El barrio en donde crecí, no fue del todo grato, los recuerdos no siempre fueron buenos, pero hay uno que me marco de por vida.

El alcohol, la prostitución y las drogas eran algo bastante habitual en las calles de aquellos suburbios. Razón por la que la mayoría de los años de mi infancia, la pase mirando por la ventana y no jugando en la calle como me hubiese gustado.

Mis padres adquirieron una casa, gracias a lo que se conoce como «subsidio habitacional» así que no podíamos irnos de ese barrio, ni vender la vivienda, por un plazo de al menos quince años.

En esas tardes en las que miraba por la ventana hacia la calle, en donde algún señor medio ebrio caminaba con dificultad, podía también admirar la casa de enfrente, donde doña Laura. Ella era una mujer de edad madura, tranquila y de carácter dulce. Siempre que me veía asomada por la ventana, me saludaba y me regalaba un caramelo o algún dulce hecho en casa. Doña Laura salia todas las tardes con una silla de playa a sentarse en el antejardín, parecía que lo hacia para admirar el paisaje o tomar aire fresco, pero lo que en realidad hacia, era escapar un rato de las discusiones de su hogar. Su yerno y su hija Juanita, quienes vivían con ella, discutían con frecuencia.

Un día el esposo de Juanita, se fue con otra mujer. La pobre no sabia que hacer, más aun estando embarazada de mellizos. En su desesperación por no poder encontrar un trabajo para mantener a sus hijos, alguien en el barrio, le ofreció entrar al oscuro negocio de las drogas y Juanita acepto.

No era que ella misma divulgara a lo que se dedicaba, pero de la noche a la mañana Juanita comenzó a arreglar su casa y a equiparla bien. En las mañanas se le veía cuidando a sus hijos, en las tardes se iba a dormir y en las noches trabajaba, pues era en ese momento cuando sus clientes tocaban a su puerta sin parar.

Doña Laura seguía sentándose en las tardes en aquel antejardín, jugaba un rato con sus nietos y si bien, se veía que ahora no les faltaba nada, doña Laura no estaba del todo feliz con la profesión actual de su hija.

—¿Por qué no se va y deja a su hija que se las arregle sola? Lo digo porque se le nota que anda preocupada.— Le dijo un vecino un día a doña Laura.

—¡Eso no! Yo por mi Juanita y mis nietos haría lo que fuera, incluso lo impensable.— Respondió con decisión doña Laura.

Esas palabras quedaron grabadas en mi mente. Especialmente aquella noche fría, en que me desperté de un sobresalto, porque alguien hablaba con voz firme en la calle, se escuchaban ruidos de golpes que intentaban tumbar una puerta, mientras la luz de una baliza entraba por mi ventana. Me levante a mirar a la calle con cautela, pude ver que era la policía quien entraba en la casa de enfrente con mucha violencia. De inmediato, me di cuenta de que la vecina Juanita había sido descubierta.

Mis padres entraron a mi habitación asustados, yo me abrace a ellos. Miramos juntos por la ventana y pudimos observar una aglomeración de gente alrededor de la casa. De pronto, comenzaron a dispersarse, los oficiales salieron de la casa junto a la mujer esposada, la culpable de todos los cargos.

Para mi sorpresa no era la vecina Juanita quien estaba esposada, si no su madre, doña Laura, quien amaba tanto a su hija y a sus nietos, que se culpo de todo y acepto el castigo en su lugar. Mientras su adorada hija Juanita, lloraba junto a sus dos hijos de solo cuatro años.

Los vecinos miraban con asombro y desprecio a Juanita, quien permanecía cabizbaja y avergonzada ante los murmullos y miradas acusadoras. En cambio, doña Laura, se subió a la patrulla con la frente en alto, dándonos a todos los espectadores a entender, que a ella nadie la había obligado y que se sentía orgullosa de su generoso acto, por lo que nadie le cuestiono nada.

La gente del barrio tenía la esperanza de que doña Laura saldría pronto de ese lugar, porque ella era buena persona, no merecía estar encarcelada. Pero los cinco años y un día pasaron hace tiempo, y yo aun no puedo ver a doña Laura sentada en el antejardín junto a sus nietos, sonriéndome y ofreciéndome un caramelo.

Los años continuaron pasando y hoy pudimos vender al fin nuestra casa, nos vamos de este barrio marginal para siempre, pero llevare conmigo la enseñanza de doña Laura toda la vida, especialmente ahora que tengo un hijo en mi vientre, un hijo por el cual yo haría todo, incluso lo impensable.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS