Eran las tres de la madrugada, Marga, con tan solo quince no sentía miedo, lloraba desconsoladamente mientras caminaba bajo aquella lluvia tormentosa que calaba sus ropas. No hacia frio, aunque la lluvia no cesaba  y las temperaturas habían bajado, en Málaga, en el mes de Junio podía sorprendente días de todo; calurosos, fríos, lluviosos, cálidos… Sin embargo aunque Marga  sabía que la tormenta estaba por llegar, aun así,  no le importó dar un portazo sin coger un gabán que le cubriera y abrigara de la noche o por si la lluvia sorprendía, tampoco le importó  dejar a su madre sumergida en la angustia e incertidumbre con el corazón roto y encogido.

Con tan solo quince años caminaba en la noche avanzada, bajo la manta de agua que le empava hasta la ropa interior, sin destino y sin rumbo, divagaba sin ánimo hacia ninguna parte, no podían distinguirse las lágrimas en su rostro, tampoco el color de sus lindos ojos que largos meses atrás habían estado llenos de felicidad, placidez y seguridad. Esos luceros enrojecidos habían perdido la chispa  de una niña de su edad. Ya no deseaba estudiar, no deseaba soñar, ni tan siquiera reír, pues  su único sentimiento e idea en la cabeza era morir.

Tiritando pero sin sentir el frio y sin rumbo premeditado, quizás por la melancolía o por cosas del destino, llegó sin ánimo y se adentró arrastrando los pies por el patio silencioso y oscuro de su antiguo colegio, su apreciado colegio, que tanta dicha le había otorgado años atrás. Se acurrucó despacio bajo el techado del cuartucho de las calderas, que por suerte, tras tirar de la puerta de latón, aun estaba abierta. Allí ahogada en su llanto,  entre rabia, desanimo, el ruido de las calderas, el brotar de la lluvia en el exterior, los  truenos, la luz brillante que desprendía los relámpagos que parpadeantes alumbraban la pequeña habitación polvorienta, allí, allí se quedó dormida.

Varios años  atrás,  Marga era una adolescente feliz, tenía todo lo que una niña de su edad podía pedir, el amor, cariño y compresión de sus padres y referido a lo material, ordenador, equipo de música, bici, televisión en su habitación, maquinas tecnológicas del momento, ropa, todos los caprichos que se le antojaban… y su hermano Toni, que aunque vino por sorpresa para todos, era muy querido por los padres y hermana. Marga siempre decía que era su muñeco preferido, le hacía rabietas y le molestaba en sus juegos para entretenerse, a pesar de esas tonterías que molestaban a Toni, ella lo quería muchísimo y lo ayudaba en todo lo que estuviera en su mano, era muy atenta con él. También tenía a su madre amiga y cómplice Marisa, que la guiaba en sus dudas, la entendía y complacía a veces a escondidas bajo la imagen autoritaria de su padre Juan, que aunque hosco, solo quería y deseaba el bienestar de su familia.

Juan Moncada, a sus cincuenta y seis años seguía trabajando  como administrativo contable en una pequeña empresa dedicada al placo, llevaba muchos años y la remuneración económica por su labor no era baja tal y como estaban los sueldos entonces, el horario muy adaptado a sus necesidades. Como casi todo oficio administrativo terminaba su jornada a las siete, salvo en algunos casos que se quedaba para terminar pagos, o algún cierre contable que se resistía y hacia duro para cuadrar.  Esas horas, posteriormente las recuperaba sin problema alguno. Estaba muy bien mirado por Mario, su jefe y amigo, después de tantos años de confianza no podía ser menos, en muchas ocasiones Mario y su esposa habían cenado en casa de Moncada y en verano incluso habían ido de camping las familias juntas.

Corrían los tiempos  finales del 2009 y Juan llevaba varios meses viendo que las cuentas no salían positivas, había varias facturas difíciles de cobrar y los trabajos encargados eran los mínimos. A pesar de todo, Mario su jefe, no desistía, aunque  se vio obligado a prescindir de varios operarios, siempre le decía a Juan que ya vendrían tiempos mejores y seguía luchando por su pequeña empresa.

En alguna ocasión Juan Moncada le había comentado a Marisa (su esposa) que la empresa no iba bien y que por pocos meses más  podrían pagarle la nomina que le correspondía, además, le había comentado también que Mario le había sugerido que fuese buscando faena en otra empresa.

Después de pocos meses eran los dos únicos empleados en la empresa y tal y como le había aconsejado su amigo y jefe,  Juan fue enviando currículos a todas las empresas que buscaban administrativos, aunque debido a su edad, siempre era rechazado en las últimas entrevistas.

Finalmente, habían conseguido mantenerla abierta hasta finales de abril 2010 y aunque Juan aun no había encontrado otra faena, la empresa fue cerrada sin poder indemnizarle y sin este reclamar nada a su amigo, se quedó en la calle sin trabajo con la búsqueda incesante de un nuevo empleo de las mismas características. Mario en cambio tuvo más suerte y fue empleado en una macro empresa dedicada a lo mismo, no le pagaban mucho pero estaba contento de haber encontrado faena rápidamente ya que a su edad era difícil y aun más en los tiempos que corrían.

