Realmente mi ofuscación no tenia precedentes.

Desde muy temprano a la mañana, en la oficina, chequeando la veracidad de cientos de papeles, hicieron una mañana\tarde eterna, solo anestesiadas por un termo de café en todo el trascurso de ese día.

La Cot me dejo en la radial de Tarariras, cerca de las 11 y media de la noche, la cual se presentaba gélida. Un viento, no tan estremecedor pero ante el eco de una interminable ruta 1, dejaban al sentir de uno mismo una sensación de soledad.

Me sentí sorprendido por dos luces que venían de frente a mi, a poca velocidad, pero que le alcanzaban para romper el manto de niebla.

Era un taxi, se detuvo delante mio, y la ventanilla del acompañante se deslizó hacia abajo; lo conducía un hombre de unos 40 años, con complexión delgada y una mirada penetrante.

«No está para estar afuera, subite». Dijo, con una voz profunda.

-Intuí que algo raro pasaba, Andrés nunca demora. Dije.

-Se atrasó con una señora, me pidió que viniese.

-Cero problema, gracias.

-¿Cómo te llamás? Pregunté.

-Seguramente me conocés, te veo seguido.

-Disculpame, no te ubico, ¿sos nuevo? Dije.

– Para nada, conozco esta ruta como el patio de mi casa. Es un ambiente desolador, hasta para estar dentro de un auto sin contacto con el exterior. Y más estas noches gélidas. La noche dice mucho.

Volteé la cabeza hacia el frente, su frialdad pero a la vez su énfasis en la particularidad de la ruta me hizo sentir como si un dedo helado me recorriera la espalda.

-¿Hace mucho trabajás con Andrés? Pregunté.

-Uff, desde que tengo memoria, como te dije, conozco esta ruta como el patio de mi casa. He tenido que parar muchas veces por ruidos del motor en plena ruta, en días y noches como estas, y realmente siempre sentí una sensación de soledad. Como si estuviera solo en el universo. Pero a la vez no, ¿sabés? Como si hubiera más de lo que mis ojos pueden ver. Me explicó.

Perplejo por tal habilidad al relatarme todo eso, generó que me erizara por completo. La luz apenas se reflejaba, su rostro era un mármol frío y penetrante, sin pestañear miraba la ruta por cual nos llevaba, aunque no tenía porqué tener gestos muy exuberantes, esa frialdad me dejó perplejo, me hacia sentir mas de lo que sus palabras me relataban.

-Debe cansar hacer este mismo trayecto. Dije.

– Cuando estás demasiado tiempo en un lugar, te volvés ese lugar. No podes dejar de estar. Si habré visto cosas. Autos, camiones parados a la deriva de la ruta. Muchas veces solitarios, paré muchas veces para ver si necesitaban algo, a veces me decían que no, gracias, y seguía mi camino, y en otras, nadie me atendía. Como si estuviesen ahí eternamente. La ruta tiene eso, muchas veces parece infinita, eterna.

Quería comprender lo que estaba escuchando, aunque no podía dejar de contemplar dentro de mi un miedo creciente, casi ansioso.

– La noche no es para cualquiera, tampoco la soledad, y más viajando solo. Dije.

– Jamás estás solo, siempre tendrás compañía. Me explicó.

– Pero la mitad del tiempo viajas solo, y más estos trayectos. Dije.

– No me refería acá adentro. Sonrió y giró su mirada hacia mi.

– Muchas vidas se han perdido en estas rutas, muertes inesperadas, personas que no estaban en los planes. Personas que iban hacia un lugar, y en un momento, ¡pam! Quedan en la eternidad, viajando eternamente. Terrorífico, ¿no? Volteó la mirada otra vez hacia el camino.

-Con ese sentir, no se como no renunciaste todavía, me volvería loco tener que vivir todos los días estas sensaciones. Le expliqué.

– Vivir es un decir, el tiempo transcurre para todos. Dijo sin mirarme.

– Para todos menos los que nombraste, los eternos. Sonreí para poder descongelar ese momento tan frío.

– Ellos viajan sin fin. Como yo, y seguramente vos, en algún momento.

Dejé caer mi mirada hacia todo el frente del auto, no tenía rastros de un celular, o algo para comunicarse.

– Es como si viera a todos estos desamparados del tiempo, esos compañeros de ruta que siempre están. Por lo menos, no me siento solo, aunque creo que lo estoy. Dijo sin ningún pesar.

Cuando quise comprender esas palabras tan incomprensibles (e intimidantes) pude ver que estábamos llegando.

Me dejó frente a la estación de servicio que está en la entrada.

– Cuidate del frío, y no andes solo, tal vez la próxima vez no tengas tanta suerte de que te lleven. Giró al verme bajar del taxi, con una mueca casi tan incomprensible como fría en su rostro.

-Gracias, cuidate y descansá. Dije.

-Será difícil, me espera un largo viaje todavía. Replicó.

Cerré la puerta y el taxi avanzó hasta perderse entre la niebla.

Cuando levanto la vista, veo el taxi de Andrés dirigiéndose hacia mi, me sorprendió la idea de encontrármelo.

-¿No estabas en la radial? Me preguntó.

– Hasta hace 20 minutos si. Tu empleado me trajo rápido.

– ¿Llegó antes la Cot a la radial? Son y media recién.

Sorprendido por tan poca comprensión del tiempo, reviso mi celular. Tenía razón, eran las 11 y media. La misma hora la cual llegue a la radial varios minutos antes.

– Pero si el taxi no demoró en traerme menos de 15 minutos. Dije sin entender.

– ¿Estás bien vos? En ningún momento tuve un empleado a esta hora, jamás, recién te envié el mensaje y cuando estoy saliendo de Tarariras, acá estás. ¿Estás bien?

Mi cara era de horror absoluto, parecían haber pasado no menos de 20 minutos de haber estado en la radial, y era la misma hora en la que llegó aquel hombre a buscarme. Estaba en shock.

Ya en casa, comprendí que jamás olvidaría lo que me acababa de suceder. Sin dudas fue el momento mas terrorífico de mi vida, y que aún puedo contar, como reviviendo esos momentos, bajo el manto de esa noche helada.

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