Desciendo.
El sonido de la gravedad de mi cuerpo excede los bullicios bajo mi espalda. El cielo se aleja de mí, inalcanzable. La presión del aire es intolerable, quiero gritar y no puedo. Mi corazón estallará antes de cruzar el umbral del abismo, lo sé.
Se presentaron los brazos largos de mi padre y sus estruendos, se presentaron lágrimas en el rostro de una versión más joven de mi madre. Los alumnos de sexto grado me golpearon en el recreo y no supe cómo defenderme. Siempre la miraba a ella, todos los días, en todas las clases, y le parecí raro y de mi carta todos se rieron. Sentado solo, caminando solo. No supe ser alguien más. Cortes, llanto, y mucho silencio.
Tantas palabras que no dije, tantas cosas que hice mal. No quiero ser alguien más, quiero volver a ser yo, pero tomar decisiones diferentes, determinarme, exigirme, ser quien debí ser.
Amor obsesivo, amor y traición. La huella estaría siempre presente. “Ser bueno no funciona” dijeron; “no seas tonto” dijeron. En mi trabajo se aprovecharon de mí y no supe cómo defenderme. No era nadie para exigir respeto. No era nadie para creer que podría irme bien en la vida. Sueños rotos. Segundas oportunidades. Amor mezquino, traición y desamor. Mis brazos se volvieron largos. Socavé mis afanes de felicidad en cada ocasión. Profané mis sueños y me devoré. Soy los abusadores a los que di lugar, soy la maldad que recibí.
Desciendo.
La ilusión se rompe, el cielo se apaga y el viaje termina.
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