Una historia como la mía siempre me había parecido como de película mala.

La primera vez que vi a Laura me llamó la atención por lo guapa, pero daba la sensación de ser demasiado estirada para alguien como yo. En el instituto ella era una niña buena, de las que solo piensan en los estudios. No imaginaba entonces el viaje que le esperaba hasta llegar a donde está hoy. Cuando buscó novio, este era un chico estudioso, de buena posición, educado… en fin, lo que se esperaba de una buena chica como ella. Mis novias en cambio eran todas chicas rebeldes, conflictivas, descaradas. No podía ser de otra forma. No habrían aguantado la presión de ser mis parejas de haber sido de otra forma.

Para sorpresa de casi todos, logré graduarme y me matriculé en la universidad. Allí solía ver a Laura en la cafetería y en la biblioteca. Seguía siendo guapa, aunque ahora la veía menos estirada. Empecé a fijarme en ella más a menudo de lo que me gustaba reconocer y comencé mi particular viaje casi sin darme cuenta. El segundo año de facultad ya había dejado a su novio del instituto y eso me dio la oportunidad de aproximarme. Ella empezó a comportarse más como una rebelde, y trabamos una amistad que me dolía en el alma. Nuestros caminos se cruzaban sin llegar a unirse, y así comenzó una travesía por emociones incontrolables por mi parte que me hacían sentir vértigo. Ella no parecía darse cuenta de que mis atenciones eran muestra de algo más, pero soportaba este dulce sufrimiento con la esperanza de que mis esfuerzos me llevaran algún día al puerto deseado.

Cuando acabamos nuestras respectivas carreras, ella ya se había pasado al “lado oscuro” como lo llamaba en broma. Pasó por varias aventuras que comentábamos sin ningún pudor y nos reíamos de lo simples que podían llegar a ser algunos tíos. Recuerdo que aquellos momentos me producían sensaciones encontradas. Por mi parte, ya no me fijaba en nadie que no fuera ella.

Gracias a la amistad, mantuvimos el contacto y conocí de primera mano su relación con “el doctor”, como lo llamábamos cuando nos referíamos a él. Mientras tomábamos café, me hablaba de sus primeras citas con él, de cómo se sentía cuando se fueron a vivir juntos, de lo ilusionada que se sentía cuando se casaron…

Esta fue una parte del viaje que me dejaba un sabor amargo, porque nuestros caminos discurrían paralelos pero no nos llevaban al mismo lugar deseado.

Todo esto me hizo volver a una vida de relaciones sin compromisos, de mujeres que más o menos sintonizaban con mi forma de vida, y Laura de alguna forma aplaudía que por fin me hubiese animado. Siempre me decía que si no salía con nadie no encontraría nunca a la mujer de mi vida, sin darse cuenta de que era ella.

Cuando “el doctor” se reveló como un auténtico imbécil, sin alma ni conciencia, Laura lo pasó mal, y buscó consuelo en quien tantas veces la había ayudado. El deseo de protegerla, de hacerla sentir segura, de consolarla, era tan abrumador, que me olvidé de mis propios sentimientos y me volqué en ayudarla a superarlo. Y fue así, sin planearlo, sin tratar de seducirla como al final ocurrió lo que tanto había deseado.

Ahora, años después, nuestros caminos, por fin, son uno solo.

Soy muy consciente de que para Laura ha sido también un duro viaje, sobre todo el tramo final, cuando tuvo que venirse a mi mundo. No debió ser fácil al principio, pero seguimos sintiéndonos las mujeres más afortunadas del mundo por habernos conocido y habernos enamorado.

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