Cómo preparar paella
¿A qué viniste?, ¿qué haces aquí?, ¿debería o no? Y si… Los pensamientos se aglomeran mientras camino, aunque, ahora que lo pienso, ese ha sido mi estado normal durante los últimos meses. Varias capas de ropa me resguardan.
Alcanzo a verlo. Es el único ahí, al pie de las escaleras de la iglesia. Sonrío en mi interior, ¡qué emocionante! Cruza la calle. Lo imaginaba menos alto. Me toma de los hombros y besa ambos lados de mi cara. Lleva gorra tejida, cazadora verde y una bolsa del súper. ¡Mira que ha empezao a llover; vámo, que por acá está mi barco!
El recorrido me parece eterno. Me habla de la escuela, de sus derechos en las instalaciones del muelle, de lo que compró en el súper. Me jala tanto su voz, su acento. Como maestra de inglés, pongo atención a cada letra, cuál sale de su garganta o de qué parte de su boca. Esa “G”, esa “J”; la “X” cuando dice México lo hacen más varonil. Hablar español otra vez es darle vacaciones a mis oídos, además.
Del otro lado de la puerta electrónica está uno de los angostos muelles. Llegamos al Ipanema. Tall and tan and young and lovely, the girl from Ipanema goes walking… De inmediato estalla la voz de Sinatra en mi cabeza. Y ya todo sucede más lento: espera, que ahora te digo cómo subas, me dice. Y de un brinco está dentro del barco y pone una pequeña plataforma entre éste y el embarcadero. Venga, dame tu bolso, vas a tomar mi mano, fuerte; con la otra te tomas de aquí, pones un pie ahí y das el paso al barco, rápido y con seguridad.
Yo aprieto su mano como si lo conociera de siempre. En un segundo comienza mi primera vez en un barco que no es de pasajeros, en el hermosísimo Mediterráneo.
Aquí vas a bajar de espaldas tres escalones y un brinquito, recomienda. Siento un poco de claustrofobia. Hay olores nuevos para mí, un poco a humedad o a encerrado, un poco a viejo, sin ser desagradable. Él me muestra todo con lujo de detalle, cada rincón, los espacios aprovechados para guardar víveres, la importancia de atar todo.
Bueno, vámoa comenzar la receta, anuncia. La estufa se balancea y pone encima la paellera. Vierte bastante aceite de oliva. Yo veo, escucho, fotografío el proceso, incluso. Sofríe ajo, cebolla, pimientos picados; en una coladera machaca jitomates, cuya pulpa cae sobre los otros ingredientes.
Miles de pensamientos inundan mi mente. ¡Disfruto tanto! De pie, cerca de él, cual temblor en la Ciudad de México, todo se balancea. De un lado me sostengo de la cocina y del otro de la oficina. Cuando se pasa un poco, llevo mi mano a la cabeza. ¡Qué, te has mareao! me da un palillo que debo mantener en mi boca; tip de su mamá para evitar el vértigo en el barco.
Lava el resto de los ingredientes. Corta los calamares, los agrega. Se interesa por los sabores de mi vida. Luego muestra las almejas, las compara, con tono pícaro, con un cuerpo de mujer. Prueba. Sus dedos comparten el sabor en mi boca; también me revela sazones de su familia y cuánto disfruta cocinar y convidar. Agrega arroz, caldo de pescado; espolvorea el azafrán y forma un aro de camarones.
Extrañaba tanto tener una plática de verdad. Durante la cocción del arroz, él corta queso y jitomate para colocarlos sobre un plato con aceite de oliva. No sé de dónde saca una mesa y la monta. Enseguida apaga la estufa y cubre la paella, debe reposar así quince minutos más. Me invita a tomar asiento. Entre vino tinto y pan, bromeamos. Olores, sabores, guapa y hermosa son palabras que resaltan.
¡Por fin la paella esta lista!
En Malta solo los pastries y la pizza saben bien, me concentro en cada ingrediente. Me regodeo con sabores familiares, con recuerdos. No tengo idea del tiempo, me sirvo otra ración. Vamo, que me encanta que te guste, señala. Cuando terminamos pone paella en un recipiente: pa la cena, pero te encargo mi Tupper. Yo no puedo evitar la carcajada y lo contagio con un chiste al respecto, entre la música de salsa, de fondo.
Prepara café. Vocablos sugerentes. Su mano sobre mi pierna sacia el apetito por la charla. He olvidado los meceos del Mediterráneo. Soy escuchada, apapachada, consentida, amada.
Debo irme.
En la parada del autobús me besa de despedida.
¡Éxtasis total! Quisiera gritar, llorar, le escribo a mi mejor amiga por Whatsapp, ¡todo luce más hermoso, no quepo en mí de alegría! Por primera vez, en tantos meses tortuosos, me siento viva: ¡amo la paella y ya sé prepararla!
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