LAS CALLES A VECES SON RECUERDOS DE CRUELDAD

LAS CALLES A VECES SON RECUERDOS DE CRUELDAD

Pasan los años y nadie recuerda lo que allí paso, la angustia y la agonía de un hombre arrojado a las calles del viejo Ribadeo, tachado de afrancesado, simplemente quería ser un innovador.

Antonio Raimundo Ibáñez nació en Los Oscos en la limítrofe Asturias, tan cerca de la Galicia en la que concibió su negocio y conoció su final. Su educación ilustrada le llevo a creer que había que aprovechar los recursos de la tierra y con ellos dar riqueza a un pueblo en donde el feudalismo imperaba aún. La nobleza y el clero vivían sometiendo al pueblo llano y no querían perder sus atribuciones y privilegios.

Ibáñez, llamado por el pueblo que no lo quiso, Marqués de Sargadelos, porque fundo está empresa en el siglo XVIII, innovadora en sus técnicas, siendo pionero en el decorado mecánico de sus piezas y el gusto inglés de sus vajillas.

Sargadelos comenzó como fabrica de fundición y de armas, después loza, para eso se levantaron sus edificios, hoy en ruinas, en un lugar privilegiado, un río, para recoger su energía, árboles y el mar cerca para el transporte de sus mercancías.

Pero el pueblo no comprendió el uso de montes comunales y las clases altas no podían consentir que se abriese paso a la burguesía. Así que Ibáñez vivió la primera huelga industrial en Galicia y estar sometido a vivir siempre escondido y con pasadizos secretos para huir.

Tenía casa en Sargadelos pero también en Ribadeo, y cada vez que paso por sus renovadas calles no puedo dejar de pensar en el hombre que fue arrastrado por sus empedradas calles, atado a unos caballos que corrían a tanta velocidad que lo fueron destrozando hasta caer rendido, muerto por una ilusión…

Siempre pienso en la inmortalidad de los lugares, de las viejas alamedas, de tantas y tantas calles que han vivido tantos sentimientos escondidos, miradas ocultas, voces que ya no existen, muertes innecesarias y también besos y saludos de tantas y tantas personas que pasaron por allí.

Ellas siguen existiendo y cuando vas recorriendo sus espacios sin prisa van surgiendo los recuerdos, lo que nos paso en cada uno de sus rincones. Igualmente los que vivimos en ciudades pequeñas, vamos muchas veces tan aprisa para llegar a nuestros quehaceres diarios que solamente caminamos sin pensar en ningún tipo de pasado y a veces sin poder disfrutar del encanto de saludar a tantos conocidos que forman parte de nuestra familia de vecinos de nuestra ciudad.

Las calles de mi ciudad nos cuentan tanto… nos sugieren tantas sensaciones, los olores de la calle de las confiterías, la Plaza Mayor que vio unirse a tantas parejas, jugar a tantos y tantos niños.

Pero en este momento, este lugar costero me cuenta algo terriblemente amargo, casi la crónica de una muerte anunciada, porque en la historia de la vida los innovadores son una amenaza para el mundo, los creadores, los artistas de cualquier índole.

Al final, como tantas veces tiene que desaparecer un artista para ser valorado o quizá no lo consigue nunca. Sargadelos tiene un nombre propio, pero casi nadie conoce al que lo fundó. Posteriormente la empresa volvió a funcionar gracias a intelectuales como Díaz Pardo y Luis Seoane, y llego a ser un oasis de artistas y a su época de gran esplendor, ahora esta en horas bajas, la actividad comercial devora a sus principios y a su valor cultural.

Sargadelos y la tragedia… como la de aquel hombre que fue arrastrado por las calles de un pueblo se vuelve alegre y dicharachero en verano. Y solo yo recuerdo que esas viejas calles se fraguo una leyenda, en un invierno cruel donde la sangre y los harapos de sus ropas quedaron para siempre con una mente que podría hacer que nuestra Galicia feudal, saliese de su oscurantismo para pasar a las luces de una nueva época que se asomaba por todas partes, excepto por las calles del viejo Ribadeo.

Hoy me planteo que esa angustia tiene que convertirse en orgullo por ser el germen de una historia con final triste, pero con mucha huella artística y por otra en símbolo de la no violencia hacia aquellos que realizan algo diferente.

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