Un interminable desfile de personajes: desde vendedores ambulantes, músicos hasta enfermos y discapacitados motrices por los diversos dramas del universo particular de cada uno. Una silla de ruedas empujada por una suplicante chica que reparte fotografías a cambio “de lo que se pueda”, se disculpa de no tener más. La indiferencia de algunos y la solidaria limosna de otros. Entre los pasajeros abunda el material de entretenimiento, que va desde los diarios populares- los favoritos en las primeras estaciones- “Crónica” y “Diario Popular”, La Nación-gana espacio en la mitad del viaje- hasta el celular. La mayoría escucha música dentro de sus auriculares.
El turno del librero, con su caja de cartón donde lleva una variedad de clásicos, donde se toma su tiempo explicar el “El hombre Mediocre” de Jose Ingenieros- con introducción y todo- el librero hace referencia de cómo Ingenieros se adelanto cien años a nuestro tiempo, y describió lo que iba a ser nuestra clase política; repitiendo varios pasajes del libro. Logra el objetivo vender algunos libros, antes de pasar de vagón. En el vagón de al lado repite exactamente lo mismo.
“Los vendedores ambulantes, te corren y te apuran en patota”, lo dice Tomas que no esta ni cerca del ser de la cofradía de los ambulantes. Junto a su compañero y cantante de Hip- Hop. Tomas lo sigue con la tuba: “El horario de la mañana es a muerte, Si queres tocar a esas horas, tenés que estar dispuesto a cagarte a piñas. Nos gusta más esta hora -siete de la tarde- cuando la gente vuelve de trabajar”. De paso vuelve a intentar venderme su libro de “los sueños”, pero el corto efectivo nos impide.
De robusto aspecto apostado sobre el portón, mira que todos pasen la SUBE por el molinete. Abre y cierra el portón para las bicicletas y discapacitados .Tejerina mira: una señora se acaba de desplomar, y es socorrida por el resto personal. “El guardian” como algo cotidiano: “Todos los días tenemos como diez casos de estos. -Mientras abre el portón para que pase una silla de ruedas- A la mañana se desmayan chicas que entre que se matan por llegar al verano, y esas nuevas modas de no comer nada del animal- veganismo-, se ve que no desayunan bien. Prefiero que me digan gordo y estar bien alimentado, si no, no te llega agua al tanque. Totalmente desinteresado de su aspecto, Tejerina se ríe de si mismo.
Muchas veces las simulaciones de algunos vendedores haciéndose pasar por discapacitados es bastante evidente. Un petiso que dobla las rodillas (se nota por la fuerza que hace y la flexión), una perfecta agilidad simulada. Debe ser por eso que habla rápido -con una historia bastante convincente- y pone la mano mas rápido aun. Detrás a la espera uno de las tantas personas del interior que vienen a probar suerte a Buenos Aires, con un acelerado charango y su acompañante quena, que lo pintan como un trovador de cuerpo entero. Algunos exceden de esa paciencia, tocando Folklore con el amplificador y con distorsión, haciendo sonar las cuerdas como alambre gastando: vacía medio vagón, para felicidad de los que estaban parado desde que subieron.
El Tigre recobro el esplendor de sus mejores épocas. Todos los fines de semana, el movimiento de gente que va hacia los mercados de frutos de Tigre a comprar muebles, artesanías o pasear por las islas del Delta. Desde temprano los trenes se abarrotan de gente; fin de semana se ve un movimiento inferior de vendedores ambulantes, comparado al de la semana. El fin de semana se percibe una atmosfera mas distendida, la gente sin la ansiedad de correr contra el reloj para llegar al trabajo. sonrientes chicas con vestidos de flores observada por todo el vagón; hasta el ciego percibió su escultural. La tranquilidad se ve alterada cuando un “mensajero de la palabra de dios” irrumpe a los gritos: “Dios es el camino, dios es la salvación, dios es todo”. Pura convicción empujada de una pasión que se puede escuchar desde varios vagones donde “el mensajero” pregonea las mismas oraciones, una y otra vez. Los pasajeros dicen gracias a dios, el tren va llegando a la terminal de Tigre.
En la vuelta los pasajeros viajan amontonados, por la cantidad de cosas que la gente se trae de la feria, entre muebles y plantas.
Jorge “El Turco”, es una eminencia entre los vendedores ambulantes. Desde hace más de 60 años este hombre esta arriba de los trenes desde los 10 años: “Cuando voltearon a Peron, mi padre quedo sin trabajo y no tuve otra que salir a trabajar. La peor época no fue con los milicos, ellos nos dejaron laburar. Si no que fue la policía entre el año 66 y el 75. Todos los días nos paraban y nos revisaban la mercadería; lo peor fue que se hicieron dueños del tren y había que darles un “diezmo”. Desentierra todo mito de que actualmente hay “dueños”, afirma que cada uno labura por su lado. Las visibles marcas en el rostro de su rostro, como un mapa del paso del tiempo y experiencia, de Desde la Revolución Libertadora hasta Macri. Su dentadura baila al mismo ritmo de los recuerdos y las épocas. “Nadie nos maneja, solo tenemos códigos. Como no vender la misma mercadería, en el mismo viaje”. Macizo y robusto, no aparenta ni cerca esos 75 años que dice tener. “Todos los días hago 8 horas diarias arriba del tren, aunque tengo mis descansos- se ríe- Paro, como algo y voy por mas mercadería”. El turco como le dicen, es conocido por toda la institución ferroviaria de Retiro- todos los ramales de las dos terminales- todos los días desde las 10 de la mañana, cuando sale de su casa de Urquiza y Pueyrredon. En esta ocasión vendió tarjetas telefónicas. Se despide con un “hasta pronto”, bajando las escaleras del subte de la línea C, con un pedido final: “No me describas tan feo, por favor”; largando una inevitable carcajada final.
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