En segundos, el suelo estaba lleno de cientos de metros de celuloide, y pensó con ironía el símil existente entre la dificultad de rebobinar un rollo usado con dos manivelas enfrentadas y rebobinar recuerdos. Trabaja en un cine, es el año 1960. Esa noche tocaba un drama de Tennessee Williams. Mientras el foco de potente luz creaba las imágenes, en su mente se proyectaban escenas de una película basada en hechos reales, la propia.
Siete años, huérfano de guerra. Ha terminado de trabajar y acude a la escuela de noche, como otros niños. Su lugar no está siquiera en el pupitre de la última fila, asiste desde la ventana. Aprende a leer y a escribir sólo, lo acompaña una inteligencia voraz y la suela de sus zapatos, la arrancaba a pequeños trocitos y la utilizaba como goma de borrar. Así, aprendió pronto que pueden haber errores que te impidan seguir andando sin sentir frío, calor o dureza.
No, la escuela no sólo le habría una ventana para evadirse del mundo, también alimentaba en él un hambre más esencial todavía, el hambre de descubrir, desde aquella ventana se juzgaba así mismo digno de un apetito de vida devorador, un delirio jubiloso frenado constantemente por un mundo injusto, dejándolo desconcertado pero rápidamente repuesto. Ese alféizar le preparaba a encontrar su lugar en cualquier parte, porque no deseaba ningún lugar, sólo el cariño, la alegría y la seguridad. Preparándose, a fuerza de pobreza incluso a recibir un día dinero sin someterse.
Fin, la película, había terminado y la luz que ahora se proyectaba, era una luz imposible de colocar en ningún recuerdo. El patio de butacas se vaciaba poco a poco. Él los veía desde el final, situado en su cabina junto a su máquina Ossa. Se reía de sí mismo, porque aún con el paso de los años, seguía viendo la vida desde el final, aunque ahora es él el que proyectaba imágenes y sonidos, interrumpidos a veces al tener que cambiar el rollo de la película y, otras, ralentizados cuando a medida que avanzaba el tiempo se cansaba de hacer girar el manubrio, con la consiguiente queja del público, que aplaudía a rabiar cuando, de nuevo, las imágenes volvían a su velocidad normal.
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