El mejor barrio del mundo

El mejor barrio del mundo

Vivo en el mejor barrio del mundo,que es el Barrio del Raval. Esto es en lo que pienso todas las tardes mientras mis amigas y yo corremos del colegio a casa y esquivamos entre risas y gritos a toda la gente que llena sus calles.

Cuando llego a la pensión donde vivo saludo a Doña Virtudes, la dueña, que siempre está allí de guardia, sentada en su mesa camilla. De dos en dos subo los tres pisos de escaleras que hay hasta nuestro cuarto y al entrar encuentro a mi madre preparando la merienda. Este es mi rato favorito del día porque es el que más gente pasa por casa. A veces son hombres que vienen a tratar cualquier asunto con mi padre, pero la mayoría son vecinas que pasan a tomarse un café y a charlar mientras suena de fondo el Consultorio de Elena Francis.

De todas las visitas la que más me gusta es la de Mercedes y su madre, porque Mercedes es mi mejor amiga y nos gusta mucho jugar juntas, y porque su madre, además de ser muy cariñosa conmigo, es guapísima. Siempre lleva falda y tacones, y los labios pintados de un rojo precioso. Vienen todas las tardes y, en cuanto llegan, mi madre saca pan tostado con aceite y sal y mientras merendamos ellas se cuentan los últimos chismes del vecindario. La madre de Mercedes casi siempre se tiene que ir a hacer recados y cuando se va nosotras nos ponemos con los cuadernos de deberes. Su perfume me encanta, y aún cuando ha pasado un buen rato desde que se ha ido, todavía huele todo el cuarto a ella.

Una vez terminados los deberes se los enseñamos a mi madre para que compruebe que están todos bien hechos y así nos deje salir a jugar un rato a la calle. Mi madre nos deja ir solas con la condición de que vayamos directas a la Rambla del Raval, que está muy cerquita. Un día, de camino a la Rambla, vi a la madre de Mercedes entrar en un portal con un hombre que no me sonaba del barrio. No sé por qué me vino a la cabeza aquella vez que mi padre dijo que la madre de Mercedes hacía la calle y en la que yo pensé que qué suerte que nuestra calle la hiciera precisamente la madre de Mercedes, porque no podía haberle quedado más bonita. Avisé a mi amiga, pero cuando miramos de nuevo, el portal ya estaba cerrado y ya no se podía ver a su madre. Mercedes no pareció darle mucha importancia, así que seguimos nuestro camino hacia la Rambla hablando de canicas y de chapas.

Cuando llegamos nuestras amigas hacía ya un rato que jugaban al escondite inglés. Nos unimos a ellas y luego continuamos con las canicas. Mercedes ganó dos de las grandes y tres de las pequeñas. Yo sólo una grande. Cuando sonaron las campanas de las ocho salimos pitando hacia la pensión, porque una vez nos entretuvimos por el camino y, cuando aparecí por casa, me llevé un buen rapapolvo. Al llegar, saludamos de nuevo a Doña Virtudes, que como siempre a esta hora, está a punto de apagar luces y subirse a su cuarto. Mercedes vive en el primer piso, así que no tiene que subir tantas escaleras como yo. Llamamos a su puerta y nos abre su madre: guapa, sonriente y bien peinada como siempre. Me despido y continúo escaleras arriba contenta, pensando que por hoy se han acabado las amigas, las canicas y la Rambla, y que mañana estarán ahí otra vez para mí, esperándome para jugar en el mejor barrio del mundo.

Fotografía de Joan Colom i Altemir

(Barcelona, 1921 -3 de septiembre de 2017)

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS