«¡¡¡Alguien me está tocando!!! ¡¡¿Me quieren robar?!! ¡Me siento indefensa y desnuda en la espantosa oscuridad de mi maldita ceguera!», los pensamientos de la mujer del bastón dan paso a sus gritos:

—¡¡¡No me toques!!! ¡¡¡Cabrón!!! ¡¡¡Hijo de puta!!!; ¡¡¡si te vuelves a acercar te rompo la crisma!!!; ¡¡¡mi bolso va cargado de piedras y voy a machacarte la cabeza!!!

Como todas las mañanas, subo la empinada cuesta de la calle para recoger a la niña en el colegio. Como todas las mañanas, me acompaña mi amiga María. Cuando estamos coronando la pendiente, nos llaman la atención los gritos desesperados de una mujer. Desde la distancia, vemos cómo golpea con su bastón a un individuo, de mediana edad, como ella, que la agarra por el brazo. Estoy muy nerviosa, pero saco mi teléfono y consigo avisar a la policía. No soy capaz de aclarar si la agresión puede corresponder a malos tratos de pareja o a un intento de robo. Sólo me atrevo a añadir que la persona agredida parece ciega.

«Nunca he ayudado a una persona ciega a cruzar la calle», piensa el individuo. «No tengo claro el motivo. Quizá sea por timidez, pudor o simple comodidad; pero cuando me encuentro con alguien que no ve, miro hacia otro lado, como si un contagio transitorio me impidiera ver a esa persona.

»Sin embargo, no puedo permitir que esa mujer se abalance sobre las motos que están aparcadas. Está claro que no ve nada, y, aunque lleva bastón, está completamente desorientada. Ya ha chocado varias veces contra los muros de las casas y casi rueda por la calzada al bajar de la acera».

—¡Cuidado con las motos! —avisa el hombre sujetando por el brazo a la mujer del bastón.

—¡¡¡No me toques!!! ¡¡¡Cabrón!!! ¡¡¡Hijo de puta!!!; ¡¡¡si te vuelves a acercar te rompo la crisma!!!; ¡¡¡mi bolso va cargado de piedras y voy a machacarte la cabeza!!!

—Perdón, señora. Sólo quería ayudar…

«¡Estoy harta de la asquerosa compasión que sienten por mí todos los que me ven!», los pensamientos de la mujer del bastón bullen. «Deberían conformarse con poder verme. Yo no los veo a ellos. ¡Estoy harta de que me digan lo que debo y lo que no debo hacer! ¡Y estoy harta de que me intenten ayudar con sus palabras y caricias condescendientes!»

«Si alguien creyera a esta mujer y supusiera que la estoy agrediendo, me vería atrapado en un buen lío», piensa el individuo. «Siento como si me señalaran cientos de dedos; y aunque seguramente no existen, no encuentro el valor para mirar a mi alrededor.»

—¡Señor! —una joven, que tiene abierto el maletero de su coche, se dirige a mí desde la esquina de la calle—. Yo también he intentado ayudarla, e igualmente me ha despachado con malos modales. Debe de estar mal de la cabeza. Ya he avisado a la policía, para que se haga cargo de ella. Está claro que necesita ayuda, pero no quiere comunicarse. Nosotros no podemos hacer más.

«Quizá era cierto que sólo quería ayudarme…, pero me ha asustado», reflexiona la mujer del bastón, «y, desde luego, no soporto a los lazarillos hipócritas que quieren lavar sus conciencias con gestos baratos.»

—¡¡¡Aayyy!!! ¡Maldita pared!…¡¿Cuándo voy a encontrar mi camino?! —grita agitando su bastón.

María y yo seguimos paralizadas, observando en silencio los movimientos erráticos de la mujer. Entonces oímos los agudos lamentos del individuo:

—¡Me ha contagiado la ceguera! ¡Veo edificios, coches, calles…, veo el sol y las nubes…, oigo murmullo de voces a mi alrededor; pero, no veo a ningún ser humano…!

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS