LLUEVE

–Siéntese –dice el Doctor señalando la silla mientras arrimaba la suya a la mesa.

Estoy nervioso. Observo como pasa las hojas de los análisis que él mismo ordenó con urgencia.

–Ya le comenté los posibles diagnósticos a partir de los síntomas que usted presentaba. Nos encontramos en el escenario menos optimista Sr. Castro.

Mirándome por encima de sus gafas continúa su discurso con voz monótona:

–Tiene una neoplasia pulmonar. La disnea, la tos, el dolor torácico y la expectoración eran señales que indicaban la presencia de un tumor en los pulmones. ¿Entiende lo que le estoy diciendo?…

“¿Neo qué?, ¿ha dicho tumor? No he entendido nada, ¿ha dicho tumor?”

–¿Sr. Castro? ¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llamemos a algún familiar?

–¿Qué? Eeee… No gracias. ¿De cuánto tiempo estamos hablando?

–Bueno, depende de casos. En el estadio en que se encuentra la enfermedad y aplicando las terapias adecuadas, yo diría que un año a lo sumo.

El doctor sigue usando términos que no entiendo, a modo de escudo, supongo, para que no le afecte lo que me está diciendo, que voy a morir. Que me queda, en el mejor de los casos, un año de vida. Que lo único que puede hacer por mí, aparte de compadecerse, es paliar el dolor. Que me lo piense y hablamos el martes próximo…

Miro por la ventana, mientras se alejan las palabras de mi cabeza. Está empezando a llover. Siempre me gustaron los días de lluvia.

Salgo de la consulta. Veo a las personas en la sala de espera. Todo me parece irreal, noto que me desplazo pero no soy yo el que mueve mis piernas. Oigo como parlotean pero no entiendo nada. Necesito salir de aquí. Necesito algo o alguien que me rescate de este trance…

Ya en la calle. Miro como llueve. Me hace sentir bien. Esbozo una pequeña sonrisa y cruzo la calle lentamente. Me paro. Miro al cielo y cierro los ojos. La lluvia moja mi cara, golpea fuerte sobre mi cuerpo, y en ese instante, empiezo a viajar mentalmente. Un torrente de recuerdos viene a mi cabeza…

Corriendo por las calles de mi pueblo, buscando con mis amigos una cornisa donde resguardarnos, teníamos 12 años. Reíamos mientras nos mojabamos, éramos felices. Mi primer beso con lluvia, calados hasta los huesos. Perdiéndome con Ana por las calles de Florencia compartiendo su paraguas, coordinando el paso para no mojarnos y riendo todo el rato. Con Luna, mi hija, en mis brazos cubriéndola con mi chaqueta. Agarrada a mí cuello y animándome: ¡Corre Papa corre!

Me siento contento. La gente se esconde para refugiarse de la lluvia. Yo no quiero que pare de llover. Me gusta, me siento vivo. ¡Sí me siento vivo!, de hecho, todavía lo estoy.

Siempre me gustaron los días de lluvia…

Jorge Alberola

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS