La pelota de cuero.

La pelota de cuero.

Eduardo Santise

28/01/2018


—¡Es la cuarta vez que me meten la pelota por la ventana! ¡Se los dije, basta, pero ustedes son sordos o pelotudos! ¡No me la meten más!—. Y ahí nomás sacó un cuchillo largo y filoso, y la apuñaló.

Desgajada en cuatro trozos sobre las baldosas de la vereda, miraba a mi pobre pelota y no, yo no podía creer que don Luro hubiese hecho eso…Era claramente un asesinato.

Así al menos lo creíamos Luisito, el Gonza, Rafael y yo. Rojos de indignación, o quizá por el calor brutal que habían traído los Reyes ese 6 de enero, mirábamos a mi pelota número 5, de cuero, profesional, reluciente, que mis viejos habían hecho llegar en camello, junto con el calor, y que estaba ahora desgajada en cuatro trozos sobre las baldosas de la vereda.

Don Luro ya se había metido en su casa, refunfuñando contra nosotros.—¡Así aprenden!—. Fue lo último que le escuché decir antes del portazo.

Nos miramos despacio, casi como dándonos valor para movernos, para acercarnos a ella. Si hacía minutos que la felicidad era completa, ahora…casi sin aire, yacía allí, y no nos atrevíamos a tocarla.

La calle estaba vacía, eran las cuatro de una tarde de sol y calor tremendo, y sólo a nosotros se nos ocurría jugar al fútbol en la vereda. Es verdad, le embocamos varias veces en la ventana de la casa de don Luro. Pero otras veces ya había pasado eso, y la señora de don Luro nos la devolvía sonriendo y diciendonos despacito —¡Chicos, vayan a jugar a otra parte!—. Qué lástima que ella ya no estuviese.

Siempre jugábamos en esa vereda, era ancha, y los troncos de los árboles formaban dos arcos grandes, donde los goles entraban a raudales, y los gritos y los abrazos tambien. Siempre jugábamos con una pelota de goma, de rayitas finitas y que rebotaba mucho, pero la profesional de cuero era genial, y en ese breve tiempo que fue su vida nos hizo pensar que estábamos jugando en la Bombonera.

Sin pelota para jugar, nos sentamos en el umbral de la casa de Sarita, a reponernos de la impresión del apuñalamiento, y a pensar que hacer. Venganza fue la idea que apareció en nuestras cabecitas preadolescentes. Nos ibamos a vengar del viejo.

Nuestra carrera delictiva no era ni muy larga ni demasiado exitosa. Una vez habíamos robado unas naranjas en la frutería de la esquina, y un mediodía de un día de huelga de taxis nos comimos unos choripanes en la parrillita y nos fuimos sin pagar. El dueño ni se avivó, porque estaba lleno, todos los taxistas del barrio se habían reunido allí, a deliberar entre tiras de asado y cuadriles. Claro que la venganza por el asesinato de una pelota de cuero era algo más complicado.

Don Luro vivía solo, la señora se había muerto antes de las fiestas. Hablaba con poca gente, y ya no se lo veía parado en la esquina cada tarde como antes. Siempre había sido un viejo desagradable, y a nosotros siempre nos echaba de allí cuando nos veía jugar a la pelota en la vereda. Pero la calle no es de él. Y creo que él se creía que sí.

La calle es de todos, y nosotros jugábamos allí desde que íbamos a la primaria. Al salir del cole sacábamos una pelotita chiquita y nos íbamos a jugar entre los árboles. La señora de don Luro a veces nos miraba y se reía, y festejaba los goles con nosotros, que pateábamos mucho más despacito que ahora.

Urdimos un plan. Y nos vengaríamos de él.

El calor seguía siendo insoportable, y la calle estaba desierta en ese enero infernal. Casi no pasaban coches, y toda la gente del barrio estaba de vacaciones en la playa, o en sus casas durmiendo la siesta. Don Luro tambien. El viejo había dejado la ventana de su casa abierta, para que le entre aire. Luisito y el Gonza tenían un montón de cohetes, petardos y rompeportones muy ruidosos que le habían sobrado de Año Nuevo. Yo había guardado el cadáver de la pelota. La rellenamos con toda esa pirotecnia junta, y Rafael la envolvió cuidadosamente con papel de diario. Dejamos sólo una larga mecha por fuera, y entre risas nos imaginábamos fabricando una bomba como ésas que salían por la televisión. ¡Pedazo de susto se iba a pegar don Luro! El Gonza encendió la mecha, y Luisito la arrojó, y la infortunada pelota otra vez entró por la ventana de la casa de don Luro. Salimos corriendo, y apenas pudimos escuchar las explosiones…

Al salir del cine notamos que ya no hacía tanto calor. Y con un helado en la mano caminamos de vuelta al barrio.—Vamos a ver que dice ahora don Luro— dijo Luisito, mientras imaginábamos la cara de susto que le habría quedado.

Desde la esquina vimos mucha gente, bomberos, polícía, ambulancia. Sarita estaba parada en su portal. —¡Se incendió la casa de don Luro!— y dijo entre sollozos —Él estaba adentro—.

Nunca volvimos a jugar en la calle. Ni en esa ni en ninguna otra.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS