EL VIAJE QUE CAMBIÓ MI VIDA

EL VIAJE QUE CAMBIÓ MI VIDA

Viajar es un placer, decían… Y aquí estoy, montada en un camello de unos dos metros. No sé con exactitud hacía dónde mirar, pues a cualquier lado que lo haga, el pánico es mi compañero inseparable en estos momentos.

Hasta hace poco era un personaje gris, apenas salía de casa y el trayecto más largo que recorría era hasta una pequeña oficina donde me esperaba ciento de folios en blanco para rellenar. Nunca sonreía, mi mayor aventura era cruzar la avenida de San Pablo sin esperar que el semáforo me diera vía libre. Hasta que un día apareció Juan, un personaje diminuto y extremadamente feo, sus ojos saltones y una sonrisa que disfrazaba su hipocresía, encajaban perfectamente con su forma de ser.

Pocos días necesité para conocer a mi nuevo compañero de mesa. Juan resultó ser un devorador de chismes, su hobby preferido era etiquetar a las personas. En menos de una semana, fui apodada como… «la muerta», según Juan yo era como un zombi caminando entre los vivientes. Me sentí afligida por unos instantes, pero lo cierto es que logró indignarme y por primera vez «doña reflexión» aparcó en mi mente, derrumbando todos los muros que bloqueaban mis pensamientos. Me miré en un pequeño espejo que suelo llevar en el bolso, me quité las gafas y observé mi rostro, era cierto, nunca sonreía, después de varios intentos logré que mis labios dibujaran una leve sonrisa, estaba diferente, incluso podía afirmar que bonita, y de repente quise vivir como los demás, estaba en la edad del desmadre y mi cuerpo necesitaba marcha, fue entonces cuando decidí convertir mis miedos en retos. Así fue como comenzó esta loca aventura poniendo toda mi vida patas arriba.

Tan solo faltaban dos días para comenzar mis vacaciones, se acabó hincharme de helados en mi pequeño sofá viendo culebrones y llorando intermitente-mente. Así que me fui a una agencia de viajes y después de respirar varias veces profundamente logré entrar. La decisión fue rápida, el reto… un safari por el desierto de Dubái… Y aquí estoy, subida en un camello atravesando un maravilloso mar de dunas en pleno atardecer, sudada y con un hambre atroz.

Algo mágico ha sucedido porque de repente he visto tanta belleza que he olvidado todos mis miedos, esos que como monstruos te van arrebatando poco a poco la vida. No sé si ha sido el dorado de las dunas o unos ojos negros como el carbón. Mis labios dibujan una sonrisa enorme, esta vez sin esfuerzo y de repente me doy cuenta que la felicidad es algo que nace de dentro. Después del safari nos trasladan a un campamento para cenar, hay espectáculo musical incluyendo la danza del vientre, bajo un maravilloso manto de estrellas. El guía se me acerca invitándome a bailar y yo con dos copas de más me dejo llevar como brisa del desierto, su mirada me confunde y esos labios carnosos me dicen… ¡Viva la vida!

Vacaciones terminadas, de vuelta a mi pequeño mundo, más sabia, más picarona, y más enamorada que nunca. Mi corazón se ha quedado en las dunas doradas del desierto de Dubái, atrapado en aquellos ojos profundos y aquella piel morena. Abro la puerta de mi apartamento y allí en medio del salón está mi pequeño sofá, gris y solitario, como lo fui yo, dejo la maleta en el pasillo y me descalzo, soy otra, atrás he dejado la mochila de mis miedos, ahora más ligera que nunca, quiero arrasar, arriesgar, aunque termine jodida, porque la hostia si no te la das tú, te la terminaran dando igual.

Primer día de trabajo, el olor a papel y tinta me devuelven a la realidad. Juan ese ser diminuto y de ojos saltones me mira embelesado, le sonrío a la vez que le guiño un ojo, sonrojado y algo tímido me devuelve la sonrisa.

– Te ves diferente- susurra.

No le doy explicaciones, me siento delante de mi ordenador y comienzo mi trabajo, el sonido de las teclas y el tic tac del reloj me hacen añorar días que jamás voy a olvidar. Ajena a todo, dejo pasar los minutos, las horas, la vida…

Han pasado tres semanas, sigo pensando en aquellos ojos negros, no sé nada de él, tiene mi teléfono, incluso mi dirección, por lo visto solo fui una turista más, bajo la mirada por un instante, luego pienso en todo lo vivido y sumerjo de la nada, porque así debe ser. Camino despacio hacía mi casa, al llegar al portal me descalzo y subo la escalera algo desganada, al levantar la mirada veo un ramo de rosas en el felpudo,y allí, justo en aquel momento, vuelvo a tropezar con aquellos ojos negros como el carbón. Cuando nada es seguro, todo es posible.

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