Debido al desempleo de Juan, y aunque tenían ahorros para ir subsistiendo por un tiempo, Marisa (su esposa) se vio obligada a trabajar, acción que no había hecho desde que nació Marga. Para poder seguir recogiendo a sus hijos del colegio y seguir dedicándose a ellos, se empleó como mujer de limpieza en varias casas de gente adinerada, así, le era más fácil combinárselo para llevar la plancha y cuidado de las varias viviendas sin tener un horario fijo.

Después de un año y unos meses más, setiembre  2011, Juan continuaba buscando faena, desesperado, desanimado… ya no buscaba como administrativo, sino en cualquier sitio. Deseaba que le emplearan aunque fuese repartiendo periódicos, ¡pero nada! había ido a entrevistas para supermercados, repartidor, bares, de  comercial y un gran etc. Siempre fue rechazado.

Destruido por el  desanimo y depresión Juan no tenía fuerzas ni para  levantarse de la cama, muy asiduamente se quedaba durmiendo hasta las doce del medio día, hecho que crispaba a Marisa que con grandes esfuerzos llevaba una miseria de sueldo a casa para poder seguir comiendo y asumiendo los gastos que no cesaban. Los ahorros fueron menguando, las discusiones entre  Marisa y Juan se convirtieron en diarias y a Marga su hija, la sonrisa se le fue apagando.

A pesar de los esfuerzos por encontrar cualquier trabajo que le llevara un sueldo a casa, Juan no era llamado después de las entrevistas. Debido a su edad, su mala presencia por el desanimo y su poca experiencia en otras funciones que no fuesen administrativas, siempre era relevado por alguien más joven o alguien con experiencia, así que Juan se fue hundiendo en la depresión y fue vencido por el alcohol que le ahogaba la pena que le pesaba en el pecho  y le ayudaba a sopor mejor la discusión con Marisa al llegar a casa, además intentaba que cada día la hora de llegada fuese más tarde, para así, encontrarla durmiendo y poder evitar el altercado asegurado.

Había comenzado el nuevo año 2012, navidad la pasaron sin festejar, sin regalos de reyes ni comidas especiales. Y Marisa tras tanto tiempo de presión económica, y sin ya unos ahorros que les sacaran de cualquier improvisto,  se había vuelto seca, no hablaba con sus hijos, hacia las tareas de casa malhumorada, gritaba por todo y no soportaba que Marga no ayudara en los quehaceres del hogar. Así que cualquier pequeña cosa que decía o hacia su hija, era motivo de discusión con ella. Los llevaba al colegio en silencio y los recogía en silencio, mientras Marga se consumía en la melancolía y no entendía todo lo que estaba pasando en su querida familia.  

Después de varios meses con esa situación, discusiones diarias con Juan, cenas silenciosas, rabietas sin motivo aparente… Un día Marisa, en el trayecto en coche hacia el  instituto de Marga y después de dejar a Toni en su colegio, le dijo a su hija que tendrían que vender cosas de casa para poder seguir comiendo y asumiendo los últimos pagos que le quedaban de la hipoteca del piso, además añadió seriamente, que ya era mayor para entender lo que estaba ocurriendo. Marga se echó a llorar y le dijo que entendía esa decisión, que estaba de acuerdo, pero que sus cosas no las tocara. Se bajó del coche, dio un portazo y se adentró en el instituto sollozando. A Marisa se le rompió  el corazón y con el encogido se fue atrabajar llorando desgarradamente, descuartizando cada lagrima que limpiaba en su rostro con rabia y sufrimiento.

Marga,  la adolescente que hasta apenas tres años atrás había sido muy feliz, ahora estaba triste, desanimada, la pena le consumía al ver como los muebles de su querida casa iban desapareciendo, primeramente muebles poco necesitados, algunas butacas, seguido de las  cómodas, mesitas de noche, juguetes de Toni, jarrones, joyas de su madre, ropa de vestir y un largo etc. A pesar de esas ventas, aun quedaban dos  pagos de la hipoteca, y Marisa no sabía cómo iba a poder afrontarlos sin el apoyo económico de Juan, ni el de su hija y mucho menos el psicológico por parte de ambos.

Una tarde al llegar a casa, Marga vio que en su habitación, no estaba su silla, su escritorio, ni su equipo de música, ni el televisor colgado frente a su cama que la evadía de los gritos continuos entre sus padres. Voceando, enloquecida,  se dirigió a su madre y le recriminó que no debió de haber tocado sus cosas, que eran suyas y no debió haberlas vendido. Acalorada, con la  irritación que le suponía haberla  despojado de  sus cosas,  poseída por el berrinche y la impotencia, empujó a su madre con un golpe seco. Marisa  que se encontraba haciendo la cena se encogió de hombros por el sobresalto y seguidamente se desplomó en suelo, le habían flaqueado las piernas,  y el golpe seco le había hecho perder el equilibrio. No tenía fuerzas para explicaciones a su hija, no tenía ganas de justificarse, creía que ya era mayor para entender la situación por la que estaban pasando, y tras un quejido desgarrador que salió de su pecho, el llanto se apoderó de ella y rompió el silencio que se había hecho en la casa después de los gritos encolerizados y violentos de Marga.

