Cuando llegué a casa de trabajar, mi marido me había preparado una sorpresa: nos íbamos el fin de semana a una cabaña en medio del bosque, cerca de Barcelona. Manuel quería celebrar el primer aniversario de casados y qué mejor que en plena naturaleza. La cabaña la había heredado él de sus padres, fallecidos en un accidente de coche, mucho tiempo antes de que nos conociéramos, sin embargo, yo nunca había estado allí. Después de casarnos le había insistido muchas veces para que me la mostrara, pero él siempre me daba excusas.
Al llegar a la casita me pareció, desde fuera, que era muy bonita porque era toda de piedra. Por dentro aún era más preciosa de lo que me había imaginado; tenía una cocina-comedor con una chimenea con acabados muy cuidados al estilo rústico y una habitación con una cama de matrimonio con sábanas de seda blancas y un baño completo.
Como era invierno, Manuel fue a buscar leña para encender la chimenea, mientras yo preparaba la cena: pan con tomate y embutidos. Al cortar el pan me hice un rasguño en un dedo y éste empezó a sangrar. Lo envolví con una toalla y busqué por la casa alguna tirita para tapar la herida. Observé un baúl grande en una parte del comedor y pensé que quizás ahí habría un botiquín, pero no, solo encontré cajas de cartón y libros. Cuando iba a cerrarlo me percaté que en el fondo había una maleta pequeña de piel. La saqué y comprobé que era la maleta típica del emigrante: marrón oscuro, cierres antiguos, muchos roces por años de uso. “¿Qué hay en la maleta?”. Presa de curiosidad decidí averiguarlo. Como estaba cerrada con un candado, con un bolígrafo y un poco de forcejeo conseguí abrirla. Me quedé estupefacta: dentro había un cráneo humano. Al principio pensé que no era de verdad y, palpándolo, me cercioré de que ese cráneo había sido la cabeza de una persona.
Tenía hormigueo en las manos y el corazón me iba más rápido que de costumbre. Estudié la maleta con detenimiento y en la parte interior de la misma, detrás del forro, descubrí una tarjeta con un nombre: Sonia Güito. Cerré la maleta y la dejé otra vez en el baúl. Para aclarar dudas, consulté el nombre de la tarjeta en mi iPhone. No tenía mucha cobertura, pero desplazándome por la casa entré en Google. Me salió una noticia espeluznante:
“Aparece el cadáver de una mujer sin cabeza en un parque de Barcelona. Practicada la autopsia, la fallecida es Sonia Güito, camarera que trabajaba en un bar enfrente del parque. Las investigaciones conducen a que el autor del crimen es su novio, en busca y captura.”
Salía una foto de él, lo reconocí al instante, era mi marido, pero estaba algo cambiado. Llevaba el cabello largo, rubio y tenía barba. Y el nombre y apellidos eran distintos.
No me podía creer que la persona que me despertaba cada día con una sonrisa y que me besaba apasionadamente fuera un asesino.
Manuel entró en la casa cargado de leña.
–Hola, cariño, voy a encender el fuego.
–De acuerdo.
–¿Qué te ha ocurrido, Ana? ¿Te has cortado?
–Sí, pero estoy bien.
Alegando que estaba mareada y que necesitaba aire fresco, salí fuera de la casa y aproveché para llamar a la policía y explicarles lo que había descubierto en la maleta.
Cuando volví, Manuel tenía un cuchillo en la mano.
–¿Qué haces con ese cuchillo? –pregunté asustada.
– Cortar el pan. ¿Qué te ocurre? Estás rara.
Todo mi cuerpo temblaba y las piernas me flaqueaban. Me senté en el sofá para no caer al suelo y, al minuto, llegó la policía. Cuando abrí la puerta se dirigieron directamente a él:
“Queda detenido por el asesinato de Sonia Güito. Cualquier cosa que diga podrá ser usada en su contra ante un tribunal. Tiene derecho a consultar a un abogado…”
Lo que más me sorprendió fue su reacción al detenerle. La actitud tranquila al ver a los policías, no opuso resistencia en ningún momento, ni preguntó por qué se le detenía. Era como si hubiera hecho las paces con él mismo.
La maleta se la entregué a la policía. Ellos la depositaron dentro de una bolsa con un código de barras que la identificaba como medio de prueba y se la llevaron al coche de policía.
–¿Por qué? –le pregunté a él.
–Ana, no es lo que te imaginas. Yo amaba a Sonia. Ella tenía un tumor en el cerebro inoperable. Como se quedaba ciega y perdía el habla me pidió que la ayudara a morir. Accedí a su petición, sin embargo, después de estrangularla me entró el pánico. Para evitar que la policía identificara el cadáver, le corté la cabeza y la guardé en su maleta de viaje.
Después de aquel fatídico día, mi vida cambió por completo. Dejé el trabajo de abogada laboralista en un bufete muy prestigioso de Barcelona y empecé a trabajar como fiscal. Quería otorgar protección a víctimas y testigos que habían sufrido en primera persona un proceso penal. Gracias a lo que me ocurrió, descubrí mi auténtica vocación. A día de hoy, gracias a la química, al deporte y a mi familia, estoy casi recuperada. Digo casi, porque a pesar del tiempo que ha transcurrido, no hay día que no me despierte a medianoche soñando con una maleta.
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