La terminal estaba a reventar de personas, al igual que mí corazón de latidos emocionados. Un corazón veinteañero que no veía la hora de ver al hombre que amaba. Amor al que un mes atrás había despedido en esa misma terminal, y el cual en ese momento pensaba pasarían años para volver a ver.
Tan solo dos días atrás había recibido un mensaje de mi novio que decía: “Te acabo de depositar lo que necesitas para venirte por tierra a Colombia, ¡ya tienes trabajo amor!”. Ese mensaje fue el principio de esos latidos inquietos que se habían apoderado de mí corazón, durante dos días de preparación de mi salida del país. Marco representaba un amor de esos bonitos, llenos de risas que terminan en dolor de panza, de tristezas agarrados de la mano haciéndole frente a la realidad. 6 años increíbles de dos jóvenes con ganas de comerse el mundo.
Es increíble, la forma en la que somos capaces de robarnos el corazón de otra persona. Convertirnos en familia de un ser que era un completo extraño. Durante los preparativos del viaje, la ganas de verlo eran más, y más grande. Estaba enfocada totalmente en nuestro rencuentro, que el resto del mundo no importaba.
Escuchaba hablar a mi madre y hermano del estado deplorable de aquel terminal. Por mi parte me mantenía callada inmersa en mis pensamientos, visualizando mi reacción al volver a ver a Marco. Estaba tan enfocada en mis ganas de estar nuevamente con él, que ignoraba la tristeza de mis seres queridos al verme partir.
Durante esos días, Marco siempre estuvo al tanto de todo, incluso en la terminal, por momentos hablábamos por texto. No veíamos la hora de estar juntos de nuevo.
La bocina del bus me trajo de vuelta a la realidad, un mar de lágrimas emergían a mí alrededor de familiares despidiendo a sus hijos, madres, hermanos. Solo iban al país vecino y no era fin de mundo. Aquel bus trasladaría los sueños e ilusiones de más de 30 jóvenes, y de sus familias que aunque no abordarían, estarían presente durante todo el trayecto orando por un futuro mejor. La meta estaba fijada y el regreso incierto…
Fue entonces cuando sentí vergüenza de mi felicidad, observé los ojos tristes de mi madre. A lo mejor llevo esa mirada desde el día que le di la noticia, y simplemente la ignore… sé que ella mejor que nadie comprendía mi felicidad, pero también sé que al contarle de mí partida, se tragó muchos, ¡no te vayas!
Mi hermano al igual que mi madre se encontraba tranquilo, ayudándome a mover las maletas entre tanta gente. Unos segundos antes de subir al bus, los abracé fuerte con lágrimas en los ojos y les dije lo mucho que los amaba… aun no entraba en cuenta de lo que estaba dejando atrás. Moría de ganas de ver a Marco, solo sabía lo que era extrañarlo a él, nunca antes había estado lejos de mi familia más de tres días.
Ya dentro del bus los latidos de mi corazón cambiaron, se volvieron estruendosos gritos llenos de miedo, unas ganas desesperadas de ver el rostro de esos dos seres hermosos que me despedían, y de otros que no pudieron estar allí, no quería borralos de mi mente, quería verlos. Era tarde para bajar del bus y volverlos abrazar.
Jamás olvidare aquellos ojos envueltos en lágrimas. No aparte la vista ni un segundo de la ventanilla mientras el bus salía de aquella terminal. Mi madre destrozada caminaba a un costado de lo que en ese momento representaba una maquina malévola que se llevaba a su hija.
Había entrado en cuenta, pasaría mucho tiempo para que los volviera a ver. Las lágrimas me ahogaban, acababa de salir de la terminal y ya los extrañaba con desesperación. Dejaba a los amores de mi vida, mi gente, todo lo que me representaba. Comprendí que seguiría vacía, en un principio lo estuve por despedir a Marco, y en se momento por despedirme de ellos.
En 22 años de vida, por primera vez empezaba a crecer.
Los lloré todo el viaje. Recuerdo que la persona a mí lado me decía que me calmara: “tanto llorar te debilita, necesitaras energía”. No hice caso pues solo quería recordar mi vida con ellos y eso significaba llorar un río de emociones…
Lo duro no era irse, lo duro era saber que allí dejabas amores tan grandes, y el hecho de un rencuentro ambiguo. El viaje sigue, ahora soy un inmigrante más, que va en busca de ese tesoro metamórfico llamado futuro.
El amor de tu vida no es una persona, el amor de tu vida lo conforman personas increíbles, que justas y a distancia hacen la vida placentera.
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