-UN ABUELO VIAJANDO EN EL TIEMPO-

-UN ABUELO VIAJANDO EN EL TIEMPO-

Año 1957, fecha de nacimiento del abuelo. En una estridente cadena de montaje Catalana, venía al mundo un modelo apellidado el “Seíta”—debido a su pequeño tamaño—.

Un operario principiante, conecta equivocadamente unos cables en un tablero y provoca una sobrecarga que hace saltar los fusibles de la fábrica. Al reanudar la electricidad, un modelo del 600 estaba en pleno proceso robotizado de montaje; dando el resultado inesperado el leve vacío de energía, como una prodigiosa chispa de vida—semejante al rayo que dio vida al legendario nacimiento de Frankestein—.

El vehículo fue único entre sus millones de hermanos, pues en lo más recóndito de su motor, se había generado accidentalmente un “alma” que lo hacía especial y que—disimuladamente—, trataba de ocultar a la gente.

El coche con vida tenía pendiente un gran deseo que irremediablemente ansiaba cumplir antes de ser una chatarra: quería hacer un largo viaje cruzando países y disfrutar del paisaje de ciudades y campiñas.

Había pasado por varios propietarios, algunos sin escrúpulos. Primero lo tuvo un panadero rural que le había hecho conducir durante millas por las agrietadas carreteras comarcales—en las que sin apenas repostar de la sed—, tenía que meter por la noche sus doloridas ruedas en agua mientras su dueño dormía. Cuando escapó de aquél rechoncho panadero, conducía libre por la carretera principal.

Durante unos años, pasó a ser propiedad de una adorable anciana que vivía sola. El auto fue muy feliz junto a la anciana, a la que disimuladamente le colocaba su cinturón de seguridad todos los días en su trayecto al parque. Al morir la señora, los hijos de ésta vinieron desde Alemania para venderlo todo y se marchó antes de que especularan con él.

En otra ocasión, lo adquirió en una feria de vehículos usados un longevo sacerdote;—el cual—, tenía asignada varias pedanías a las que debía de abastecer en los oficios de misas. El pobre “abuelo Seíta”, corría a toda velocidad casi todas las mañanas—mientras el sacerdote—, no dejaba de pisar el acelerador mientras susurraba para sí:

—¡Llego tarde Dios mío, llego tarde!

La ruta era siempre la misma: el “Seíta” sabía localizar todas las iglesias y conventos.

Una mañana, mientras el auto esperaba como de costumbre la ruta, entendió que algo raro pasaba cuando el puntual sacerdote no salía de casa. Llegó la señora que limpiaba su casa, y al poco el doctor del pueblo. El pobre 600 decidió marcharse esa misma noche entristecido al ver como su dueño ya no precisaba de él. Lo cierto es que no sabía a donde ir ni que hacer con su carrocera vida.

Aparcado una tarde junto a un acantilado, se sentía desdichado por no ser como los demás coches. Se le pasó incluso por el salpicadero lanzarse al vacío y acabar con su soledad. Se imaginaba junto a otros vehículos siniestrados en algún desguace dando cobijo a cuervos que morderían su brillante tapicería.

Pasó un alfarero con su vieja mula cargada de utensilios de barro. Se detiene justo al lado del coche y comienza a mirar hacia un lado y a otro, como queriendo buscar al propietario del vehículo. Al intentar abrirlo, observa que la puerta está abierta y las llaves están puestas en el contacto. Sin pensarlo dos veces, carga el coche de sus enseres de barro y ata la mula al coche para llevárselo a casa.

Al llegar a una aldea cercana, el alfarero ilusionado por su nueva adquisición, empieza a tocar el claxon delante de su modesta casa; al pronto, empiezan a salir un tropel de chiquillos. En la algarabía, se subían al interior del minúsculo coche; mientras otros, subían al capó y techo del vehículo. Jamás había tenido nuestro “Seíta” un sentimiento de alegría más desbordante al ver como los niños mostraban su entusiasmo y felicidad por él. Tan sólo estaba molesto por el perro de la familia, que trataba de morder el parachoques.

El viejo auto, pasó de estar solitario y errante, a ser el vehículo de una familia numerosa. La esposa no daba del todo su aprobación al marido, pues decía:

— ¡No se puede uno traer un viejo coche consigo, pues probablemente tenga en algún lugar su propietario!—decía con cierto tono de reproche—. El alfarero, tomando sus manos, le dijo:

—Querida mía, llevo toda la vida con éste humilde oficio que apenas nos aporta lo necesario para subsistir. Somos felices en este hogar, pero tú bien sabes que no nos hemos podido permitir nunca el tener un automóvil. Confía en mí esposa el auto estaba allá en el valle sin nadie—a pesar de que esperé a que apareciese su propietario—. Tu sabes que nos hace falta un vehículo para los botijos y enseres de barro; la mula ya está muy viejita y le queda poco y a lo mejor el destino nos ha premiado. Se fundieron los dos en un abrazo.

A la mañana siguiente de un domingo muy soleado, montaron todos para pasar el día en la playa. Por la vieja carretera iba feliz como un rayo el “abuelo Seíta”, al que la vida le había otorgado graciosamente tantos “nietos”. No le incomodaba que los traviesos chicos pusieran los pies sobre su cuidada tapicería; ni tampoco que sacaran entre juegos el cenicero de su compartimento; otro bajaba el cristal de la ventanilla. Él era realmente feliz, tenía una familia y eso era lo realmente importante.

Mientras pensaba todo esto, vio como un vehículo estacionado junto a él, había dejado un faro encendido. Cuando observó con más detenimiento, su sorpresa fue que aquél Seat ciento veinti siete de color rojo tan brillante, le estaba insinuando al ingenuo “abuelo Seíta” con el coqueteo de su faros. Sorpresa que fue en aumento cuando comprobó que aquél vehículo estaba interactuando con él de manera autómata, pues no había nadie en su interior. Pensó que ya lo tenía todo… una familia; estaba a punto de conocer el amor con alguien semejante a él y pensando, pensando, cayó en la conclusión de que aquél había sido al fin un largo viaje.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS