La fila del baño

La fila del baño

Paola R.A.

01/09/2018

Estuve paseando por el aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad De México, no tenía mucho tiempo disponible antes de pasar a la sala de abordar, pero el tiempo existía, así que me decidí a desayunar fuera de la sala. Todo está completo antes de entrar a las salas, ya dentro, es un mundo reducido con pocas posibilidades.

Entré a un restaurante con mi mochila atiborrada de cosas, porque ya en mi maleta no cabía más, fue un milagro poder documentarla. Dentro del cálido establecimiento poco me importaba ya mi enorme maleta, me preocupaba solo por los rugidos hambrientos y por el poco tiempo que poseía en el mundo exterior. Me apresuré a ordenar algo y mientras lo hacía, comencé a tener la sensación que solo con un baño se puede aliviar. Esperé a que el mesero terminara de anotar y le encargué que cuidara mi mochila porque no quería que pensara que no volvería y terminara cancelando mi orden.

El baño estaba justo frente al restaurante y tenía una larga fila para entrar, me apresuré a ella sabiendo que el siguiente baño más cercano que había, estaba en realidad bastante lejos, y que tenía muchas ganas de entrar ya. Estaba detrás de tres brasileñas, una de ellas era pequeña y en brazos.

No había mucho que hacer estando en la fila, sacar mi celular se me hacia de algún modo una falta de respeto y me entretuve escuchando un hermoso y fluido portugués sudamericano. Lo poco que entendí de aquella conversación fue que la niña era quién tenía la mayor urgencia por entrar al baño, me sentí mal por ella Sí hubiese estado delante en la fila las hubiese dejado pasar, pero en mi situación no podía hacer más nada por ayudarles.

La fila fue aumentando rápidamente. Detrás de mi llegó una señora preguntando incrédulamente sí esa era la cola, a lo que yo respondí con un lastimero «sí» y una sonrisa a manera de disculpa. Atrás de ella, se acercó un grupo de señoras pero al darse cuenta de la larga espera, optaron por ir a buscar otro baño. No me fijé más en cómo continúo la fila, me limité a ser consciente de que se alargaba. Mi mundo eran las tres portuguesas y la señora de blusa a rayas.

Todas las mujeres, tenemos una debilidad con los peques por lo que, tanto la señora detrás de mí, como yo le sonreíamos casi estúpidamente a la niña. La pequeña solo nos miraba con sus grandes ojos mientras saboreaba su dedito.

No estuve pendiente de cuánto tiempo llevaba ahí, pero recordé el restaurante y pensé que quizás mi comida estaría ya sobre mi mesa, enfriándose. El deseo de un buen consomé de pollo en un mes tan frío, aumentó mis ganas por pasar al baño.

Poco a poco la fila comenzó a avanzar y me pareció que no se alargo más. Es gracioso como de repente llega mucha gente y pronto cesa la actividad. Cuando por fin pude acércame lo suficiente a la entrada del baño, pude ver que este contaba solo con tres cubículos y uno de ellos estaba siendo limpiado. Me pareció algo desconsiderado que la mujer que lo limpiaba no hiciera una pausa para dejar pasar a otra mujer desesperada. Pero, quizás era solo mi vejiga hablando.

Mi mente se perdió de repente, y al contrario de cómo suele ser en las mujeres, solo pude hacer una cosa. Tratar de conservar la orina en su sitio. El siguiente paso en mi protocolo de urgencias biológicas era comenzar a bailar y a dar saltitos de un lado a otro y tomar el final de mi blusa como sí fuera la última cosa a la que aferrarme en este mundo. Pero gracias a cualquier divinidad, por el momento todo estaba bien. Solo tenía cara de concentración que habría pasado fácilmente desapercibida, sí la niña delante de mí no hubiese comenzado a reír causando que las mujeres delante en la fila voltearan y me vieran mientras yo intentaba disimular sin perder la concentración. La vista de las otras mujeres se cruzó con la mía tan solo segundos, pero pude leer en ellas juicios y una gran compasión. Ambas simultáneamente.

No sé si fueron los nervios, la vergüenza o que comenzaba a subir en la escala de mis urgencias, pero me pareció que la gente comenzó a entrar y salir más rápido. Antes de que pudiera volver a pensar con claridad, me encontraba ya al frente de la fila. De pronto, comencé a ver en cámara lenta cómo se entreabría una puerta e instintivamente me preparé para correr ya con las manos en la bragueta.

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