Ojala nuestra despedida hubiera sido tan dulce y suave como el aroma de la canela, esa sensación tan cálida cuando los labios apenas tocan la infusión caliente dejando un sabor agradable al paladar en pleno invierno, pero pasó todo lo contrario.Fue como si hubiera tomado el trago más amargo y cruel que me dejó quemada la garganta… y el corazón.

Mientas evadía mi realidad evitaba poner atención para no reconocer ni saludar a nadie. Mi rostro cabizbajo lo deje hundido en el concreto, cada paso que daba era tan pesado que la inseguridad que reflejaba me salía por los poros. Ya había hablado previamente con su madre, solo le dije unas palabras de despedida y le comente que no me llevaría nada que no fuera mío, no estaba en el taller, solo me respondió- no importa que no sea tuyo, toma lo que quieras, ayudaste bastante a mi hijo-.

Decidida entre por el pasillo de la vecindad familiar donde vivían, entre al taller. Hasta el fondo había una cajonera vieja totalmente desordenada; mis manos temblorosas y húmedas comenzaron a abrir rápido los cajones para buscar entre el desorden el instrumental que me pertenecía, saque todo aquello que mis ojos reconocieron y así me fui cajón por cajón hasta que no faltara nada, todo muy aprisa para no encontrarme con él cara a cara, me determine a desaparecer de su vida y debía cumplirlo. Le di las gracias a Homero el padrastro de Oscar – eres buena persona, mereces lo mejor, te va a ir muy bien- yo no recuerdo si le sonreí pero salí veloz. Solo me faltó una cosa: la prótesis fija de mi paciente que ya había pagado y que Oscar no quería regresarme, era su gancho para humillarme y sentir que me ganaba.

Todo fue por celular – dame la prótesis de mi paciente por favor, ya me la pagó… Si quieres nos vemos en el metro tepalcates, me das mis cosas y yo te regreso las que me prestaste. Terminemos esto bien-. Estaba en mi casa una maleta de viaje y dentro de ella piezas de alta y baja velocidad junto con unas cartas de despedida.

– ¡dame mis cosas carajo! ¡Si quieres tu prótesis ven a la clínica y aquí te la entrego!- pero como un flash saltó a mi cabeza ese recuerdo donde me contaba con orgullo como es que cuando terminaba con alguna novia, las citaba en un lugar engañándolas y haciéndoles creer que quería terminar bien con ellas, pero la realidad era para presumirles su nueva novia, su reciente conquista por la cual había decidido botarlas y decirles su frase llena de soberbia “¡yo siempre gano!”. No pretendía caer en su juego, me negué. Yo también se jugar y se hacerlo bien. Oscar estallo en ira y coraje- ¡dame mis malditas cosas! ¡No pienso ir a ningún lado! ¡Si quieres la prótesis, tú ven!-. Controlándome respondí- ¡no quiero ir a la clínica de la Facultad!, que sea un lugar neutro. Por favor, tratemos de quedar bien y tranquilos-, – ¡eres una estúpida! ¡Si quieres tu prótesis ven!- Solo colgó.

No podía quedar mal con mi paciente, había confiado en que Oscar sería honesto y me la entregaría, dijo que me ayudaría. Mientras caminaba hacia la salida una línea larga de recuerdos se vino a mi cabeza como si fuera un listón en movimiento con imágenes y conversaciones del día que llego a mi consultorio donde yo estaba pensando en cómo diseñar la prótesis del paciente; de pronto unas letras negras resaltaron a mi mente,“yo conozco un laboratorista que puede hacer la prótesis así como lo quieres, esta derecho de mi casa”. ¡Eureka! Solo tenía que saber el número de la casa, sobre la misma calle de Canela. Regrese al taller para preguntarle a Homero si sabía cuál era la casa donde estaba el laboratorio, lo único que pudo decirme fue que al final de la calle del lado derecho había una casa con zaguán blanco.

Corriendo con las piernas temblorosas y el palpitar fuerte del corazón me dirigí hacia la casa que afortunadamente era la única con las puertas blancas. Toque el timbre y una niña salió, le pregunte si era ahí el laboratorio dental, ¡respondió que sí!, di el nombre de Oscar y la descripción de la prótesis, la niña entro y yo me quede afuera esperando con reloj en mano, ¡si la tenían todo se voltearía a mi favor!… entonces ganaría el juego. Salió el técnico dental con una bolsa en mano: era el trabajo terminado. Me la entrego y di el resto de dinero que sabía que no era de él, sino el aumento personal que Oscar le había dado para sacar ventaja de mí. Sentí un gran descanso en mi cuerpo, ya no tendría que verlo de nuevo.

El tiempo que trate a Oscar también conocí su debilidad. ¡de alguna manera supe que dejaría perder la prótesis y me haría asistir a la clínica haciéndome creer que la tenía para yo regresarle sus cosas y restregarme en la cara a su nueva novia para que la humillación fuera completa y total! Pero ahora tenía la prótesis e instrumental entre mis manos. Corrí sonriendo con ese sabor tan dulce como la victoria, despidiéndome gritando ¡adiós Canela! ¡Adiós sabor amargo!. Le marque a su celular – solo hablaba para darte las gracias, ya tengo mis cosas, también la prótesis. Homero sabe que fui por ellas al igual que tu mamá; no tome nada que no fuera mío y tampoco pretendo quedarme con tus cosas pero cuando gustes puedes pasar a mi casa por ellas- colgué ¡esta vez yo gane!

Quedo atrás para siempre la calle de Canela; con él, los recuerdos amargos que alguna vez me dolieron y las palabras congeladas que una vez salieron de su boca dejándome perpleja -¡te odio, cada vez que te veo me causas mucho enojo!- entre mi silencio y mi mirada de asombro, su última palabra de “aliento” -¡sí, soy el diablo!.

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