Bajo la mirada abrumadora de sus dos hijos, Marisa continuaba tumbada en el suelo, llorando, gimiendo de dolor y tristeza, retorciendo sus ropas ante la impotencia sentida. No sabía si levantarse y darle dos tortas a su hija o levantarse y abrazarla para tranquilizarla… Mientras Marga ya vuelta en su cordura, con la mirada atónita puesta en su madre, los ojos abiertos exageradamente como platos, angustiosos ante la escena  y el corazón palpitándole aceleradamente, no entendía ni sabía que había pasado, que había hecho, se preguntaba a sí misma desconcertada y abatida por la emoción. Sin pensarlo dos veces se apresuró y arrodillo ante su madre, la cogió por los hombros y elevó como pudo y a continuación la abrazo fuertemente pidiéndole perdón. Toni se abalanzó sobre ellas sin entender nada e intentando cubrirlas con sus dos manitas también las abrazó fuertemente.

Marisa, al sentir a sus hijos envolverla, la turbación se apoderó aun mas de ella pues no tardó en darse cuenta que también lloraban y aunque quiso reponerse al llanto, el dolor desenfrenado había tomado las  riendas de sus fuerzas que habían obedecido a ese frenesí reprimido de dolor y amargura. Después de varios minutos desahogando esa pena que abrazaba y entumecía su pecho, pudo recuperar aliento, pero los hipos del desconsuelo no la dejaban mediar palabra, solo abrazar con fuerza a sus hijos y besarlos continuamente.

–  Mama perdóname, ¡perdóname! decía Marga sollozando mientras miraba fijamente los ojos enrojecidos de su madre e intentaba limpiar los suyos.

–   Hijos no puedo con mi alma, expresaba mientras hipaba y se secaba la cara. 

–   ¿No os dais cuenta que no tenemos dinero?, apenas llega para comer, le decía a su hija mirándola a los ojos tristes y enrojecidos,  lo único que intento es que no nos quiten el piso. Por favor entenderlo,  entiéndelo y ayúdame Marga tú que eres mayor deberías entenderlo, apoyarme, suplicaba a su hija aguantando el gimoteo del lloro.

–   Papa no encuentra trabajo y yo no doy para más, no tengo más horas y me pagan una miseria, debemos vender algo mas para poder asumir los dos últimos pagos del piso, luego poco a poco volveremos a comprar las cosas, vuestras cosas… Entender que todo lo hago por vosotros que os quiero con toda mi alma. Y volvía a abrazarlos y besarlos en sus cabezas apoyadas sobre su pecho.

 Escuchando a su madre, Toni se retiró un poco del pecho de su madre y mirándola pregunto:

–  ¿Mama donde esta papa? hace días que no lo veo. Se hizo un silencio… Marisa suspiro, ya había pensado varias veces en que no veía a su marido, hacía varios días que no venía a casa, pero también había pensado en que era mejor así, ya que para discutir y verlo ebrio, prefería no verlo y que sus hijos no lo vieran… Imaginaba que venía a casa cuando ella no estaba, o bien quería pensar eso… Pronto sacudió sus pensamientos y contestó a su hijo.

–   Hijo, está buscando trabajo, llega muy tarde y se levanta muy temprano, por eso no lo ves… Su hijo se abrazó nuevamente a su madre y suspiro.

Días más tarde, Marisa comenzó a preocuparse por Juan, no venía a dormir y no sabían nada de él hacía más de una semana. La angustia la mantenía en vela por las noches, también la rabia por haberlos dejado así, sus  sentimientos hacia el eran confusos, lo mismo se apenaba, que a los dos segundos lo odiaba. ¿Cómo podía hacerles eso? Se preguntaba en las noches largas, las cuales pasaba pensando, llorando y dándose ánimos diciéndose para sí misma que saldrían de esa situación, que trabajaría de noche si era necesario, así se quedaba dormida, dominada por el cansancio de su mente y el de su cuerpo que cada vez estaba más delgado.

Dominada por la intriga y la incertidumbre de no saber de Juan, después de dejar a sus hijos, en el colegio e instituto, se fue a la comisaria y puso una denuncia por la desaparición de su esposo. Allí le pidieron una  fotografía reciente; descripción detallada, con todas las características físicas y rasgos diferenciales; ropa que llevaba en el último momento que lo vio; datos identificativos (DNI, libro de familia, carnets…). Después de poner la denuncia, se quedó hablando con una policía que parecía se había apiadado de ella, la cual, para bien o para mal,  le había  nombrado una lista de posibles circunstancias en las que se podía encontrar su esposo. Pensando en todas ellas transcurrió el día de trabajo, Marisa se sentía culpable, y pensaba con dolor en todas las discusiones que habían tenido con su marido en los últimos tiempos, se decía para sí misma que no había sido comprensiva con él, también pensaba en los momentos buenos y en todo lo que habían reído, los pequeños baches que habían superado juntos… 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus