El miedo a la Libertad*

El miedo a la Libertad*

Ya de entrada daban ganas de matarse, un cuarto pequeño, con grandes cortinas tapando la luz de una ventana que daba a otro edificio igual de viejo, igual de gris. Una silla que alguna vez tuvo buenos tiempos, lejanos; un escritorio desvencijado, de cubierta marrón que mostraba en sus puntas las décadas de trabajo; ¿alfombra?, está bien, llamemos a ese trapo sucio alfombra; de la cama no voy a hablar, no servirá como referencia alguna en este escrito.

Alejandro había alquilado está habitación por dos días, había cambiado tres veces de cuarto buscando el que pudiera servir, le habían mostrado primero una suite y dijo que no necesitaba tanto, luego una en el primer piso pero no quiso nada cerca a la recepción. Se había decidido por la tercera, una habitación en el piso siete, lejos del ascensor.

Esta habitación que no tenía nada de especial, fue especial para él. Ese día, durante su recorrido por el centro de la ciudad seguramente pensó en su exesposa que lo había dejado luego de terribles discusiones, o en sus padres muertos hace años y tal vez pensó en su recaída en el mundo de las drogas y fue en el centro de la ciudad – allí también quedaba el hotel- que compró una botella de aguardiente, Alejandro, acostumbrado al whisky escoces, ya se mostraba diferente. Seguramente, si el vendedor lo hubiera conocido, habría preguntado a qué se debía el cambio. Pero no le preguntó, como tampoco el día anterior le preguntó el dependiente del almacén, ¿qué haría con dos metros de cuerda de nylon calibre doce?

En el celular tecleó el mensaje que nos mandó a varios amigos: «El impulso de vida y el de destrucción no son factores mutuamente independientes, sino que son inversamente proporcionales. Cuanto más el impulso vital se ve frustrado, tanto más fuerte resulta el que se dirige a la destrucción«, frase de Erich Fromm, le contesté vía mensaje de texto.

Escribió luego, «disculpen las molestias», le llamé pero no contestó las 12 veces que marqué a su número.

Hacía meses que no veía a Alejandro, reconocí su nombre en el diario. Leyendo las noticias de su muerte, con una fotografía que mostraba aquel cuarto, la ventana entreabierta con el edificio gris en frente, la silla, el escritorio, la alfombra manchada, una botella de aguardiente a medio beber y que tenía un pie de foto que rezaba «el suicida buscó la única habitación que tenía vigas donde colgar la soga»

Pensé sólo una cosa, buen viaje mi amigo.

* Erich Fromm.

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