Pude entrever la pistola asomándose desde el interior de la gabardina y acto seguido su fría sonrisa se tornó amplia y desafiante. No podía moverme del asiento y el irritante traqueteo del tren me taladraba los oídos.
—Eres consciente de que en este vagón hay mucha gente, ¿verdad? —se relamió mientras ojeaba a los pasajeros.
La miré a los ojos, unos ojos claros sin vida ni emoción, carentes de sentimiento, y agaché la cabeza en señal de sumisión, necesitaba ayudar a mi hermana.
—Así me gusta, mejor tranquilo, temía que me jodieras el viaje pero la verdad es que eres una persona muy sensata— ocultó el arma debajo de su atuendo y se acercó a mí, acariciándome la pierna mientras rozaba delicadamente mi oreja con sus labios —, y además bastante guapo —susurró, e inmediatamente después volvió a su posición inicial, cogió una de las revistas que ofrecía el servicio del tren y se evadió de la situación como si no hubiese ocurrido nada.
Apoyé la cabeza en la ventana, y pude advertir el inmenso descampado que nos rodeaba, la niebla era muy densa y dificultaba la visión más allá de las inmediaciones de la vía, hacía frío. Las luces del vagón eran tenues y la mayoría de los viajeros aprovechaban para dormir, sin embargo yo me encontraba más despierto que nunca, tenía que localizar como fuera a mi hermana y si debía exponerme de esta manera lo haría, sólo quería encontrar el lugar donde la tenían presa.
La policía aparcó la operación de búsqueda porque a los pocos días de denunciar su desaparición hallaron un cadáver congelado bajo la nieve, un golpe en la cabeza había sido suficiente para acabar con su vida, pero yo sabía que no era ella, sabía que no estaba muerta, aquel cuerpo no era el de mi hermana, ¿si no por qué se había molestado esta mujer en escoltarme hasta aquí y apuntarme con una pistola?, me estaba metiendo en la boca del lobo pero eso era buena señal, cada vez estaba más cerca de mi objetivo.
Yo no había comprado este billete ni me había subido al tren por decisión propia, es muy fácil hacer cambiar de idea a alguien cuando amenazas con volarle los sesos si no te sigue, pero creo que iba bien encaminado.
—¿Cómo te llamas? —pregunté.
—Ness —me miró fijamente durante unos segundos y después volvió a fijar sus ojos en la lectura.
—¿Es tu nombre falso?
—Veo que lógica no te falta —soltó una pequeña carcajada.
—¿Serías capaz de dispararme?
—Por supuesto —dijo sin un atisbo de humanidad en su rostro y sin levantar la mirada de la revista —, sería una pena deshacerme de alguien tan apuesto así que no hagas tonterías, prefiero disfrutar de tu compañía mientras sigas vivo.
Aquella mujer hablaba muy en serio, mi única opción era esperar. Opté por dormir un rato, aunque no tenía sueño mi mente llevaba trabajando sin descanso semanas, necesitaba despejarme de algún modo.
Un delicado beso en la mejilla me desveló y con un acto reflejo me separé bruscamente.
—Que desconfiado —dijo con su dulce voz y una escalofriante sonrisa —, hemos llegado, levántate rápido si no quieres que te levante de una hostia.
Salimos del vagón, ya no había nadie, ningún pasajero y se erguía ante nosotros una estación de ferrocarril erosionada por el tiempo. Las paredes derruidas estaban cubiertas de moho debido a la humedad creada por la niebla constante que inundaba la zona. El suelo de azulejos blancos y rojos mostraba historias dibujadas sobre animales exóticos y antinaturales. El aire gélido abrazaba mi cuerpo y la escena me sobrecogía, se distinguía con claridad lo que había sido la taquilla y los tornos para entrar. Delante del tren que nos había llevado hasta allí se encontraban los viejos ferrocarriles olvidados, el viento sonaba metalizado al encontrarse con las estructuras de hierro que componían el complejo de máquinas abandonadas. Entendí en aquel momento que los pasajeros se habían bajado mucho antes, y que el tren había sido manipulado para llegar hasta allí, era una última parada especialmente dedicada a mi persona.
Ness anduvo decidida por la escena y se acercó a una puerta de madera maloliente, cerca de la taquilla, que se resquebrajaba mientras empujaba hacia el interior para abrirla. Se me encogió el corazón. Mi hermana estaba recostada en el suelo boca arriba, corrí hacia ella y me senté a su lado, la abracé pero no obtuve respuesta, estaba inconsciente. Acaricié su pelo y besé su frente, sabía que no había muerto, lo sabía. Dos pequeñas ventanas en la parte superior dejaban pasar la escasa luz que iluminaba débilmente la estancia, entre las sombras se advertían unos viejos asientos muy deteriorados, estábamos en una antigua sala de espera. Escuché como la puerta se cerraba tras de mí y al girarme no había nadie más en la habitación, me levanté aprisa e intenté abrirla pero no cedió, estaba bloqueada, le di una patada y la golpeé con todas mis fuerzas, tampoco obtuve ningún resultado, grité angustiado y recorrí la sala en busca de otra salida. Las zonas que carecían de la claridad que se colaba por los pequeños tragaluces estaban gobernadas por una densa oscuridad que dificultaba cualquier acto de reconocimiento o búsqueda. Me dediqué a palpar con las manos las paredes con la esperanza de encontrar algún modo de escape pero la uniformidad de éstas me abatió, sólo encontré restos de papel y enredaderas. Escuché un intenso crujido proveniente de la puerta, un golpe seco y ensordecedor, una bala atravesando la entrada, directa al cuerpo indefenso de mi hermana. Quedé paralizado. Otro disparo. Un espeso líquido oscuro empezó a brotar de su pecho. Mis piernas no reaccionaban y mi mente había quedado inmersa en la desesperación, caí de rodillas al suelo. Lo último que recuerdo es el sonido del tercer disparo, esta vez dirigido a mí. Aquel intenso viaje me había conducido finalmente hasta ella, pero no la volvería a ver nunca más.
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