta pasado mañana.

Sigo siendo un ciudadano, uno más en la marea que lucha por sobrevivir ante viento y tempestades. La vida siempre duele hasta que en mejor puerto amarres. Dice el mundo que todo pasa, pero yo no me lo creo, hasta que no entierren sus huesos maldades todavía quedan.

Siento mucho haberme ido del paraíso de las centrales, allí donde todo cabía menos armarios ornamentales, era zulo, residencia, era hogar por donde fuera, la primera de las moradas cuyo nombre era ralea. Tu abuelo mal humorado por el cielo patalea al ver como su hijo hizo tantas perrerías a su querida nieta.

Todo se paga, deuda queda, desheredada frente hacienda, resto yo y mi familia que te protejan de las pellas. Pues mi amor sin condiciones ha dado fruto en esa casa, nuestra hija viene en camino, en vez de pan, trae una hogaza, los pies no hemos parado de continuar nuestra andanza. No hay nada que nos entierre bajo sandeces y pesares.

Viene Claudia, ya casi llega a llenarnos de sonrisas, luego no hay mal que mil años dure sin recompensas ni lisonjas. Brame el cielo, cuartéese la tierra, que allí donde viva, nunca fragüe la desgracia, pues inquebrantable es nuestra suerte sino viene con mortaja, porque diez años hemos vivido en aquel nuestro piso.

Nos mudamos casi enfrente del edificio de tu abuelo, para que tus recuerdos buenos no se difuminaran. Todo aquello es suspiro de un irónico mundo pandereta, donde el dinero es altivo y corre a su manera. Nuestra casa es donde estemos mientras no nos separemos, pues en medio de Madrid instalamos nuestro fuero.

Ahora toca comenzar a caminar de nuevo, a construir lo derruido con saliva y su sudor, dando vida a lo maltrecho y sacando brillo a lo pertrecho, para que el fortín de nuestro lar de valor y honor sea nido y fundamento. Ya no llores más mi cielo, lo que sucedió fue un mal sueño, despierta ya mi dulce princesa y deja atrás todo lo que no deba ser recordado, puesto que siempre a tu lado, estaré y he estado.

No hay nada que nos gane sin lucha suficiente pues dicen que en la Mancha mil leyendas han nacido, entre el desquiciante sol y la falta de lluvias, por consiguiente no hay armadura que se oxide en el infierno de donde yo he sobrevivido.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS