EL PASAJE DE LA XARRANCA

EL PASAJE DE LA XARRANCA

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EL PASAJE DE LA XARRANCA

El olor a verde primavera en aquella mañana de abril, inundaba por completo su dormitorio.

Dio un brinco de la cama creyendo que al instante estaría en el pasaje de vecinos en el que aún creía vivir.

Aquel aroma le engañó haciéndole creer que estaba dormido en la habitación que ocupaba en la casita del corredor.

El pasadizo estuvo formado por un vecindario de pequeñas viviendas colindantes, adornadas las fachadas, en su mayoría por macetas con flores los meses de calor, pero por su ambiente, se diría que se asemejaba más a una gran familia con sus simpatías y discusiones.

Por lo general estaba cerca de una fábrica y los hombres, en su mayoría, trabajaban en ella.

En él los niños jugaban, gran parte de los días sin lluvia, ya que era descubierto; los chicos brincaban con la pelota y las niñas por lo general, picaban cromos y saltaban con un tacón de goma, encima de una xarranca.

(Xarranca es el nombre en catalán de la Rayuela, pero en Barcelona mezclábamos los dos idiomas, castellano y catalán).

El suelo siempre estaba enmarañado de tiza blanca dibujando una xarranca, un campo de fútbol o una cancha de baloncesto.

Eran los mejores pasatiempos del verano, cuando llegaba setiembre con sus lluvias debían despedirse de esos juegos hasta el año siguiente.

Todo se compartía, las tardes de sol las mujeres, sentadas delante de alguna puerta formando un círculo, aprovechaban para hablar de sus preocupaciones diarias mientras cosían o tejían.

No solamente se compartían vivencias habladas, en muchos casos y dada la precariedad de las familias, unas a otras se prestaban alimentos tan esenciales como: azúcar, arroz, aceite, etc. Eras años de postguerra y nada era suficiente, debido a la escasez que había, para cocinar un puchero.

Cuando llegaban las Navidades algunas familias se reunían a comer o cenar y la noche de Reyes el corredor se llenaba de juguetes sencillos, que la mayor parte habían sido creados por los mismos padres.

Los niños salían al escuchar ruidos y antes de llegar la mañana los cachivaches eran motivo de tal algarabía e ilusión que aquella noche era difícil retirarse a dormir pronto.

Ese día en que las fragancias se burlaron de él, pensó en su madre y creyó que, recién levantada, estaría preparando el bocadillo que tomaría a media mañana en el colegio. La cartera abarrotada de libros, cuadernos y lapiceros siempre estaba perfectamente ordenada, por lo que no resultaba difícil acomodar el panecillo.

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Con los pies en el suelo, se esforzó en escuchar la algarabía habitual que originaban sus amigos cuando ya estaban preparados para llegar antes de las 9h a la escuela.

No percibió ningún ruido. Su extrañeza fue enorme.

Salió al comedor pero lo que encontró no era la estancia que esperaba, era efectivamente una sala, pero muy diferente y con muebles distintos, adornada con flores frescas, era el piso que habitaba en ese momento, ya era adulto.

Perplejo buscó un calendario que le confirmara la fecha actual, tuvo la sensación de estar viviendo dentro de una novela y no le agradó descubrirse como el protagonista principal.

Observó con asombro que verdaderamente era el mes de abril pero de 2014 no de 1960 como él creía y le hubiera gustado.

No daba crédito a lo que estaba leyendo, se lanzó en busca de otro almanaque que le diera la razón, que en sus hojas encontrara la confirmación de que estaba en la primavera de 1960. No fue así, al levantar la mirada en el fondo del mueble que presidia la sala observó varias fotografías familiares acompañadas de pequeñas velas consumiéndose.

Tuvo que darse prisa para asearse, desayunar y no perder el bus, debía llegar al lugar de trabajo a la hora exacta.

La vida había seguido su curso, unas máquinas excavadoras, varios años atrás, habían hecho desaparecer el decorado de su niñez, todo había sido un sueño de madrugada, ahora ya era un hombre maduro.

Sentado en el bus, no podía dejar de recordar su fantasía y evocó a Wordsworth en su «Oda a la inmortalidad» y recordó en silencio.

Aunque mis ojos ya no

puedan ver ese puro destello

que en mi juventud me deslumbraba.

Aunque ya nada pueda hacer

volver la hora del esplendor en la yerba,

de la gloria en las flores

no debemos afligirnos

porque la belleza subsiste en el recuerdo.

Los ojos se le inundaron de lágrimas, y pensó que alguna tarde del mes de abril, o no, aunque sólo sea con el pensamiento, todos tenemos el privilegio de volver a jugar en ese pasaje que dejamos atrapado en la mente junto a los recuerdos de nuestra infancia.

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MDC

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