Es el primer día que cae la lluvia, después del viento y las hojas secas que el otoño nos dejó. Llueve, y ya inician a brotar pequeñas hojas verdes en los árboles. Llueve, y ya siento el aroma de las flores. Llueve, y ya siento el olor de la tierra y la madera mojada. Llueve mi amor, y ya siento el aroma de tu perfume cada vez más cerca.
Llueve, mi amor, y ya no sé hacer otra cosa que imaginarte bajo la lluvia, siento tus manos frías y el olor de tu cabello mojado, llueve como aquella noche que te conocí, llueve como aquella noche que me sacaste una sonrisa «fue dificil dejar de hablar y de mirarnos». Llueve, y ya no puedo dejar de pensar en la razón, aquella razón que te permitió quedarte en mi corazón y en mis recuerdos. Llueve, y ya no sé escribir si no es sobre mojado por si el viento no es capaz de llevarse las palabras. Las promesas de la primavera se han ahogado a base de silencio y el tiempo no hace más que recordarme que tu olvido estallará en cualquier momento. Llueve, y ya el viento se llevó aquellas palabras que un día me dijiste – Que se resume en “Siempre estaré ”.
Llueve, mi amor, y ya el viento del otoño se llevó el siempre y el nunca. Dime dónde podría esconder los suspiros de lo que siento para que no se los lleve la marea, mar adentro. ¿En qué momento se rompieron las botellas donde guardábamos los recuerdos? Dime, porque ya solo quedan trozos de vidrio que se acumulan entre mis dedos cada vez que intento escribir tu nombre, desgarrándome la piel y aguantándome las ganas de llorar.
Cierro mis ojos, recuerdos hermosos dan vueltas y se pasean en mi mente, por eso ahora duelen y sangran mis labios, dicen que hay más de mil maneras de morir, yo sólo te conozco a ti.
A ti a mi lado respirándome la piel, desordenando mis cabellos, desordenando mis latidos, provocándome pequeños amaneceres hacia tus labios; ojalá fuera capaz de describirte cuánto quise besarlos aquella noche y decirte buenos días “Mi Amor”. Pero estabas tan en calma, tan sin mí.
Me abrazaste suavemente, tus manos rebosaban tanta paz y yo debía declararte tanta guerra para protegerme y no sufrir tu ausencia, siempre supe que algún día desaparecerías, sin decir nada, sin decir adiós o talvez pronto volveré; si fui a curarte las heridas fue tan sólo con el fin de seguir matándonos después. En el fondo lo sabía, pero me arriesgue a quererte y dejarme querer.
«Jamás debiste tomar aquel vuelo» -me dijeron al verme arribar en el aeropuerto en forma de piezas. No podía respirar, yo solo quería cortarme los pulmones con tus uñas, que el dolor me traspasara los huesos de tu recuerdo y retorciera mi clavícula hasta encontrar tu cicatriz. Quizás así, pudiese desde dentro cicatrizar la herida.
Cuando llueve me acuerdo de ti, a veces te pienso y dejo de existir, entonces el mundo tiembla y las nubes se echan a llorar creando un ejército de besos que golpean tu ventana. Déjate mojar un rato. Que no conozco imagen más bonita que cuando te vi brillar bajo la lluvia ni conozco escondite más seguro que aquel portal en mitad de la tormenta.
De hecho, que tú quizás no lo sepas, pero anoche soñé contigo y en el sueño, te prometí que cada vez que lloviera me tendrías a tu lado, con los ojos cerrados y el corazón abierto. Exactamente igual que cuando te vi por última vez. Hoy llueve, diluvia en mi ventana y tú no estás. Pero créeme, yo estoy pegada a la tuya desde la primera gota que ha caído en tus manos.
Sé que vives en una ciudad hermosa, el cielo es azul y las noches son estrelladas, sé que en estos días llovizna, llueve, diluvia más de lo normal; pues, soy yo que en estos días te echo de menos más de la cuenta, soy yo mirándote en cada gota que cae en tu ventana, soy yo quien te moja la cara como si fueran caricias, como si fueran besos.
Asómate a las nubes, mi amor, que no es agua lo que cae desde este cielo oscuro, son caricias y llevan todas tu nombre y la única misión de acariciarte a ti.
Ayúdame a quererte en este mes de recuerdos, que pronto llegará el invierno y aún tengo que encontrar las fuerzas para no dejarnos morir de frío. Deja tus manos enredadas en mi pelo, acerca de nuevo tu boca a mi cuello y susúrrame el silencio de todo lo que hoy nos estamos callando. El silencio que cada día nos aleja y nos acerca, el silencio que no nos deja ser libres, el silencio que está dejando un vacío que no debería existir. y es que dime, ¿de qué sirve callarnos la vida cuando así solo nos estamos matando?
Me gustaría tener tus caricias esta noche, la fiebre inunda mi cuerpo y te escribo desde el sofá en donde debería estar acurrucada a ti. La cama parece más grande conforme más te alejas y ya ni siquiera puedo ver tu silueta cuando sale el sol. Mis sábanas son hoy la definición exacta de una eternidad sin ti.
Has enmudecido, aunque sea triste “quizá eso, sea una manera de olvidar, ver que mis palabras están llamando a nadie”. Saber que una sombra súbita agrieta la más cierta esperanza.
Pasan los días y aun no se de ti, cómo no morir ahogada si en cada verso alejas cualquier esperanza de rescatarnos. Cómo, si tus manos han dejado de intentar nadar. Las mías están cansadas, mi amor, apenas tienen fuerzas para acabar esta carta y pronto dejarán de intentar salvarte, dame al menos, aunque sea un motivo para odiarte, además de un adiós sin palabras.
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