La casa blanca de la colina.

La casa blanca de la colina.

Elena Roa Pérez

03/07/2018

La casa blanca de la colina.
La ciudad se levanta en todo su esplendor, tonos amarillos y rosas de un despertar atormentado. Sus largas avenidas no esconden los dramas del pasado. El albergue estaba cerca de una plaza donde un tiempo después cantos revolucionarios se oirían en medio de las balas.
Habíamos llegado unos días antes y explorado sus parques, sus monumentos, sus iglesias de cúpulas de cebolla, y nuestros pies nos dolían de tanto caminar.
Era una ciudad mucho más grande de lo que pensábamos. Se veían restos del pasado soviético, como cuando nos acercamos cerca del río para ver una estatua colosal del realismo socialista.
Esas manos gigantes con esa antorcha guiando al mundo, en busca de una ilusión que nunca se cumplió. Esas marchas militares que nos hacían sentir estar en una guerra que no nos pertenecía.
Esos señores mayores condecorados de medallas con esa dignidad y las babushkas pidiendo limosnas al lado de coches rutilantes.
Una ciudad de contrastes.
Uno de mis escritores favoritos había vivido allí y en una colina se encontraba su casa. Se subía por calles empedradas que daban una imagen mucho más romántica de la ciudad.
Al comprar las entradas, nos dimos cuenta de que solo hacían visitas guiadas y que ninguna seria en idiomas que sabíamos hablar. Una guía muy mayor nos hizo la visita en una casa blanca llena de fantasmas.
Todo era blanco.
Habitación tras habitación, la guía nos mostraba con muchos gestos lo que interpretábamos como parte de la novela por la que es recordado.
Una vela blanca, como todo el resto de la casa, puso a la guía en un estado de excitación, como si el diablo fuera a volver a aparecer para asegurarse que el mundo sigue tan mal como siempre o peor.
Luego, me pareció ver una mujer que volaba como en los cuadros de Chagall, ensoñadora en medio de unas nubes de colores morados y rosas pero con fondo blanco.
Todo era blanco. Blanco como el alma sin corromper del viajero novato. Blanca como la aventura que emprendíamos al adentrarnos en los mitos literarios.

Un gato misteriosamente blanco me miro con ojos verdes del infierno. Acaso era el acompañante del diablo???

La visita acabó pronto. Quisimos despejar la blancura paseando por una ciudad que no se acaba nunca.

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