Viajar al corazón literario

Viajar al corazón literario

– Ese libro era una joya, viajé al Vietnam sin ni siquiera coger un avión. Esa periodista enérgica y dinámica me dio la píldora para conocer esa devastadora historia que acecha ese bonito país. Mi padre siempre me decía “la literatura te permite volar, así que vuela tanto como puedas, hasta tocar las estrellas”. Y lo hice, volé e hice volar a los lectores a través de la fuerza de las palabras.

La pasión por la gente me viene des de que soy un renacuajo, como tu, pequeña Sofía. Estudié idiomas para poder comunicarme con las personas de otros países, para que me hablasen del suyo y yo poderles hablar del mío. Y así, es como conocí a papá.

Mi madre siempre decía: “Volar, no siempre significa coger un avión” y “aprender es caminar, escribir es aprender y leer es volar”. Cuánta razón tenía. Aquel invierno, trabajé en Austria durante unos meses y pude sumergirme en una cultura tan diferente a la mía, descubrí que todo me pareció increíblemente bello. Me marché sola, y volví con un camino lleno de mundo. Viajé a Sud-África, Nueva Zelanda, Brasil, Holanda, Jordania, Alemania, Ucrania, Italia, Suecia, Inglaterra, Kazastán y Rusia, sin moverme de la oficina. Viajé por medio mundo, conocí historias, culturas, políticas, formas de ver la vida desde la silla del despacho o desde la mesa de un bar. ¡Qué bonitas amistades surgieron de aquella experiencia en Viena! Amistades que tienen ya veinte años.

Volé, con ellos, escuchando la cultura que de su país emana, la lengua que en sus países se hablan y la alegría que desprende la vida cuando hablamos de aquello que sentimos nuestro.

– ¿Mamá, pero como conociste a papá? ¿Volando? – preguntó Sofia sin entender muy bien el concepto de volar que su madre le contaba.

Ruth esbozó una sonrisa al ver la ingenuidad de su hija de siete años. ¿Pretendía contarle a la pequeña el abstracto concepto de “volar”?

Ruth era una escritoria de referencia. Sus novelas medio historicas medio ficticias, relataban vida ajenas de personajes perdidos en mundos lejanos. En mundos donde el lector pudiera perderse y descubrirse a sí mismo, aprendiendo cosas nuevas y enriqueciendose culturalmente. Sus novelas te hacían viajar.

– ¿Te acuerdas cuando fuimos a casa la abuela, la semana pasada? ¿Te acuerdas que te contó esa historia sobre la guerra?

– Sí – contestó timidamente.

– Eso es volar. Es volar y viajar al pasado. Intentar entender una historia de antes para entender lo que pasa ahora. ¿Lo entiendes?

– Creo que sí. Pero entonces, ¿papá?

– A papá lo conocí en Viena. Volé y viajé a esa ciudad por trabajo. Tenía que estar allí seis meses…

– Mamá, papá es alemán… ¿Viena es Alemania? – interrumpió.

– No, cielo. ¡No vayas tan rápido! Viena es Austria, otro país. Pero nos conocimos allí. Nuestras dos nacionalidades se enamoraron e hicieron que no importase el país de donde venimos. La cultura, la lengua y la historia del país, ha hecho que viajásemos el uno al fondo del corazón del otro, y viceversa. Y es que conocer a otra persona, es viajar al sentimiento y la razón de su ser.

– Mamá, dices cosas muy raras. En el colegio nos dicen que para viajar, tenemos que coger un avión – dijo bostezando.

Ruth miró a su hija tumbada en la cama, preparada para ir a dormir. Pensó que, a lo mejor, se había precipitado al intentar hacer entender a Sofía, el concepto que ella llevaba tanto tiempo escribiendo en sus novelas. Empezaba a cerrar los pequeños ojillos de niña dulce, y poco a poco se durmió.

“Viajar no siempre es ir al otro lado del mundo. Viajar es entender al que tienes al lado, es sumergirse en tus nuevos retos… Vosotros sois mi viaje” pensó, acariciando los rizos rubios de la pequeña.

Cerró la puerta detrás suyo, sin hacer ruido y se fue a la habitación de Lukas. La elección de los nombres de sus hijos eran fruto de un acuerdo entre dos lenguas completamente distintas. Estaba leyendo un cómic de superhéroes.

– Lukas, es tarde. Ponte a dormir – empezó.

– ¡Mamá! ¡Solo un poco más, por favor! ¡Ya soy mayor! Cumplí 9 años la semana pasada.

– Pues, por eso mismo, a los 9 años tienes que hacer caso de todo.

Lukas se resignó. Si era un niño mayor tenía que hacer caso de lo que sus padres decían, no podía ser como su hermana pequeña. Guardó el comic y se puso bein dentro de las sábanas.

– Mamá – dijo, cuando Ruth estaba cerrando ya la luz- he oído como hablabas con Sophie de un viaje. ¿Me lo vas a contar a mi también?

– Claro que te lo contaré. Pero mañana, que ahora es tarde.

Le dio un beso en la frente y le deseó las buenas noches. Llegó al comedor y se sentó en el sofá, agotada.

– ¿Ya duermen? – preguntó su marido.

– Sí, pero podías haber ido con Lukas. Es demasiado tarde para que esté despierto.

– Si…- suspiró – tienes razón… se me ha olvidado. Pensaba que dormía. ¿Qué cuento le has contado hoy a Sophie?

– Ninguno, me ha preguntado que es viajar…

– ¿Y que le has dicho?

– ¡Lo que ya sabes! Mi concepto de viajar y volar.

Wilhem se rió. Conocía muy bien ese concepto. Sus novelas tenían la capacidad de hacerte viajar.

– Ruth… ¡pero como le cuentas esto a una niña de 7 años! ¿Como quieres que te entienda?

– Pues no lo sé – sonrió – supongo que algún día lo entenderá.

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