Cuando llevas tres meses postrado en una cama, como yo, incluso salir de tu casa para ir al parque puede llegar a ser todo un viaje. También resulta sorprendente lo que puede suceder en un simple trayecto, yo lo aprendí de la manera más cruel.
La última vez que salí a la calle la gente iba con gruesos abrigos, gélidas miradas como rostro y casi pareciera que me estuvieran evitando, eso, por alguna extraña razón, me gustaba. Sin embargo, ahora la gente iba con ropa veraniega y con una sonrisa por bandera, eso, por alguna extraña razón, me irritaba. Mis pálidas, flácidas y temblorosas piernas no podían caminar mucho tras el accidente, así que me senté en un banco mientras veía a la gente pasar. Pensé en la última visita que me había hecho el doctor junto con su pelirroja asistente, me dijo: -«Charlie, intenta recordar, ve por la sombra y no lo olvides, iza la vela.». Iza la vela… pensé. ¿Qué mierda significa eso?
Hacían, por lo menos, unos 35ºC y mi cuerpo turista, que no estaba acostumbrado al abrasador calor de Madrid, estaba a punto de sufrir un golpe de calor, entonces decidí continuar con mi paseo terapéutico por el camino que me trazaban las sombras, tal como me lo había recomendado el doctor. Mientras caminaba pasé por una piscina pública y vi como un grupo de chicos de mi edad se divertían y sentí envidia. Pensé en que quería hacer lo mismo con mis amigos, pero no tenía o, por lo menos, no los recordaba. También pasé por un moderno edificio de oficinas y sentí pena al ver a todas esas personas de traje fingiendo ser felices. Finalmente pasé por una residencia de mayores y sentí calma al ver la mirada tranquila de los inquilinos que estaban tomando el sol acariciando con recelo cada segundo del día.
Estaba sentado en el parque intentando recordar algo que le diera sentido a mi miserable vida cuando de repente una pelota rodó hacia mis pies, levanté la mirada y vi el rostro expectante casi atónito de un niño de unos siete años, me levanté y le devolví la pelota dándole una torpe patada. La cara del niño se transformó rápidamente en una sonrisa, pero no fue por la pelota. Se abalanzó sobre mí y me dio un fuerte abrazo, no sabía que estaba pasando. Una melodiosa voz, como de una joven cantante, irrumpió entre las sobras de los árboles del parque y dijo: -Pero si es nuestro querido autoestopista.
Con solo esa frase lo recordé todo. Recordé la fría noche de invierno donde por fin invité a cenar a mi querida Isabela y conocí a su no tan querido ex novio. Él se puso celoso y sin pensarlo dos veces me tiró el coche encima. Recordé a mi madre advirtiéndome que hacer autoestop desde el centro de Inglaterra hasta el centro de España era una locura, recordé a mi padre diciendo que viajar en barco le trae malos recuerdos. De repente pasaban por mi mente imágenes de la policía advirtiéndome que era ilegal lo que estaba haciendo, también pasaron por mi mente imágenes de aquella familia gitana que no le importó, no solo, llevarme sino también dejarme dormir en su casa. Recuerdo que lloramos en nuestra despedida, no hizo falta mucho tiempo para cogernos cariño. Recordé mi llegada a Madrid, recordé lo preciosa que me había parecido y de como la lluvia me había obligado a meterme en esa cafetería tan cutre donde conocería a la chica más extraordinaria.
Estaba ensimismado mirando a la nada mientras mi cerebro trataba de digerirlo todo y fue ahí cuando sentí el tacto de su mando sobre mi rostro, la miré, miré su pelo rojizo, miré las pecas de sus mejillas, miré el rojo natural de su boca, miré su nariz perfecta y miré sus ojos color avellana, eran, de una manera no cotidiana, simplemente preciosos. Mis piernas empezaron a temblar y no pude evitar caer al suelo de rodillas y llorar.
-Ha sido un viaje largo pero, finalmente, te he encontrado, Isabela. -Dije intentando que mi voz no se quebrara tanto.
-Lo sé, así tenía que ser, mi autoestopista salvador. Tenías que ser tu quien me rescatara del camino de las sombras, el camino del olvido.
OPINIONES Y COMENTARIOS