DESCUBRIMIENTOS DE UN VIAJERO ENAMORADO

DESCUBRIMIENTOS DE UN VIAJERO ENAMORADO

Aquél cuarentón regordete y medio calvo siempre había pensado que los viajes eran para descubrir nuevos lugares, nuevas civilizaciones, formas de vivir, pensar y de concebir la vida pero lo que nunca imaginó fue que por encima de todas esas importantísimas cosas, sirven para descubrirse a uno mismo.

Tenía a penas un par de horas de haber llegado a esa pequeña isla procedente de Madrid, España y antes de Bélgica, París y el País Vasco, cuando el papá de su novia y la cuñaíta tuvieron a bien ir a lo que ellos llamaban “el hipermercado” por algunos víveres para la comida. La anfitriona se afanaba friendo unos aros de calamar enharinados y él ni siquiera había llevado sus maletas a la que sería su recámara así que la proposición le cayó como un rayo fulminante que jamás esperó: “¡A vé mi amó! Avé si, después de haberme escrito tantas pillerías y picardías calenturientas en esas voluminosas cartas de catorce hojas por ambos lados durante todo estos años, y de despertarme todos los domingos a las seis de la mañana para charlar conmigo por teléfono, ahora eres capaz de subirte a esa barrita y hacerme un strip tease, aquí, en privadito, solita para mi! La verdad es que semejante situación jamás había pasado, ni remotamente, por la mente de aquel mexicanete recién llegao, ni siquiera en el más fumado de sus viajes astrales pero cuando menos se dio cuenta ya estaba trepado en la dichosa barrita de la cocina aventando toda la ropa que traía puesta al ritmo de “macho men”. La emoción de la también cuarentona era mayúscula, de eso no cabía la menor duda y alentaba al “bailarín” con singular entusiasmo proclamando a todo volumen exclamaciones, gritos de excitación y algunos otros ruiditos difíciles de describir.¡Bien! Pues en esas se encontraban cuando de pronto se escuchó el enorme portón metálico corredizo del garage abrirse súbita y violentamente. ¡No podía ser! Eran, nada más y nada menos, que “papi suegro y la cuñaíta” que llegaban presurosos porque se hacía tarde para la comida y ésta aún no estaba preparada.

.- Rápido mi amó ¡A la azotea! Exclamó mientras le ayudaba a localizar todos sus trapitos, incluidos los íntimos, que estaban esparcidos por doquier y por donde “Dios dio a entender”.

Casi los tenía todos entre sus brazos, tan solo faltaba un calcetín que se hallaba correctamente tendido sobre la batidora y fue entonces que tuvo a bien formular la pregunta más estúpida que ha hecho en toda su vida

.- Y, y, y, … ¿Dónde está la azotea?

.- ¡En dónde va a sé, mi amó! ¡Arriba¡ ¡Arriba!

Lo que el invitado quería saber en realidad era en dónde estaba la escalera por donde se llegaba a ésta pues no era continuidad de la que provenía de la planta baja. El milagro fue fenomenal pues cuando llegaron los anfitriones ella contaba con un escurridor lleno de aros de calamar ya fritos y él se encontraba, completa y correctamente vestido, armando un puzzle, ó rompecabezas de la Torre de Babel en una noche de tormenta y con el mar picado en un pequeño cuartito que en la azotea tenía ella tenía dispuesto para uno de sus pasatiempos favoritos. Sin embargo las bromas no terminaron aquél día pues por la tarde, en la paradisíaca Playa de Maspalomas, ya casi para terminar ésta, en lo que los lugareños conocen como “La Playa del Inglés”, quizá porque algún inglés tuvo la ocurrencia de meterse al mar desnudo ó bien simplemente tenderse a asolear, la anfitriona lanzó otro reto:

.- A vé, mi amó. Esto es la Playa del Inglés, significa que es una playa nudista, a que no te metes así, al naturá, al mar, desnudito, como Dios te trajo al mundo, pero algo más crecidito.

Aquello no podía ser, ya era el colmo pero cuando quiso reflexionar ya estaba adentro del agua, flotando, sin nada puesto ¡En pelotas! Como dirían en España y luego tuvo que salir así, hasta el estacionamiento, que estaba justo detrás de donde Judas perdió las chanclas para recuperar todas sus prendas pues ella pícaramente se las había llevado. Mas las cosas no podrían quedarse así. ¡No! ¡De ninguna manera! Ella quería cobrar más emoción, más sabó, así que, unos meses más tarde, cuando vino a México, estando a solas con él en la casa de su madre, le espetó:

-¡A vé mi amó! Ya me hiciste tu numerito allá, en mi tierra, el la mismísima casa de mi señor padre, pero ahora quiero vé si eres capaz también de repetirlo ahora mismo, aquí, en la cocina de la casa de tu señora madre. Para qué les cuento mis cuatro apreciados lectores, que ni tardo ni perezoso el ahora anfitrión ya estaba repitiendo el mismo numerito y con la misma musiquita, también arriba de la barra de la cocina, pero ahora el turno de importunar fue de su hermano que venía llegando con su esposa y sus dos hijas para conocer a la prospecto de cuñada en la comida familiar organizada para tal efecto y que esta vez el regordete tuvo que vestirse bien encaramado arriba del árbol de enormes y apetitosas granadas rojas que en aquél entonces la casa poseía. Y para acabarla de amolar, al día siguiente, con una fresca y enorme sonrisa dibujada en los labios recién pintaditos de rojo Ferrari, llegó con el cuento de que quería ir a un show de «Solo para Mujeres» en compañía de dos de sus cuñadas y que como anfitrión tenía que ir a pagar las entradas con su tarjeta de crédito e ir por ellas al terminar el espectáculo, curioso caprichito que le fue rigurosamente cumplido ante la estupefacción de las hermanas que no acababan de creérsela. Hay cosas que ni uno mismo sospecharía que es capaz de hacer, es por eso que ahora pienso en los viajes como una invitación que la vida te lanza para descubrir tus verdaderos alcances y límites. ¡He dicho y sentenciado! FIN.

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