Exquisito escupitajo

Exquisito escupitajo

Bernardo Cortés

16/01/2018

Un manchón indescifrable que emula un ojo persigue medroso mi andar pausado. Más adelante, una muda y sarcástica sonrisa se petrifica en el aire pútrido de la ciudad.

Narices que parecen vejigas; manos que se enraízan al viento; bocas resecas de una sed rancia. Creaturas salvíficas por el acto redentor del aerosol que emergen simbióticas en embrión de tabique y cal e innumerables capas de pintura y mugre.

Seres perfectos imperfectos. Madonas adefesios. Doncellas hermafroditas. Cuasimodos cuasihermosos.

Graffitis, les llaman algunos.

Creo que los definen mucho mejor los términos Tslek y Emek utilizados por los antiguos sacerdotes griegos para referirse a los conceptos de imagen y semejanza.

Porque estas “imágenes” llegan a ser seres creados a imagen y semejanza de su dios. De un dios ungido en la persona de cada “imaginero”, pues más que simples reflejos de una realidad o de una circunstancia, éstos llegan a ser en sí mismo la acción purificadora de su propia esencia. La continuación de sus motivos y sus consecuencias.

Aquellos que encuentran en un muro, en una pared, en una cortina metálica, en un puente, en un puesto de periódicos o en un auto abandonado la superficie idónea para plasmar su esencia, encuentran también el Edén de su creación. Aunque a muchos les parezca un acto vandálico o de ocioso vicio, el hecho es que la creación no es un acto que pretenda complacer a nadie si no al autor mismo sólamente.

Más allá de alegatos teológicos o artísticos, la creación, más que un acto de amor o de ego es un acto de devoción. Aunque para ello haya que destruir primero el silencio de un espacio vacio o, en su defecto, ocupado por la sombra del mismo dios.

Las calles de la ciudad crecen como crece la necesidad de habitarlas, sea por personas, ratas, cucarachas o vómitos, o por seres creados a imagen y semejanza de un dios urbano. Un dios que piensa y siente y se emociona al ver terminada su obra. Un dios con uno o varios botes de tintas en aerosol en mano y un feto de idea a punto de ser expulsado de sus adentros. Exquisito escupitajo de formas irreverentes y famélicas deseosas de existir y ocupar su propio espacio y destino.

Exquisito escupitajo producto del fermento y amasijo de varios siglos y continentes en estrecha búsqueda de su aliento. Homúnculo. Pequeño enorme monstruo como el pequeño enorme dios que es. Ser unipluricelular, eterno y fatal. Criaturilla desventurada ajena de todo conocimiento del bien y del mal pero totalmente consciente de su bendita condición salvífica.

Por ella y sólo en ella se encuentra la bondad original de su creador. La tranquilidad que otorga el espasmo que sigue a la convulsión. La paz beatificante que surge por la sagrada comunión del afuera con el adentro, del todo con la nada y de la luz con la oscuridad. Excelsa theosis.

Imágenes en diversas tonalidades de gris o en azules amoratados o en chillante amarillo con brillantes bordes plateados. Sutiles insinuaciones a manera de balbuceos guturales que se multiplican vertiginosamente e invaden, vertiginosamente también, la corteza urbana con figuras y colores fúngicos.

Cosmos enteros de microorganismos que dan forma a rostros, cuerpos, gestos, guiños y muecas identificables sólo a fuerza de pertenecer al cotidiano alucine citadino.

La diferencia entre éstas y las imágenes inscritas en lienzos o murales, es que las primeras son hijas de la transfiguración, y por lo tanto, criaturas bastardas al margen de cualquier justificación; mientras que las otras, las que vemos en salas de museos y galerías, son producto del arte: de aquel bisoño sueño erótico que han dado en llamar arte.

No tengo motivo alguno para aplaudir o desdeñar a ninguna de las dos. Nada me obliga a otorgarle mi entusiasmo o mi desánimo a cualquiera de ellas. Tal vez, lo único que pueda apelar a favor de una, es decir, de las monocromáticas o multicolores secreciones urbanas coaguladas en las superficies de calles y avenidas, sea eso precisamente, que son inocentes de ser simples fluidos orgánicos expulsados violentamente del cuerpo de un dios que nada sabe de medicamentos ni remedios milagrosos para evitar lanzar por el aire jugosos excrementos en forma de exquisito escupitajo.

Eso, es lo único que las exonera.

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