Al ritmo de un camino real

Al ritmo de un camino real

Es como sentirse en familia. En el barrio El Pedregal es frecuente el saludo entre primos: los Blancos, los Reyes o los Farfán. Causa intriga conocer quiénes fueron la segunda generación de los que habitaron el lugar en otrora. Demostraría aquella frase popular bastante manida que reza: «La Carne de primos se come».

Que mejor manera que aprovechar la visita de Annie Christine, quien llegaba al país de la mano de una reconocida ONG internacional, para visitar ese barrio enclavado entre las dos urbanizaciones más opulentas de la capital. Su trabajo es llevar felicidad y solidaridad por doquier. Es uno de esos seres especiales que conoces e inmediatamente te quedas prendados de ellos. Más allá de su personalidad, por la historia que lleva tatuada en su experiencia de vida. Sus padres representan a la alta aristocracia parisina; pero ella, l’enfant terrible de la familia, un día decidió dejar el lujo y la buena vida para dedicarse a la tarea de ayudar a otros. En esto lleva más de 15 años. Precisamente fue en una experiencia de voluntariado cuando coincidimos y empezó nuestra relación.

Dado que Annie se hospedaba en casa, preparamos los bártulos apropiados y salimos, dejando atrás nuestros prejuicios. Previamente, ya había acordado tener durante la visita la compañía de Carlos Farfán, uno de los líderes comunitarios de allí y descendiente de la estirpe fundadora.

Llegamos con el alba del domingo. Hacía fresquito y el cielo caraqueño estaba celeste y blanco. En la calle El Manguito estaba él. Luego de la presentación de rigor, inmediatamente nos convidó a desayunar: empanadas recién hechas con un café llamado guayoyo.

Laura es una de las tantas vecinas que regenta uno de los más de 100 negocios informales censados de la zona. A través de la ventana exterior de la humilde sala de su casa, había improvisado su emprendimiento. El negocio era un éxito. El secreto es que le pongo ají criollo a la masa de maíz, nos confesaba la dueña del local. A Annie le encantan. Para ella es un producto de exportación. A medida que conversamos, empezaron a llegar más clientes. Humildes, amables y llenos de esa picardía criolla inagotable. El local de Laura es la parada obligada para mitigar el hambre y alimentar el alma.

Cuando pasábamos por la calle Real, el sonido de la salsa ya iba siendo parte del paisaje del lugar. Por cada puerta una versión distinta. A todo volumen escuchamos desde la clásica hasta la más moderna, pasando por la salsa cabilla.

Luego de atravesar por distintos vericuetos, finalmente llegamos a casa de Doña Carmen Dominga Blanco de Farfán. Era la abuela de Carlos. Nos esperaba desde hacía rato. Estaba febril, me imagino que por las ansias de atendernos. Le dije que su nieto nos había retrasado pues parecía «novia de pueblo: Cada dos pasos se detenía para saludar y dar besos». La abuela sonrió sin dejar de mirar a Annie. Le preguntó qué de donde era y si sabía español. Ella asintió sonrojada con la típica mueca que hacen los extranjeros ante esta pregunta, la cabeza ladeada y los dedos casi juntos: «Así un po-qui-ti-co».

Carmen, quien lleva impreso las marcas de vida de sus 92 años, nos narró con lucidez muchas historias y no menos anécdotas del barrio y sus pobladores. Muy similares al resto de las que escuchamos durante el día. Familias que en su ADN tienen marcado el sueño de conseguir una casa, educación y trabajo para sus miembros.

Entre estas experiencias exitosas está la de su nieto Andrés. Como pocos en el barrio, había llegado lejos y conseguido la fama. Orgullo de los pedregaleños. Bien educado como todos los descendientes de Carmen. Empezó siendo percusionista, y luego de estudios y becas, era hoy día el director musical de Yuri Buenaventura… El salsero más famoso de Francia y habitué de los latinos parisinos. Le dije con emoción que a lo mejor conocía a su nieto, pues cuando estuve en París entrevisté y me hice amigo de este cantante colombiano. Le comenté que, por cierto, Yuri tenía una historia muy linda de amor, pues su papá fue cura y su mamá monja. Aquello sorprendió a Carmen, quien no dejó de reír hasta llorar, mientras le hacía comentarios sobre el hecho. Annie me dio un golpe en las costillas mientras me reclamaba en francés que nunca le hubiera contado esa historia.

Carmen sentía mucho orgullo por su familia, pero a este nieto lo tenía en el altar. Me trajo fotos y recuerdos, reseñas de periódicos y revistas con su consentido Andrés en primer plano al lado de Yuri… Mientras pasaba las páginas iba narrando anécdotas sobre su nieto y sus peripecias.

Luego de pasar casi tres horas, entre recuerdos, cafecitos y anécdotas, Carmen confesó que en la actualidad los valores y la ilusión por progresar honestamente se estaban perdiendo. Lacónicamente nos dejó su opinión del porvenir. Aunque esperanza es lo que queda y no se pierde mijo, lanzó desde lo más profundo, no sin antes darnos la bendición. Salimos de aquella tertulia con el estribillo de una canción de Yuri en el fondo: «Sé que de esta pena sin medidas, saldrás cantando y no llorando …(bis)».

Atrás quedó un día lleno de experiencias. Gente que deja de integrar las cifras de la pobreza cuando se convierten en personas reales. Vidas, como es normal, que surgen y otras que ven pasar el autobús del progreso. Jóvenes que llenos de energía descubren inocentemente la realidad y otros que la realidad los sorprende. Gestos que dan placer y otros escondidos que merecen condena. Ese es el crisol de este barrio caraqueño.

Coincidimos con Annie en dejar la reflexión de lo vivido para otro día. Nos miramos y nos besamos, comme d’habitude. Encendimos un Gauloise y nos quedamos, desde la terraza, oteando las luces brillantes del barrio El Pedregal.

La melodía de Yuri Buenaventura nos envolvió :»Es que a alguien le dijiste que te gustan los domingos y salir a caminar sola conmigo …«.

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