Miro con impaciencia el reloj. Creo que las agujas no se mueven. La canción que esta sonando me saca de mis pensamientos, The Corrs siempre sirve para eso.

Escucho la canción con una sonrisa en la boca y disfrutando de cada nota. De repente, un sonido que no cuadra con la música, y cada vez se hace más alto. Miro hacia la derecha y veo que mi tren está llegando. Busco con la mirada el número que está en mi billete. Como de costumbre no me pongo delante del vagón correcto, pero tengo tiempo para llegar a mi puerta.

Subo y dejo la maleta al lado de la puerta. Siempre pienso que la maleta va a terminar en la otra punta porque no pesa casi nada. Por suerte, estoy al lado de la ventanilla, así voy a disfrutar de las vistas, o por lo menos el rato que el sol lo permita.

Dejo el bolso en el suelo, saco el móvil del bolsillo y me quito la chaqueta. La dejo en un lado, claro que sí, ocupando el asiento de al lado, como si viajara sola. Empiezo a pensar que todavía me quedan dos horas para llegar a mi destino. Espero que esta vez no pare mucho tiempo en Miranda.

Antes de que el tren se ponga en marcha, pasa la azafata ofreciéndome cascos y periódicos. «No, gracias», mi respuesta de todos los viajes ¿No se da cuenta que tengo los cascos puestos? Parece ser que no.

El tren se pone en marcha, con el traqueteo empiezan a venirme un motón de emociones y preguntas a la cabeza. ¿Estará esperándome?, que ganas de abrazarle, ¿Hará frío?, estoy nerviosa, etc…

Como me conozco, saco de mi bolso el libro pensando que así se me hará mas corto el viaje. Miro por la ventanilla, es Amurrio, un pueblo menos que recorrer. La verdad que solo han pasado 10 minutos pero me parecen siglos. Busco el marca páginas y calculo con la mirada cuanto del libro he leído. Repaso mentalmente donde me he quedado, así voy a poder coger mejor el hilo otra vez. Empiezo a leer. Una, dos, tres páginas. Levanto la vista y la veo, ahí esta al fondo del paisaje coronando la montaña a la Virgen de la Antigua. Me acuerdo de la curiosidad que me contó mi madre cuando era pequeña, como ritual siempre sonrío mientras lo compruebo.

El tren empieza a disminuir de velocidad, ya empezamos, así no vamos a subir la cuesta salvo que sea a empujones. Miro la tele, hoy parece que toca un documental. Comida japonesa, pero que rico y que hambre me está entrando. Mordisquitos ataca de nuevo, me encanta mi mote. La verdad es que me viene al pelo.

Me quedo embobada mirando la tele, sorprendida de todas las cosas diferentes que puede tener un país. Para cuando me he dado cuenta me he relamido tres veces, miro por la ventanilla y descubro que ya hemos llegado a Altube. Solo tengo una cosa en mente, bueno dos. La primera, las vistas son magnificas desde esa altura hacia el valle. Y dos que no se desprenda la ladera porque acabaríamos muy mal todos los del tren.

Miro el reloj, las 18:00. En media hora estaré a mitad de camino. Fuera del vagón la tarde se va convirtiendo en noche. Me vuelvo a concentrar con el libro pero no termino de conseguirlo, veo la televisión y el ramen que enseñan parece irresistible, no puedo evitarlo, que rico. Apunto mentalmente un futuro viaje para descubrir el país.

La chica del documental va recorriendo todo el país probando y enseñando toda la comida típica de cada sitio. Una luz me ciega y me doy cuenta que es la azucarera de Miranda. Por fin, la mitad del camino hecho. Veo como la gente que esta en el anden empiezan a correr para todos los lados. Tranquilos, hasta dentro de un buen rato no arranca. Se empieza a notar que hace más calor que durante el viaje, van a enganchar el tren que viene de Irún. Por mucho que sepa que llega el golpe del enganche del tren siempre me asusta.

Una vez enganchados los dos trenes, que de hecho tardan lo suyo, se pone en marcha. Las 18:45, unos 20 minutos parada…. no es normal. Vuelvo a centrarme en el libro, mientras las últimas luces de la ciudad se van quedando atrás. Ahora queda el trozo mas oscuro de todo el viaje.

Se me hace difícil leer, lo noto tan cerca que me estoy poniendo nerviosa. Vuelvo a releer el último párrafo. Voy pasando las páginas casi sin entender lo que estoy leyendo. A la séptima hoja me doy por vencida y guardo el libro. Intento planear alguna entrada nueva para el blog pero es imposible sin internet. Menos mal que tengo varias entradas programadas y otras tantas medio escritas.

Me doy cuenta que cada vez me adentro más en la oscuridad. Se que siempre avisan cuando estamos cerca de la siguiente estación, pero nunca me fío. Guiándome por mi instinto, miro el reloj, las 19:30. Instintivamente miro por la ventana buscando el neón del «Hotel Salida 2» en amarillo. Aunque no lo encuentro, me voy poniendo la chaqueta y acercándome a la puerta con la maleta detrás de mi. No estaba equivocada, se empiezan a ver los andenes de la última parada para mi. Cada vez se ven mas luces y empiezan a aparecer las personas que están esperando al tren. Termina de frenar y pulso el botón frenéticamente, quiero que se abra la puerta lo mas rápido posible.

Bajo del tren y busco si hay alguien esperándome. Ahí esta con sus sonrisa en la boca y con los brazos abiertos. Voy corriendo a abrazarle y darle un beso. Le echo tanto de menos que quiero aprovechar cada minuto del fin de semana con él.

Es un anhelo, en este mar de eternas repeticiones, el amor vuelva a encender el alma de dos personas que se esperan.

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