Los humanos creen saberlo todo, y a la final sólo tratan de que su vida no ruede por un precipicio. Se aferran al dinero, a las personas o a sus cochinos recuerdos y lo peor de todo, le temen a la muerte y sin saberlo, es lo que más necesitan. La muerte les lame la nunca cuando se le antoje.

Pero hay un caso particular, mi dueño Paul, ese hombre parece lle la miseria de todos los humanos. A pesar de todo el dinero que heredó, no tiene nada. Sus padres murieron en un accidente de avión hace años. Desde ese día, su vacío es más grande que él. Su buzón se llenó de deudas, las cuales puede pagar pero no lo hace. Dejó de bañarse, come poco después de desmayarse por no hacerlo y cambió su cara larga por una sonrisa que parece una llaga fresca. Sin duda, era mejor cuando no sonreía. Sus ojos, ese par de bolas no transmiten nada bueno. Por las noches llora como si estuviera naciendo, cuando voy a mirarle se esta retorciendo de dolor, sin una sola lágrima. No hay que ser él para sentir la tortura que lo carcome, la esparce por toda la casa. Duerme tres horas al día, en el piso o en el baño, no conoce la cama, mucho menos sus sueños. Se mira mucho en el espejo con unos gestos bruscos y empapados de remordimiento. Se agarra el pelo, se araña la cara, parpadea sin necesidad y sobre todo sonríe, sonríe mientras llora, sonríe mientras carga el peso de ser un humano.

Siempre somos sólo los dos, a veces una persona lo visita pero él les cierra la puerta en la cara y llena mi plato de comida, me habla como si fuera uno de su especie, me dice siempre la misma frase. –Aslan, eres silencioso como las paredes, eres lluvia, eres noche blanca y el hogar de mi mano-. No dice nada más.

Una vez, sin darme cuenta, había alguien más en la casa. Se había infiltrado una mujer delgada vestida de negro, no tenía sombra y sus movimientos eran totalmente mudos. Pasaron los días y el silencio se hizo espeso. A Paul no le afecta su presencia, la mira muy poco y ella, lo mira por las veces que él no lo hace. A veces le lame la nuca. Ahora somos los tres, siempre recostados en el sofá mirándonos el rostro al ritmo de un reloj atrasado. Paul sólo me mira a mi. Yo a ella, y ella a él. Todos con posturas y muecas diferentes. No sé que trae, pero esta enamorada de Paul, no le quita la mirada de encima, lo mira como si masticará su desabrido corazón, está enganchada a su miseria. Lo besa tanto que ya se parece a ella, con poca carne y ojeras pronunciadas.

Somos una moneda con tres caras, tres rostros lúgubres, una alma y media, tres esqueletos discrepantes en un sofá.

Paul se levantó de golpe y fue corriendo a su habitación, ella lo persiguió desesperada, y yo me quedé echado lamiendo mi pata. Por primera vez, nos separamos. Gritos van y vienen. De repente sale con un maletín muy pequeña y la mujer siguiéndole. Me agarra y sale corriendo de nuevo, dejando la puerta de su casa abierta. Subimos a su auto lujoso que tenía más de diez infracciones en el parabrisas, lo enciende con apuro y arranca haciendo rugir el asfalto.

Somos otra vez los tres, inseparables, yo en la parte posterior del auto, ella de copiloto, y Paul conduciendo sin el cinturón de seguridad.

Nos iremos de viaje Aslan -Me dijo mientras abría todas las ventanas del auto. Por fin dijo algo diferente a esa frase idílica

Sus ojeras son pozos de agua podrida, su edad aumenta y disminuye al mismo tiempo. No sé sobre que hablaron ellos antes de salir, pero para sacar a Paul de la casa, algo bueno trajo esa mujer.

El destino es desconocido para mi, Paul si lo tiene trazado en medio de los ojos. La velocidad es impresionante, se escuchan zumbidos aterradores a medida que la carretera se hace irreconocible, a lo mejor debemos llegar pronto a ese lugar.

Después de todo, Paul no es un mal dueño, me alimenta y me felicita por asesinar ratones. En este instante su sonrisa ya no está tan forzada, sonríe temblando, sonríe poniendo su destino en manos de un auto. Amarró el maletín a mi lomo, me acarició como despidiéndose y se desmayó. La mujer, sonriendo dichosa, arrancó el pedal del freno.

El futuro de este momento es bastante predecible, me lanzaré por la ventana.

Mientras volaba podía apreciar como ella saltó de su asiento para abrazar a Paul.

Cuando aterricé ya no estaban. Seguí las marcas de los neumáticos y me topé con un acantilado enorme y la imagen en cámara lenta de un auto a punto de colisionar, seguida de una explosión gigantesca, llamas que consumían vorazmente la mejor sonrisa de Paul.

¡BUUUUUUM, así se escucha un verdadero grito de libertad.

Abrí el maletín y había una carta.

La muerte está en todos lados, en todas las épocas y la manera más efectiva de evitarla es amándola.

Con amor y con dolor, Paul.

Él necesitaba este viaje más que nadie.

¿Yo?, yo sólo me quedaré aquí, mirando como baila el fuego.

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